¡Vivo como quiero! ¡No necesito a nadie para ser feliz!

¡Vivo la vida que quiero! ¡No necesito una mujer para ser feliz!

¿Por qué todos me preguntan cuándo me asentaré?

Cuando me preguntan por qué ya tengo 35 años y todavía estoy solo, sin esposa, ni hijos, ni siquiera un perro, a menudo me quedo sin palabras.

Como si tuviera que justificar mi vida.

Como si estuviera haciendo algo mal.

Como si un hombre que no sueña con tener casa, esposa e hijos fuera extraño, incorrecto, incompleto.

No siempre fui así.

Alguna vez viví como todos.

Busqué el amor, construí relaciones, deseé una familia.

¿Y saben qué encontré?

Solo decepciones, dolor y vacío.

Un día conocí a una mujer por quien estaba dispuesto a darlo todo.

Era especial.

Ella me mostró lo que eran la pasión, la ternura, los planes compartidos, los viajes.

Pero luego…

Luego simplemente comenzó a ir a los mismos lugares, solo que con otro hombre.

Y me sentí enfermo.

Comprendí que todo eso era una ilusión.

¿Amor?

¿Familia?

¿Estabilidad?

Todo quedó solo en palabras.

Pero gracias a ella me encontré a mí mismo.

Y fue ella quien me mostró el mundo.

Aprendí a ganar y gastar dinero en mí mismo.

Esta persona me enseñó no solo a viajar, sino también a ganar dinero.

Antes de conocerla, vivía como muchos: gastaba mi sueldo en tonterías, ahorraba, esperaba al viernes para comprar algo innecesario.

Luego entendí: el dinero debe dar libertad.

Cambié de trabajo.

Empecé a ganar tres veces más.

Me di cuenta de que podía permitirme más de lo que pensaba.

¿Y saben en qué invertí ese dinero?

No en muebles nuevos.

No en renovaciones.

No en una mujer que algún día se irá.

Lo invertí en viajes.

En vida.

Y fue la mejor decisión de mi vida.

Compré un coche y partí hacia la libertad.

En uno de mis cumpleaños, mi hermana me regaló un libro sobre cascadas y montañas.

Lo abrí y me quedé fascinado.

Ante mí había lugares que nunca había visto.

Lugares mucho más hermosos que cualquier foto de Instagram.

En ese momento supe que necesitaba ir allí.

Vendí mi viejo móvil, tomé una pequeña cantidad de mis ahorros, hice un curso de conducción, compré un coche económico y me puse en marcha.

Al principio daba miedo.

Pero luego…

Luego vi cómo cambiaba mi alma.

Cómo me convertía en otra persona.

Como el cansancio tras un largo día en la carretera me traía más felicidad que cualquier encuentro con una mujer.

Recorrí el país, contemplé montañas, dormí en tiendas de campaña, pesqué, vi amaneceres desde las cimas de las colinas.

Y comprendí que nunca volvería a mi antigua vida.

Encontré amigos verdaderos.

En uno de mis viajes conocí a personas como yo.

Espeleólogos, alpinistas, conductores de aventuras extremas.

Con ellos aprendí lo que es descender a simas de kilómetros.

Lo que es escalar cimas a las que no llegan caminos.

Lo que es desafiarse a uno mismo y vencer el miedo.

Me enseñaron que el mejor remedio para la acrofobia es saltar hacia abajo.

¿Y saben qué?

Tenían razón.

Porque desde el momento en que salté, dejé de temerle a todo.

Conduje jeeps por caminos sin pavimentar, me lancé en moto acuática por olas embravecidas, buceé con escafandra en profundidades que antes no había soñado.

Saboreé la vida.

¿Mujeres? Sí, pero no para formar una familia.

No soy un monje.

No he renunciado a las relaciones.

Pero ya no busco a la indicada.

Porque sé que el mayor amor de mi vida es mi libertad.

Ya no creo en las palabras.

Ya no creo en las promesas.

He visto demasiadas mentiras como para volver a soñar con algo ilusorio.

Ahora sé una cosa:

El mundo es enorme.

Es hermoso.

Y me espera.

He estado en decenas de lugares, pero aún no he estado en Australia.

Aún no me he subido a una tabla de surf.

Aún no he experimentado una tormenta en el océano.

Pero eso es cuestión de tiempo.

Vivo como quiero. Y eso es suficiente para mí.

No necesito a una mujer para sentirme feliz.

Porque ningún amor me dará lo que me dan las carreteras, las aventuras, el viento en la cara y nuevos horizontes.

El mundo es precioso.

Y vivo en él como me gusta.

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¡Vivo como quiero! ¡No necesito a nadie para ser feliz!