Tengo 53 años, y mi madre 80. Decidí contar mi historia porque quizá alguien se vea reflejado en ella. O tal vez alguien me dé un consejo. No busco lástima, solo estoy agotada. Cansada de vivir en una trampa de la que no puedo escapar.
Sigo trabajando, la jubilación queda lejos. Mi madre vive conmigo. No está postrada ni es incapaz, no. Es independiente: se asea, cocina, va al mercado o pasea por el parque. Pero… ¿cómo decirlo? Vive de mi energía, como si estuviera enchufada a mi batería.
Llego por la noche del trabajo, exhausta como un trapo. Me siento junto a ella, tomo un té, escucho cómo le fue el día. Y solo sueño con encerrarme en mi habitación, encender la tele y hundirme en el sueño.
Pero no. Ella espera una conversación. No cualquier conversación, sino una lección moral, como si volviera a tener quince años.
—Si me hubieras hecho caso y te hubieras casado con Javier, no con ese otro… —repite una y otra vez—. Estarías feliz, con hijos y una carrera, no sola, sin nadie. Solo conmigo.
—Alégrate de que al menos tienes a tu madre. Valóralo. Cuídame.
No tengo hijos. Mi marido… escapó. O, más bien, creo que no pudo soportarlo. Nos casamos, vivimos juntos, y exactamente un mes después de que mi madre se mudara con nosotros, él pidió el divorcio. Se le entiende. Para ella, alquilar un piso cuando teníamos uno de tres habitaciones en propiedad era una locura.
Y ahora vivo en esas tres habitaciones. Con ella. Cada una tiene su dormitorio, pero la cocina y el salón son comunes. Y lo peor: la tensión también lo es.
Cada paso mío está bajo el microscopio.
—¿Por qué llegas tan tarde?
—¿Para qué compraste eso? No lo necesitamos.
—¿Por qué no lavaste mi ropa? ¿Por qué no cambiaste las sábanas?
—Otra vez olvidaste darle de comer al gato.
Jamás escucho un «gracias», «lo hiciste bien», «qué guapa estás» o «descansa». Solo reproches. Mañana, tarde y noche. Día tras día.
No puedo mudarme. Mi sueldo es una miseria. No me alcanza para otro piso. Incluso si encontrara un lugar, mi conciencia no me dejaría. ¿Y si le pasa algo a mi madre sin mí allí?
Pero, a veces, siento que me vuelvo loca. Sí, suena horrible. Sí, es mi madre. Le debo la vida. Pero a veces solo quiero desaparecer. Aunque sea un par de días. Que nadie me moleste, me critique, me vigile.
Estoy cansada. Estoy sola, aunque no vivo sola. Estoy atrapada, sin salida, ni en cuerpo ni en alma.
¿Dónde está el límite entre el deber y el sacrificio?
¿Tengo derecho a sentir lo que siento?
No lo sé. Pero sé que no puedo seguir así.