Vives bien, por lo tanto debes ayudar a tu familia.

—¡Si vives bien, deberías ayudar a tu familia!

—Sofía, ¿estás en casa?

—No, estoy llegando. ¿Qué pasa?

—Necesito hablar contigo. ¿Cuánto tardarás?

—Media hora. ¿Qué ha pasado, mamá?

—Luego te cuento.

Esta fue la conversación entre Sofía y su madre, Valentina Serrano.

Apenas Sofía se cambió de ropa y guardó las compras, llamaron a la puerta.

—Mamá, ¿qué ocurre?

Valentina miró alrededor del apartamento con cierta sospecha y luego entró.

—Veo que os habéis comprado un televisor nuevo.

—Sí.

—Vivís bien —murmuró la madre mientras se dirigía a la cocina.

—¿Quieres té o café?

—No, gracias. He venido por algo importante.

Sin embargo, en ese momento, Valentina vio un jamón serrano caro y una montaña de frutas sobre la mesa.

—Ya lo digo, vivís como reyes. Mira todo lo que has comprado.

—Sí, mamá. Nos lo podemos permitir.

—Claro, tu padre y yo nos dejamos la vida en la fábrica, mientras vosotros os dais el lujo de montar un negocio. ¡Qué suerte tenéis!

Es cierto que Sofía y su marido, Pablo, habían montado su propio negocio desde cero. Nadie les ayudó ni les dio dinero para empezar. Todo lo habían conseguido con esfuerzo. Se arriesgaron y pidieron un préstamo, aunque podrían haberlo perdido todo y quedarse endeudados. En aquel momento, nadie les apoyó. Y ahora les reprochaban que vivieran mejor que el resto de la familia.

Por el tono de su madre, Sofía sabía que no podía esperar nada bueno. O era otra petición o un reproche.

—Quería hablarte de algo. Tu hermana Laura lleva meses trabajando por una miseria. Ya sabes que trabaja como dependienta.

—Sí, lo sé —asintió Sofía.

—Bueno, he pensado que estaría bien si la contratases en tu empresa.

—¿En qué sentido? —preguntó Sofía, sorprendida.

—Pues directamente. ¿No necesitáis empleados?

—No, ya tenemos todo el personal que necesitamos.

Valentina la miró con reproche.

—¿De verdad no hay ningún puesto?

—Te lo he dicho, no hay vacantes.

Pero su madre no se daba por vencida.

—Sabes, tengo la sensación de que simplemente no quieres ayudar a tu hermana. Por eso buscas excusas.

Sofía sabía perfectamente por qué su madre había empezado esa conversación. No era la primera vez. Desde pequeñas, Valentina había preferido a Laura, la hija menor, y siempre le había dado lo mejor. Así que Laura se acostumbró a que todo le cayera del cielo. A diferencia de Sofía, que siempre se esforzó por ganarse las cosas y luchar por una vida mejor.

Mientras sus padres trabajaban, a Laura no había forma de meterle en la cabeza que debía trabajar. Pero al final no tuvo más remedio, porque con una pensión no se vive bien. Sin estudios ni experiencia, nadie la quería contratar. A diferencia de Sofía, que trabajaba desde los 18 años mientras estudiaba en la universidad.

Poco a poco, Sofía y Pablo lograron montar su negocio y vivir cómodamente. Pero Laura seguía descontenta con su vida, aunque no hacía nada por cambiarla. Prefería que otros lo hicieran por ella: su madre o su hermana. Y Valentina no se quedaba atrás, porque creía que Sofía estaba obligada a ayudar a Laura.

—Mamá, ya te lo he explicado.

—Claro. Es más fácil contratar a desconocidos que ayudar a los tuyos.

Pero Sofía y Pablo tenían una regla: no contratar a familiares o amigos. ¿Por qué? Porque empezaban a holgazanear y a abusar. Ya habían cometido ese error una vez y no querían repetirlo. Al fin y al cabo, no se puede mezclar el negocio con las relaciones personales.

Pero esa no era la única razón por la que Sofía no quería ayudar a su hermana. En realidad, nunca habían tenido una buena relación. Desde pequeñas, no se soportaban. Todo empezó cuando su madre comenzó a tratar a Laura como la favorita.

—Mamá, ya te he dicho que no puedo ayudarla. No voy a despedir a nadie ni a contratar a Laura.

—¡Eres una egoísta, no hay palabras! Pero qué se puede esperar de vosotros, que vivís tan bien y no entendéis a la gente normal.

Valentina dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. A pesar de su enfado, no olvidó llevarse la bolsa de la compra.

Sofía no la detuvo. Sabía que no tenía sentido y que su madre lo interpretaría como una debilidad.

Por la noche, Pablo llegó a casa y, al ver a Sofía, supo que había llorado.

—Sofía, ¿qué ha pasado?

—Ha venido mamá.

—Ya entiendo. ¿Otra vez por Laura?

—Sí.

Pablo la abrazó con fuerza, mostrando su apoyo.

—Espero que no te hayas tomado sus palabras a pecho.

—No, ya estoy acostumbrada a sus dramas —dijo Sofía, negando con la cabeza.

—Muy bien. Sabes que si cedes una vez, se subirán a la chepa.

—Lo sé, pero duele igual.

En ese momento, sonó el teléfono. Era Laura.

—Dime —contestó Sofía con tono indiferente.

—No entiendo, ¿de verdad te da tanta pena?

—¿De qué hablas, Laura?

Al principio, Sofía pensó que se refería al trabajo, pero no era así.

—He visto que mamá llevó jamón y frutas. ¿Por qué le diste tan poco? Podrías haber dado más. Al fin y al cabo, ganáis bien.

Sofía suspiró y respondió:

—¿Por qué crees que te debo algo?

—Porque soy tu hermana y deberías ayudarme.

—No, cariño. No te debo nada. Como tú tampoco a mí. Cada uno vive su vida y con lo que tiene. Si quieres vivir mejor, busca oportunidades. No esperes que te den todo hecho.

Pensó que Laura se enfadaría y colgaría, pero encontró algo que decir.

—Claro, es fácil hablar cuando tienes tu negocio y todo resuelto. ¿Y yo qué?

—Pues monta el tuyo, ¿qué te lo impide? ¡Adelante!

Sofía no quería seguir escuchando reproches. Sabía que su hermana y su madre no cambiarían. Demostrarles su punto de vista era inútil.

Al final, hay que valorar a quienes te valoran y no intentar complacer a otros solo porque son familia.

Rate article
MagistrUm
Vives bien, por lo tanto debes ayudar a tu familia.