Visitando a su hija en el cementerio, una madre vio a una niña desconocida en un banco susurrando algo al retrato de una lápida. Su corazón se detuvo.

Visitar a su hija en el cementerio era un ritual sagrado para Valentina. Aquella tarde, mientras el sol se escondía tras los cipreses, algo inesperado le detuvo el paso: una niña desconocida, sentada en el banco de mármol, susurraba cosas al retrato de la lápida. El corazón de Valentina dio un vuelco.

Las cortinas de terciopelo apenas filtraban los últimos rayos del atardecer en el salón de la lujosa casa de Madrid. El aire, normalmente perfumado por jazmines y colonia francesa, olía a tormenta. Cristina, envuelta en su bata de seda, clavaba uñas perfectas en el brazo del sofá.

¿Otra vez con lo de la niña? ¿En serio crees que debo cancelar mi cita con el médico por ella? Su voz, dulce como la miel envenenada, temblaba de rabia. ¡Tiene niñera! ¡Y está su abuela, tu exmujer! ¿Por qué siempre soy yo?

Alfonso, con canas en las sienes y mirada de acero, ni siquiera alzó la vista de sus documentos.

Ya lo hablamos, Cristina. Dos sábados al mes. No es negociable. Hizo una pausa deliberada. La “exmujer”, como tanto te gusta llamarla, vive en Barcelona. Lucía es mi sangre. Y, por cierto, hija de Claudia. Tu “mejor amiga” de la universidad.

El golpe bajo surtió efecto. Cristina palideció. Aquel nombre Claudia era un fantasma que la perseguía.

¿Amiga? escupió. ¿La misma Claudia que te dejó por un cualquiera y te embarazó a los cuarenta? ¡Y ahora yo tengo que pagar los platos rotos!

Demasiado tarde. Alfonso cerró el dossier con calma letal. Cristina recordó la vez que Lucía derramó zumo en el sofá de piel: él no había alzado la voz. Solo le tomó la muñeca y susurró: “Si vuelves a ponerle un dedo en

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Visitando a su hija en el cementerio, una madre vio a una niña desconocida en un banco susurrando algo al retrato de una lápida. Su corazón se detuvo.