¿Visita de mamá? ¡Cancela! ¡Viene mi ex!

**Miércoles, 15 de noviembre**

Estaba en la cocina cuando el aroma del cordero asado con romero y pimentón empezó a impregnar la casa. No era un día cualquiera: por fin había tenido tiempo de cocinar algo más elaborado que unos huevos revueltos. Me sequé el sudor de la frente y giré hacia el pasillo.

—Alejandro, ¿te acuerdas de que mañana viene mi madre?

Apareció en la puerta, despeinado, con cara de sueño.

—¿Qué madre? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Me lo has dicho?

—¡Claro que sí! ¡Hace días! —Me crucé de brazos—. Quedamos en que llegaría el domingo.

De pronto, se le cambió la cara, incómodo.

—Cancélalo. No puede venir mañana. Imposible.

—¿Y eso? —puse los ojos en blanco.

—Es que… llega Lucía.

—¿Lucía? —repliqué, confundida.

—Bueno… mi ex —suspiró.

El silencio se hizo denso. Hasta que tosí, sin saber si reírme o gritar.

—¿En serio? ¿Quieres que tu ex se quede aquí justo cuando viene mi madre?

—¡No es para quedarse, solo una noche! —se defendió—. Ha discutido con su novio y no tiene donde ir. Dos días, como mucho. Lucía y yo ya no somos nada, lo sabes. ¡Solo está en un apuro!

—¿Y no te preocupa cómo se verá? Mi madre llega y ahí estará tu «amiga» del pasado. ¡Fantástica impresión!

—Le diremos que es tu compañera de trabajo. Eres buena actuando, se lo creerá.

Rodé los ojos, pero ya me imaginaba la escena: Lucía entrando y llamándome “señora de la casa” nada más pisar el umbral. Asqueroso… pero intrigante.

Al caer la noche, sonó el timbre. Ahí estaba ella: alta, segura, con un corte moderno y un bolso de diseño. Me miró de arriba abajo.

—Ah, así que tú eres la oficial —dijo con media sonrisa—. Tranquila, solo serán un par de días. No le robaré a tu marido.

Apreté los dientes.

—La habitación a la derecha. Y mañana viene mi madre… mejor que no te vea mucho.

Entró, y yo volví a la cocina, donde la cena ya se enfriaba.

—Lucía, ¿cenarás con nosotros?

—¡Claro! ¿Has hecho pastel? Aunque no me digas que es casero. Esto es masa comprada y mermelada, ¿verdad?

—No hace falta que lo comas —repliqué, aunque no pude evitar una sonrisa burlona.

De pronto, Lucía soltó:

—¿Quieres que te enseñe a hacer un postre de verdad? Mi abuela era pastelera; aprendí desde pequeña.

Y así comenzó una velada que nunca olvidaré. Para la medianoche, charlábamos como viejas amigas: hombres, recetas, incluso moda. Por primera vez, me sentí más que “la esposa”. Era una mujer con algo que ofrecer. Lucía no era una rival… sino una aliada.

Por la mañana, Lucía salió al trabajo, y al mediodía llamaron a la puerta: mi madre, Carmen. Al entrar, el olor del cordero la dejó boquiabierta.

—¿Has cocinado tú esto? —preguntó incrédula.

Asentí, conteniendo el orgullo. Sabía a quién se lo debía… a “la ex”.

Al anochecer, Lucía llamó:

—Isabel, esta noche vuelvo a casa. Hice las paces con Javier. Gracias por el vestido y el apoyo. Flipó cuando me vio en la cena —¡ahora me llevará a todas sus meetings! Y cerré el contrato, por cierto. Eres increíble. Mañana paso por mis cosas… y te daré un abrazo de amiga.

Colgué y miré a Alejandro.

—Tenías razón. Es buena gente. Y ahora sé quién soy. No solo tu mujer. La dueña de esta casa. Y una mujer con mucho que ofrecer.

—Si hasta te has hecho amiga de Lucía… esto ya no lo entiendo —dijo él, levantando las manos.

—Solo no estorbes —sonreí—. Y todo irá bien.

**Reflexión del día:** A veces, lo que parece un problema es solo una oportunidad disfrazada. Y las personas que menos esperas pueden enseñarte quién eres en realidad.

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