Vi una osa cerca de la carretera que agitaba la pata: al principio me asusté y quise irme, pero de pronto noté algo muy extraño

Iba por la autovía de vuelta a casa, una ruta que conozco como la palma de mi mano. Por allí casi no pasa nadie, solo hay bosques y aire fresco. Un día normal, sin más o eso pensaba, hasta que vi algo negro al borde del camino. Al acercarme, ¡era una osa! Estaba sentada sobre sus patas traseras y, no me lo podía creer, me hacía señas con la zarpa como diciendo: “¡Eh, tú!”.
Al principio, el susto me dejó tieso. ¿Se habría escapado de algún zoo? ¿O peor, iba a atacarme? Iba a pisar el acelerador, pero entonces noté algo raro. La osa se levantó y se adentró en el bosque, mirando hacia atrás cada dos pasos, como comprobando que la siguiera. Algo dentro de mí dijo: “Venga, no seas gallina”.
Entre los árboles, a pocos metros, había un osezno con una lata de plástico atascada en la cabeza. El pobre no paraba de moverla, desesperado, pero no había manera. ¡Entonces lo entendí! La madre no quería hacerme papilla, solo pedía ayuda.
Con movimientos lentos, como si llevara tacones en un barrizal, me acerqué al cachorro y le quité la lata con cuidado. La osa se lanzó a lamerlo, revisando que estuviera bien, y luego, sin más, se lo llevó entre los matorrales.
Antes de desaparecer, me lanzó una mirada. No soy experto en expresiones de osos, pero juraría que me dijo “gracias” sin palabras. Me quedé un momento, respirando hondo, y luego salí pitando hacia el coche. Ese día, desde luego, no se me olvidará ni aunque me caiga un piano encima.

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MagistrUm
Vi una osa cerca de la carretera que agitaba la pata: al principio me asusté y quise irme, pero de pronto noté algo muy extraño