¡Vete a la cocina!” – Lo que mi marido me dijo, y no pude aguantar más

**Diario Personal**

Hoy todo empezó como cualquier otro día, hasta que escuché esa frase. “¡Vete a la cocina!” La voz de mi marido resonó en la habitación, y algo dentro de mí se rompió.

Lucía miraba la pantalla de su móvil. Era la cuarta vez en media hora que Javier le escribía: “Inútil, coge el teléfono”.

Ella estaba al volante del coche de la autoescuela, el instructor explicándole cómo aparcar en paralelo. El móvil volvió a vibrar.

¿Puedo responder? Mi marido está preocupado.

Claro.

Javier, estoy conduciendo

¿Y por qué no contestas? ¡Te estoy llamando!

No se puede hablar mientras

Ah, ya entiendo. El carnet es más importante que tu marido. ¿Cuándo llegas?

En una hora.

¿Quién va a hacer la cena? ¿O tengo que hacerlo yo?

El instructor miró hacia otro lado, fingiendo no escuchar.

En cuanto llegue, la preparo yo.

Bien. Porque ya pensaba que ahora eras una ejecutiva demasiado ocupada.

En casa, Javier estaba tumbado en el sofá, revisando el móvil. Llevaba tres meses sin trabajo. Decía que era temporal, pero la búsqueda se alargaba.

¿Qué tal la autoescuela? ¿Muy complicado?

Su tono tenía esa ironía de siempre.

Bien. Hoy practicamos el aparcamiento en paralelo.

Qué seriedad. Toda una ciencia, ¿no?

Lucía entró en la cocina. En el fregadero, los platos sucios del desayuno de él seguían ahí.

Javier, ¿y si ordenamos esas cajas? Ya es febrero y parece que nos mudamos ayer.

Él levantó la vista del móvil.

¿Qué hay que ordenar? Tú puedes sola.

Podríamos hacerlo juntos. Y de paso limpiar un poco

Javier se levantó y se acercó. En su mirada había algo frío.

¡Vete a la cocina!

Lo dijo en voz baja, pero clara. No gritó. Y ese silencio fue peor que cualquier grito.

Lucía se quedó inmóvil.

¿Qué has dicho?

Lo que has oído. Ve a hacer la cena.

Estábamos hablando de las cajas

¿Hablar? Tú te quejas. Ya te he dicho que lo hagas tú.

Algo se quebró dentro de Lucía. No era rabia, sino comprensión. Recordó la cena de Nochevieja con sus amigos, donde él había sido el alma de la fiesta. Coqueteando, bromeando, ayudando a la anfitriona. Luego, en el coche, le dijo:

¿Por qué no hablaste en toda la noche? Qué vergüenza.

¡No voy a ir a la cocina!

Él levantó las cejas, sorprendido.

¿Qué?

¡Que no voy!

Lucía, no me provoques. Hemos hablado bien hasta ahora.

¿Bien? ¿Cuándo fue la última vez que hablaste conmigo sin ironía?

Javier dejó el móvil a un lado.

¿Qué pasa? Solo era una broma.

¿Broma? ¿”Inútil, coge el teléfono” también era una broma?

¿No puedo escribirle así a mi mujer?

Puedes. Pero no “inútil”.

¡Dios mío, qué más da! Sabes que no lo digo en serio.

Lo sé. Por eso he aguantado todo este tiempo.

Lucía se sentó al borde de la cama.

¿Sabes lo que me dijo hoy el instructor? “Tienes manos seguras”. ¿Te imaginas? Seguras. Y en casa, tengo miedo de pedirte ayuda con unas cajas.

¿Miedo?

Javier se rio.

¡Venga ya!

Sí, miedo. Porque sé que encontrarás la forma de hacerme sentir que no valgo nada.

¡Eso es mentira! Te lo inventas todo.

¿Me lo invento? ¿Recuerdas cuando contaste delante de todos que iba a la autoescuela “para entretenerme”?

¡Era gracioso!

Para ti. Para mí, humillante.

Javier se sentó a su lado en el sofá.

Mira, si no te gusta cómo hablo

¿Entonces qué?

La puerta sigue donde estaba.

Silencio. Lucía lo miró. No se disculpó. No explicó. Solo señaló la puerta.

Vale.

Se levantó. Sacó una maleta del armario y empezó a meter sus cosas.

¿Qué haces?

Lo que me has sugerido.

¿Adónde vas?

A casa de Marta.

Te escaparás un rato y volverás. Como siempre.

¿Como siempre?

A las mujeres os gusta montar dramas. Dar portazos, llorar con las amigas.

Lucía metió en la maleta sus documentos, maquillaje y el cargador.

¡Y luego arrastrarte de vuelta!

Fue a la caja con las fotos de la boda. Sacó una: ellos en el registro, felices.

¿Me hablarías así aquí?

Javier miró la foto.

Hab

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¡Vete a la cocina!” – Lo que mi marido me dijo, y no pude aguantar más