¿Ves cómo te mira? Con amor y admiración, – dijo la hija, satisfecha consigo misma.

—¿Sabes cómo te mira? Con amor y admiración —soltó la hija, muy satisfecha consigo misma.

Diego salió del baño, cubierto solo con una toalla. Las gotas de agua brillaban sobre sus músculos torneados. No era un hombre, era un sueño. A Valeria le dio un vuelco el corazón.

Se sentó al borde de la cama y se inclinó para besarla, pero ella apartó la cara.

—No, que si no nunca me voy. Tengo que irme. Seguro que Ana ya está en casa. —Valeria rozó su mejilla contra el hombro de Diego.

Él suspiró.

—Val, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo le vas a contar a tu hija sobre nosotros?

—Hace tres meses ni sabías que yo existía y vivías de lo más bien. —Valeria se levantó y empezó a vestirse.

—Creo que no estaba vivo, solo esperándote. No puedo pasar un día sin…

—No me partas el corazón. No me acompañes —dijo Valeria, y salió deslizándose de la habitación.

Caminó por la calle, intentando ignorar las miradas de los transeúntes. Le parecía que todos sabían de dónde venía. Los hombres la miraban con curiosidad; las mujeres… con reproche.

Era lógica la reacción. Lo tenía todo: figura, elegancia, un rostro de ojos expresivos y labios carnosos. Su pelo oscuro y abundante se escapaba del moño en la nuca. Pero ella solo quería pasar desapercibida.

***

Se casó joven, a los veinte años, por un amor fuerte y correspondido. Casi de inmediato, quedó embarazada. Su marido intentó convencerla de abortar. “Es pronto, hay que estabilizarse primero, ya habrá tiempo”, decía. Pero Valeria no cedió y tuvo una niña sana, esperando que, con los años, él cambiara. Sin embargo, nunca llegó a querer a su hija. Bueno, muchos hombres son indiferentes con los niños.

Un día, una mujer llamó y le dio una dirección donde su marido solía pasar las tardes. Valeria no corrió a comprobarlo. Esperó a que llegara y le preguntó directamente. Él primero lo negó todo, luego se justificó y acabó gritando:

—¿Una loca te dice algo y te lo crees? Tampoco te diferencias mucho de ella. Me voy, y te arrepentirás…

Se fue, cerrando la puerta de golpe. Valeria no quería vivir, pero su hija necesitaba atención, así que siguió adelante. Dos semanas después, no pudo más y fue a la dirección. Se escondió tras un árbol en el patio y esperó. Pronto vio pasar a su marido del brazo de una mujer joven. Entraron juntos en el portal.

Al día siguiente, Valeria pidió el divorcio. Sabía que no podría perdonar. No era su estilo. Dejó a su hija en la guardería y volvió al trabajo.

A veces, aparecían hombres en su vida, pero ninguno le gustaba lo suficiente como para arriesgarse. Hasta que, años después, Diego logró conquistarla. Guapo, alto, a su altura. Entre ellos surgió un romance apasionado. Un día, Ana le preguntó adónde iba tan arreglada.

—A una cita —respondió Valeria, entre broma y seriedad.

—Ahhh… —dijo Ana, alargando la palabra con intención.

No volvió a preguntar.

Ana heredó su figura, pero no su belleza facial. Todos se sorprendían de que unos padres tan guapos tuvieran una hija tan normal. A Valeria no le importaba. La belleza no da de comer; solo trae problemas.

Nunca tuvo amigas. No por culpa suya, sino por la envidia de las otras niñas. Temían quedar en evidencia a su lado. Quizás por eso se casó tan joven: esperaba encontrar en su marido un amigo.

—Es algo simple y corriente para ti, aunque guapo —decía su madre.

***

—Ana, ya estoy en casa —anunció Valeria al entrar en el piso.

—Estoy haciendo los deberes —respondió su hija desde su habitación.

Valeria se cambió y fue a la cocina. Poco después, llegó Ana, se sentó a la mesa y cortó un trozo de pan.

—No estropees el apetito, que ya cenamos —dijo Valeria, colocando los platos y sentándose frente a su hija—. Quería hablar contigo.

—Pues habla —dijo Ana, comiendo con gusto.

—Pronto es mi cumpleaños.

—Lo sé, mamá.

—Quería invitar… a un amigo mío —dijo Valeria, con dificultad.

—¿Con el que te acuestas? —Ana la miró sin inmutarse.

—Con el que salgo. Al fin y al cabo, soy tu madre —reprendió Valeria.

—¿Qué más da? A tu edad, salir y acostarse es lo mismo.

—¿Entonces lo invito? ¿No te importa? —preguntó Valeria.

—A mí qué. ¿Vendrá la abuela? —preguntó Ana, despreocupada.

Valeria respiró aliviada. Quince años era una edad complicada. Parecía que su hija lo había tomado bien.

—La abuela viene el domingo. Quiero que os llevéis bien con él.

—Dale, mamá, invítalo —dijo Ana, quitándole importancia.

El sábado por la mañana, Valeria cocinó todo, deseando impresionar a Diego con sus habilidades. Llegó con un ramo enorme de rosas y le regaló un anillo. Valeria se quedó sin palabras. La intensidad de Diego la descolocó.

Además, queriendo caerle bien a Ana, hablaba alto, contaba historias y hacía bromas. Su hija, en cambio, fue seria y reservada. Cuando Diego se fue, Valeria recogió la mesa, entró en la habitación de Ana y trató de abrazarla, pero esta se esquivó.

—¿No te ha gustado? —preguntó Valeria.

—No —respondió Ana, seca.

—¿Por qué? —Valeria no pudo ocultar su decepción.

—No me gusta y punto. —Ana hizo una pausa—. Sé que eres joven, lo del amor y todo eso. Pero mamá, él te está usando. ¿Cómo no lo ves?

—¿Te ha puesto en contra tu abuela?

—¿Qué tiene que ver la abuela? Tengo ojos. —Ana miró a su madre con desesperación.

Valeria se levantó del sofá y se acercó a la puerta.

—Mamá, ¿lo quieres? —preguntó Ana en voz baja. Sin mirarla, Valeria asintió—. Pues sigue saliendo con él. Pero que no se venga a vivir aquí —pidió Ana.

—¿Por qué no? —Valeria se volvió bruscamente hacia ella.

—No me gusta y ya está —cortó Ana.

Valeria no consiguió más explicaciones.

Por extraño que pareciera, sintió algo parecido al alivio. Su relación con Diego avanzaba demasiado rápido. Ese anillo… Y, sin embargo, él casi no hablaba de sí mismo, aunque no paraba de hablar de su vida juntos. Y Ana solo le importaba porque vivía con Valeria.

Al día siguiente, Diego llamó, diciendo que la echaba de menos y quería verla. No preguntó si le había gustado a Ana. ¿No le preocupaba o estaba tan seguro de sí mismo?

Valeria respondió que por la noche venía su madre y no tendría tiempo.

—¿Entonces mañana? —preguntó él, esperanzado.

—Mañana —dijo Valeria, sintiendo alivio.

Con la abuela, Ana estuvo habladora y alegre, a diferencia de la noche anterior. Nadie mencionó a Diego, para alivio de Valeria. “Quizá mi hija ve lo que yo no veo, ciega de amor”, pensó Valeria, mirando a Ana.

Todo siguió igual. Seguían viéndose unas horas en casa de Diego. Un día, él volvió a hablar de”Y así, mientras el aroma de la cena se mezclaba con el silencio cómplice de la cocina, Valeria comprendió que el amor más verdadero no siempre llega con fuegos artificiales, sino con la calma de quien ha esperado pacientemente a ser visto”.

Rate article
MagistrUm
¿Ves cómo te mira? Con amor y admiración, – dijo la hija, satisfecha consigo misma.