Verónica Kuzmínovna amaba profundamente a los gatos… ¿Y cómo no amarlos si se consideraba una de ellos, a pesar de ser una auténtica perra?

Verónica Cuzmín adora a los gatos ¿Cómo no amarlos, si se cree una de ellos, aunque en realidad sea una perra de verdad?
Una perra mediana, de cuerpo robusto, con unos colmillos que harían temblar hasta al cocodrilo. Y aunque el cocodrilo envidie, a Verónica no le importa; siempre ha sido una chica amable que nunca impide que los demás sientan celos.

Su amor por los felinos no surge al instante, sino más o menos un mes y medio después de nacer Ese día Luna (antes sin nombre, un cachorro de raza indefinida) se sienta a chillar en un charco. No ha sido ella quien ha creado el charco, sino la persistente llovizna primaveral.

Luna ladra con todo el aliento que le queda, aunque apenas tiene fuerzas, y se queja de su suerte al mundo entero. Sólo un ser la oye: el gato Misu, que se acerca, se sienta al borde del charco, flexiona sus patitas y rodea el desastre con su cola esponjosa, observando el pánico chirriante y patético.

De pronto, Misu se fija en una patita delantera cubierta de un calcetín blanco. Baja la mirada y ve que él también lleva uno igual.

¿Será mía? le pasa por la cabeza a Misu.

Se pregunta quién pudo haberle engendrado a esa cría. ¿Será del gato Murcielago? ¿Del gato Lila? ¿O de la gata Matrona, que pasa los ratos en el granero? Se plantea quién es su madre y por qué la abandonó en aquel charco.

El cachorro, al percibir que alguien lo observa, detiene su llanto y nota una presencia cálida y compasiva. Asustado de que esa presencia se marche, se lanza hacia ella, pero tropieza y vuelve a caer en el agua, gimoteando. Misu resopla con desdén, pero ya no duda: es su hija al cien por ciento, pues él también ha torpemente tropezado en el pasado.

El gato se levanta, cruza el charco con cautela, se inclina sobre Luna, inhala hondo y la agarra del cuello. Su responsabilidad de padre es pesada, pero no se escabulle. Si una madre la dejó, él no la abandonará.

Luna, en ese instante, siente la seguridad de estar bajo su protección, se aquieta, se relaja e incluso se duerme mientras Misu la lleva a su casa.

Al ver al nuevo habitante del patio, la dueña exclama:

¡Federico, mira! ¡Nuestro gato ha traído una perrita! ¡Una buena, gordita! ¡Una guardia de primera!

Federico, el amo de Misu, aprueba a Luna también. Ignoran que Verónica Cuzmín no quiere proteger a nadie; ella se considera una auténtica gata, hija de Misu, y no una vigilante.

Criada por el gato, Luna se mantiene impecable, caza ratones y pajarillos. Intenta trepar árboles y vallas, pero su corpulenta trasero la detiene.

En dos años, Luna supera a su padre felino en tamaño, intenta pelear contra otros gatos y perros, pero Misu siempre la frena:

Yo me encargo de los extraños; no permitiré que a una preciosa gatita le arruinen el pelaje.

Misu niega rotundamente que Luna sea una perra, pues admitirlo significaría reconocer que no es su hija. Cualquiera que afirme lo contrario recibe una reprimenda severa.

Una noche, Misu no vuelve a casa. Nunca antes había ocurrido. Luna lo espera, lo aguarda con ansias, intenta escalar la valla, huele entre rendijas, esperando percibir el rastro de su papá. Nada. Sus garras resbalan, su olfato no capta ningún aroma felino. Su corazón late con terror.

La perra corre por el patio, se sienta y aúlla a todo pulmón.

¡Déjala entrar! exclama la dueña del marido. ¡No podrá dormir hasta que el gato regrese, lo encontraremos y volverá con él!

Luna, como flecha liberada, se lanza más allá del cercado, se detiene un segundo, cierra los ojos y se concentra. Algo interior le indica la dirección, y, entre gemidos de impaciencia, corre hacia donde la había encontrado el gato.

Sus presentimientos no le fallan. Allí, sobre tierra húmeda, donde recién había secado el charco conocido por todos, yace Misu, desgarrado y exhausto.

Papá solloza la perra. Se acerca con cuidado, suplicando al universo que él sobreviva. Nunca ha llevado nada en la boca con tanta delicadeza.

El fino olfato de Luna reconoce dos aromas en la melena de su padre, los graba para siempre; los distinguirá entre millones.

¡Misu! grita.

Los dueños recogen al gato, lo envuelven en una manta, arrancan el coche y se dirigen a toda prisa al mejor veterinario del barrio, en la zona de Vallecas.

¿Y Luna? Corre detrás de ellos, persigue el coche hasta que desaparece de la vista. Allí se queda, esperando ¿Qué pensaba? ¿Qué comprendía?

La perra sólo teme que Misu nunca vuelva a casa. Su temor se confirma: la gente llega sin el gato.

Luna busca entre el coche, husmea los aromas a medicinas de sus humanos y llora silenciosa, solloza.

Durante tres días apenas come, sólo bebe, y la ira en su interior arde. ¿Por qué perros ajenos le arrancaron a su padre? Sus propios perros no los habría tocado; los suyos reconocería al instante por el olor.

El odio quema tanto que Luna no encuentra calma. Con dificultad comienza a comer, mirando con ojos sombríos la valla más a menudo. Verónica Cuzmín espera, aguardando el momento de escapar.

Pasan dos semanas y, de pronto, se abre la puerta del corral y los dueños se marchan. Luna sale corriendo del patio.

Da la vuelta a todo el pueblo El olor de los intrusos la guía; los encuentra a la orilla del camino, dos perros que devoran un ganso ajeno.

Luna se acuesta en el suelo, recordando la enseñanza de Misu: en la caza la clave es el silencio, esperar el momento y lanzar el ataque.

Como siempre, Verónica Cuzmín se siente una auténtica gata. No ladra sin razón, no se agita. Se desliza sigilosa, acercándose, conteniendo un rugido amenazador que hierve dentro.

De pronto, el salto brusco, tal como le enseñó su padre Los huesos crujen, el pelaje se desgarra bajo sus afilados dientes y garras. Lucha como una felina enfurecida, no como un perro.

Los perros chillan, pero no tienen oportunidad, como aquella noche en la que Misu estuvo solo. Luna triunfa, pero un tirón en el collar la arroja hacia atrás.

Entonces la dueña la abraza fuerte. El dueño, mientras tanto, ahuyenta a los perros maltrechos.

Luna, tranquilízate ¿Te mordieron los perros? ¡Qué valiente eres! ¡Casi no te vemos, pero ahora Misu te vio y viene al coche a socorrerte!

Al oír su nombre, Luna se queda paralizada y mira atrás ¡Misu está en el coche!

¿Sorprendida? Lo dejamos en la clínica para suturar, ponerle sueros y tratamientos. Te lo dijimos, perrita, estabas tan afligida que no escuchabas nada.

Verónica clama como hacía dos años y, con sus patitas temblorosas de felicidad, corre hacia el coche. Misu, severo, sacude la saliva de la emocionada Luna y le gruñe:

¿Te has vuelto loca, peleando sola con ellos? ¿No pudiste esperarme?

Y luego, con orgullo, añade:

Nadie ha visto a mi madre ¡pero ahora todos sabrán quién es la hija de Cuzkin! ¡La mejor gata del mundo!

Verónica huele la sutura en la espalda de Misu y lamenta haberla detenido tan pronto. Pero Misu tenía razón: ella sigue siendo una gata, y, como tal, sabe esperar pacientemente

Y mientras gime de emoción, Luna vuelve a lamer a su querido papá.

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MagistrUm
Verónica Kuzmínovna amaba profundamente a los gatos… ¿Y cómo no amarlos si se consideraba una de ellos, a pesar de ser una auténtica perra?