**Desenmascarando en la cocina: la verdad que rompió un compromiso**
Esa tarde, cuando llegó Raúl a casa de su amigo de la infancia Daniel, todo parecía una reunión cálida entre viejos compañeros. Estaban en la cocina, recordando sus años en el colegio, riendo y sirviéndose un trago de licor. El ambiente era acogedor, como en los buenos tiempos.
De repente, la puerta de entrada se abrió de golpe.
—¡Es mi prometida! Ahora os presento —anunció Daniel con alegría.
Una chica esbelta asomó por la cocina. Raúl se quedó petrificado. Y ella, al verlo, pareció paralizarse por un instante.
—Te presento a Raúl, ¡mi amigo de toda la vida! —dijo Daniel, animado.
—Encantada —murmuró la chica, forzando una sonrisa. Se llamaba Lucía. Casi de inmediato, salió de la habitación sin añadir ni una palabra más.
Apenas se cerró la puerta, Raúl sacó su móvil.
—Dani… necesito enseñarte algo.
Encendió un vídeo y giró la pantalla hacia su amigo. En segundos, Daniel palideció como si hubiera visto un fantasma.
**Una semana antes.**
—Oye, ¿estás libre ahora? —preguntó una voz conocida desde la infancia.
Aunque hacía años que Raúl se había mudado a Valencia por trabajo, Daniel lo habría reconocido en cualquier situación, incluso despertándolo a medianoche.
—¡Raúl! ¿En serio? ¡Claro que sí, ven! Tengo el cuarto de invitados libre. Puedes quedarte mientras buscas piso. Además, te presentaré a Lucía, mi prometida. Por cierto, ella también es de tu ciudad.
—Menuda casualidad —rió Raúl—. Vale, allá estaré en una semana.
Cuando Daniel le contó a Lucía la visita de su amigo, ella pareció tensarse.
—¿Y quién va a cocinar para él? ¿Quién limpiará? —preguntó con tono caprichoso, mostrando sus uñas impecables.
—Nosotros nos repartimos todo: los platos, la colada… Raúl es un adulto, no un niño. Se apañará.
—Ya veremos —contestó ella, frunciendo el ceño.
La reunión entre los amigos fue entrañable. De camino a casa, charlaron, rieron y hablaron de la vida. Ya en casa, Daniel abrió una botella —«por tu llegada»—.
—Solo un poco, mañana tengo una reunión de trabajo —advirtió Raúl.
Por la noche, cuando Lucía regresó del trabajo, los hombres ya habían recogido la cocina, preparado el té y puesto un partido de fútbol.
—Lucía, te presento a Raúl.
Al verlo, la expresión de Lucía cambió de golpe. Pero se recuperó rápido.
—Nos conocemos. Valencia. Hola, Raúl. No me lo esperaba.
—Yo tampoco —respondió él, esbozando una sonrisa irónica.
—¿Qué hay para cenar? —preguntó ella bruscamente antes de encerrarse en el dormitorio.
Más tarde, a solas, Daniel le preguntó:
—¿Qué pasa, Lucía? No pareces tú desde que llegaste.
—No me creerías —susurró ella.
Pero tras insistir, confesó: en el pasado, había salido brevemente con Raúl. Según ella, él era obsesivo, y cuando lo rechazó, intentó difamarla con rumores.
—Ahora intentará contarte algo de mí, seguro.
—¿Raúl? No parece el tipo de persona que haría eso…
Lucía rompió a llorar, se levantó y empezó a hacer la maleta.
—Si no me crees, esto se acabó. O yo, o él. Elige.
—Espera… Hablaré con él mañana. Si es cierto, se va.
—¿O sea que aún lo dudas? —gritó ella antes de salir, cerrando la puerta con rabia.
Al entrar en la cocina, Daniel encontró a Raúl esperándolo.
—¿Se ha ido? Lo he oído todo. Las paredes aquí son de papel —dijo con calma.
—Raúl, dime la verdad… ¿Lucía dijo algo cierto?
En silencio, Raúl abrió su móvil, buscó en la galería y le mostró una grabación.
En el vídeo, una chica muy parecida a Lucía, con maquillaje provocativo, bailaba sobre una mesa en una discoteca. Una voz ebria le lanzaba piropos. Al final, terminaba en brazos de un desconocido.
—De estos vídeos hay muchos, créeme. Lucía solía salir con un grupo que… digamos, no tenía buena reputación.
—¿Qué más sabes?
—No quiero decírtelo, pero…
—No eres tú quien debe avergonzarse, Raúl. Tú no me mentiste. Ella sí, mirándome a los ojos, fingiendo ser alguien que no era.
Yo pensaba casarme con ella. Formar una familia. ¿Me habría enterado si no hubieras venido?
Esa misma noche, terminó con Lucía. Cuando sus amigas empezaron a acusar a Raúl de arruinar su relación, Daniel expuso toda la verdad.
—No sabía su pasado. Ahora, no puedo confiar. Con una mujer así, no se construye un hogar. Así que… que se vaya.
Nadie la «rescató». Poco después, se mudó a otra ciudad, como si esperara que su pasado no la alcanzara.
O quizá, por fin entendió: ocultar la verdad solo retrasa lo inevitable. Y cuando sale a la luz, las consecuencias son irreparables.