Oye, qué historia más intensa, te la cuento como si estuviéramos tomando un café…
*Descubrimiento en la Cocina: La Verdad que Rompió un Compromiso*
Aquel atardecer, cuando Alejandro recibió en su casa a su amigo de la infancia, Raúl, todo parecía una tranquila reunión entre viejos compañeros. Estaban en la cocina, compartiendo anécdotas del colegio, riendo y sirviéndose un chupito de buen brandy. El ambiente era cálido y lleno de complicidad.
De repente, la puerta de entrada se abrió de golpe.
—¡Ahí está mi prometida! Te la presento —anunció Alejandro, emocionado.
Una chica esbelta asomó por la cocina. Raúl se quedó helado. Y ella, al verlo, pareció paralizarse un instante.
—Raúl, mi amigo de toda la vida —dijo Alejandro con entusiasmo.
—Encantada —musitó la chica, forzando una sonrisa. Se llamaba Lucía, pero en lugar de quedarse, salió del cuarto sin decir más.
Apenas cerró la puerta, Raúl sacó su móvil con gesto serio.
—Alejo… tengo que enseñarte algo.
Encendió un vídeo y le mostró la pantalla. En segundos, Alejandro palideció como si hubiera visto un fantasma.
*Una semana antes…*
—Oye, ¿estás libre? —preguntó una voz conocida en el teléfono.
Aunque hacía años que Raúl se había ido a trabajar a Valencia, Alejandro reconocería su voz en cualquier momento, incluso si lo despertaran a mitad de la noche.
—¡Raúl! ¡Hombre, claro que sí! Ven, tengo el cuarto de invitados libre. Mientras buscas piso, quédate aquí. Ah, y te presentaré a Lucía, mi prometida. Por cierto, ella también es de tu ciudad.
—Vaya casualidad —se rio Raúl—. Vale, allá estaré en una semana.
Cuando Alejandro le contó a Lucía que su amigo vendría, ella se puso tensa de inmediato.
—¿Y quién va a cocinar para él? ¿O limpiar? —preguntó con tono caprichoso, mostrando unas uñas impecables.
—Amor, ya hacemos todo juntos. Él es un adulto, no un niño. Se apañará.
—Tú verás —refunfuñó ella.
El reencuentro fue emotivo. De camino a casa desde la estación, Alejandro y Raúl charlaban como si no hubiera pasado el tiempo. Ya en casa, Alejandro sacó una botella de vino —*por la llegada*—.
—Solo un poco, mañana tengo una entrevista de trabajo —advirtió Raúl.
Esa noche, cuando Lucía llegó del trabajo, los dos hombres ya habían limpiado la cocina, preparado té y puesto un partido de fútbol.
—Lucía, este es Raúl.
Al verlo, la expresión de Lucía cambió por completo, aunque rápidamente fingió normalidad.
—Nos conocemos. De Valencia. Hola, Raúl. No me esperaba verte.
—Yo tampoco —respondió él con media sonrisa.
—¿Qué hay para cenar? —cortó ella, cambiando bruscamente de tema antes de encerrarse en el dormitorio.
Más tarde, a solas, Alejandro le preguntó:
—¿Qué pasa, Lucía? Llevas toda la noche rara.
—No me creerías —susurró ella.
Pero tras insistirle, confesó: tiempo atrás, había salido brevemente con Raúl. Según ella, él se obsesionó y, cuando lo dejó, empezó a difundir rumores para manchar su reputación.
—Seguro que ahora intentará convencerte de algo.
—¿Raúl? No es así…
Lucía rompió a llorar, agarró una maleta y empezó a meter cosas.
—Si no me crees, esto se acabó. O yo, o él. Elige.
—Espera… mañana hablo con él. Si es verdad, le echo.
—¡¿O sea que dudas de mí?! —gritó antes de salir furiosa, cerrando la puerta de un portazo.
Cuando Alejandro entró en la cocina, Raúl lo esperaba, sereno.
—¿Se fue? Las paredes son de papel, lo oí todo —dijo en voz baja.
—Raúl, dime la verdad… ¿Lucía dijo algo cierto?
Sin palabras, Raúl abrió su galería de fotos y le pasó el móvil.
En el vídeo, una chica idéntica a Lucía, pero con un maquillaje exagerado, bailaba sobre una mesa en una discoteca. Una voz borracha le gritaba piropos. Al final, acababa en brazos de un desconocido.
—Hay muchos vídeos así. En Valencia, Lucía salía con un grupo… bueno, de mala fama.
—¿Qué más sabes?
—No quiero decirlo, pero…
—No eres tú quien debe avergonzarse. Tú no me mentiste. Ella sí, mirándome a los ojos, fingiendo ser una santa.
Yo pensaba casarme con ella, formar una familia. ¿Me habría enterado si no hubieras venido?
Esa misma noche, rompió con Lucía. Cuando sus amigas empezaron a acusar a Raúl de arruinar su relación, Alejandro lo contó todo sin tapujos.
—No sabía de su pasado. Ahora no puedo confiar. Y con una mujer así… no se construye nada. Que se vaya.
Nadie *se la llevó*. Poco después, se mudó a otra ciudad, como si esperara huir de su propia historia.
O quizás, finalmente entendió algo: ocultar la verdad solo sirve un tiempo. Porque al final, siempre sale a la luz. Y entonces, ya no hay vuelta atrás.