Veinte años después reconozco en aquel chico a mi propio yo cuando era joven.
En la víspera de la boda, Alejandro sospecha que Lucía le es infiel. Aunque ella le jura lealtad y amor, él se niega a escucharla. Sin embargo, veinte años después se encuentra con el hijo de Lucía. Es su viva imagen
Les unía un amor de esos que sólo se leen en las novelas: apasionado, diferente, intenso. Muchos les envidiaban y no faltaban quienes buscaban arruinarles la dicha. Ambos se preparaban despacio para la boda, pero la ceremonia nunca llegaría a celebrarse.
La noche antes del enlace, Lucía confesó a su prometido que estaba embarazada. En lugar de alegría, se topó con la ira y sospecha de Alejandro. Él aseguraba que la había engañado; repetía una y otra vez que no era posible que se quedara embarazada tan rápido. Sin rodeos, le dijo que no la creía. Ella decidió tener ese hijo.
Algunos amigos de Alejandro le decían que era un necio. Todos sabían cuánto Lucía le quería. Pero él se mantuvo en sus trece. La relación terminó y, con ella, el compromiso matrimonial se fue al traste. Incluso llegó a proponerle que abortara, pero Lucía se negó. Esperó hasta el último momento una llamada de su amado para pedirle perdón, pero esa llamada jamás llegó.
Tampoco Lucía pensaba llamar. Alejandro estaba convencido de su versión. Cada uno hizo su vida. Lucía tuvo que afrontar las consecuencias sola. Cuando por casualidad se cruzaban por algún lugar de Madrid, Alejandro fingía no reconocerla. Llegó a verla en el parque con el niño, pero siempre apartaba la mirada, resistiéndose a recordar el pasado.
La vida de Lucía nunca fue fácil. Crió sola a su hijo y, a pesar de todo, supo encontrar la felicidad. Sí, renunció a una vida personal, pero ganó un pequeño ángel por el que hubiera hecho cualquier cosa.
Luchó con uñas y dientes para que su hijo fuera feliz y no le faltara de nada. Trabajó en varios puestos y logró asegurarle un buen futuro. David se lo agradecía a diario: era su mayor apoyo, su defensor a ultranza.
Terminó la universidad, hizo el servicio militar y encontró un empleo estable. Cuando fue creciendo, dejó de preguntar quién era su padre, porque ya lo intuía. Claro que de pequeño escuchó muchas historias sobre él, pero ¿realmente llegó a creerlas? Es evidente que no.
David era el reflejo de su padre. A los veinte años, recordaba a Lucía el mismo Alejandro del que ella se enamoró. Y un día, sus caminos volvieron a cruzarse: el de Lucía, el de Alejandro y el de David. Naturalmente, el padre biológico lo comprendió al instante: la semejanza era imposible de ignorar. Los observó largo rato, sin atreverse a decir nada.
Tres días después, por fin, Alejandro fue a buscar a Lucía y le preguntó:
¿Podrías perdonarme?
Hace mucho tiempo ya susurra Lucía.
Y así, aquellas historias de un padre lejano recobraron vida, y David, por primera vez, vio a su verdadero padre.







