Vecinos invasores: cómo se impuso un límite a la desfachatez

Los invitados del piso de al lado: cómo Vera puso límites a los abusos

Antonio llegó a casa cansado y el aroma a guiso llenaba el aire. En el horno se cocinaba carne, mientras Vera cortaba verduras para la ensalada. Él se acercó, le dio un beso a su esposa y comentó:

—Huele delicioso.

—Es para los invitados —respondió ella con una sonrisa.

—¿Para los míos? —frunció el ceño Antonio—. Te pedí que no cocinaras.

—Pero cómo… Es tu familia. Llegan del trabajo y necesitan comer.

—Vera, ya lo entenderás después… Mejor hubieras escuchado.

Unas horas antes, su madre le había llamado:

—Hijo, Natalia, la hija de Luisa, y su marido han comprado un piso cerca del vuestro. Hasta que terminen la reforma, no tienen agua. Luisa me pidió que se ducharan en vuestra casa un par de días.

A Antonio no le hizo gracia. Desde pequeño, Natalia le caía mal —igual que su madre, una aprovechada.

—Vale, que vengan —suspiró—. Solo a ducharse, nada más.

Natalia y su marido, Carlos, aparecieron al caer la tarde.

—¡Hola! Soy Natalia, este es mi marido. Tú debes de ser Vera, ¿no?

Sin esperar invitación, Natalia recorrió el piso, tocó los pomos de las puertas y hasta asomó la cabeza al dormitorio. Antonio cerró la puerta:

—¿No venían solo a ducharse?

—¡Sí, sí! Vera, ¿nos prestas toallas? No trajimos las nuestras.

Tras ducharse, no mostraban prisa por irse. Se sentaron en el salón, inhalando el aroma del guiso.

—¡Ay, qué rico huele! —gorjeó Natalia—. ¿Qué estás cocinando?

Vera suspiró y les invitó a la mesa.

Se lo comieron todo, sin dejar ni miga. Al marcharse, olvidaron las toallas, las esponjas y el champú. Vera respiró hondo:

—El gel y el champú no importan, pero tendré que comprar esponjas nuevas.

Al día siguiente, lo mismo. Y al tercero. Vera preparó una lasaña de espinacas, y Natalia puso mala cara:

—¡Puaj! ¿Esto coméis vosotros? Mejor una milanesa.

El cuarto día sirvieron pasta con salsa boloñesa. Natalia se quejó de nuevo:

—Casi no hay carne. Solo salsa.

Antonio preguntó a Carlos:

—¿Cuándo os dan el agua?

—Pues ya la tenemos —reconoció él con sinceridad.

Natalia intervino rápidamente:

—Pero falta instalar el grifo de la ducha…

Después de cenar, Vera miró a su marido:

—Se me ha ocurrido cómo ahuyentarlos. Pero tendrás que seguirme el juego.

Al día siguiente, cuando los invitados se sentaron, Vera trajo una bandeja con avena cruda, manzana rallada y miel.

—Es la “Ensalada de la Belleza Francesa”. Muy saludable. Antonio y yo ya solo comemos esto.

Natalia intentó masticar, pero el plato claramente no era de su gusto. Se marcharon enseguida.

—Esta noche cenas tú —le dijo Vera a su marido—. En el congelador hay empanadillas.

Unos días después, Natalia llamó:

—¿Otra vez con esa ensalada?

—Sí, Vera no cede… Si vienen, compren algo de jamón, que yo ya no puedo más.

—No, no volveremos. Ya tenemos agua y grifo nuevo.

Poco después, la madre de Antonio llamó:

—Luisa dice que Vera no te alimenta bien.

—Mamá, no hagas caso de tonterías. Estoy sano, saciado y feliz. Y otra cosa: dentro de un mes nos mudamos a una casa y vendemos este piso. Entonces veremos quién es familia de verdad.

**Moraleja:** A veces, un plato sencillo y firmeza son suficientes para enseñar a otros a respetar los límites.

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