Elena llegó a la casa de su suegra treinta minutos antes de lo previsto y, por casualidad, escuchó las palabras de su marido que le cambiarían la vida.
Detuvo el coche frente a una vivienda conocida y miró el reloj. Muy temprano, se dijo. No pasa nada, a la madre de Radu siempre le alegra verme.
Se acomodó el pelo en el retrovisor, salió del coche con una caja de pasteles en la mano y, bajo un día soleado perfumado por los lilotes en flor, recordó los paseos que solía dar por esos patios junto a Radu antes de casarse.
Al acercarse a la puerta sacó la llavesu suegra le había insistido tiempo atrás en que tuviera unay la abrió con suavidad, sin querer molestar a Ana Mihaela si estaba descansando.
El interior estaba en silencio, salvo unas voces ahogadas que venían de la cocina. Elena reconoció la voz de su suegra y estuvo a punto de levantar la voz cuando las siguientes palabras la congelaron.
¿Cuánto tiempo más podemos ocultarle esto a Elena? preguntó Ana Mihaela, con evidente inquietud. Radu, no le haces justicia.
Mamá, sé lo que hago respondió su marido, que según él debía estar en una reunión importante del trabajo.
¿En serio? Creo que cometes un error. Vi los documentos sobre la mesa. ¿De verdad piensas vender el negocio familiar y mudarte a Estados Unidos? ¿Por esa cómo se llama Jessica, del fondo de inversión que te promete ladrillos de oro en California? ¿Y Elena? Ni siquiera sabe que preparas los papeles del divorcio.
La caja de pasteles se le escapó de las manos y cayó al suelo con un golpe sordo, sumiendo la cocina en un silencio absoluto.
Un momento después, Radu salió al pasillo, atónito. Su rostro se puso pálido al ver a su esposa.
Elena llegas antes de lo esperado
Sí, antes contestó ella, con la voz temblorosa. Antes de descubrir la verdad. ¿O tal vez a tiempo?
Ana Mihaela apareció detrás de su hijo, con los ojos llenos de lágrimas y compasión.
Hija
Pero Elena ya se dirigía hacia la salida. Lo último que se oyó fue la voz de la suegra:
¿Ves, Radu? La verdad siempre sale a la luz.
Elena subió al coche y arrancó. Sus manos temblaban, pero sus pensamientos estaban claros. Sacó el móvil y marcó el número de su abogado. Si Radu preparaba los documentos del divorcio, ella también se prepararía. Después de todo, la mitad del negocio familiar le pertenecía legalmente y no permitiría que su destino se decidiera sin su intervención. La cadena de joyas Flori de Aur había sido fundada por el padre de Radu hace treinta años, empezando como un pequeño taller que hacía piezas únicas por encargo y llegando a una prestigiosa red de quince tiendas en todo el país.
Elena se incorporó a la empresa hace seis años como especialista en marketing, y allí conoció a Radu. Tras la boda se involucró por completo en la compañía, aportando ideas nuevas, lanzando la venta online y la distribución internacional. Gracias a ella, los beneficios se habían duplicado en los últimos tres años. ¿Y ahora Radu quería venderlo todo?
Nos vemos dentro de una hora dijo al teléfono. Tengo información relevante sobre una posible venta. Se trata de Flori de Aur.
Colgó y sonrió. Tal vez no había llegado solo temprano, sino justo a tiempo. Ahora su futuro estaba en sus propias manos.
Los seis meses siguientes se convirtieron en un largo proceso. Más tarde, Elena descubrió todo: seis meses antes, en una exposición internacional de joyería en Roma, Radu había conocido a Jessica Brown, representante de un fondo de inversión estadounidense. Jessica había visto potencial en Flori de Aur y convencido a Radu de vender la empresa, ofreciéndole un puesto en el consejo de administración de una nueva firma de Silicon Valley.
Radu, que siempre se había sentido eclipsado por el éxito de su esposa y agobiado por las tradiciones familiares, vio en esa oportunidad la posibilidad de iniciar su propia historia de éxito. Además, había surgido una relación romántica con Jessica, que ya le había encontrado una casa cerca de San Francisco.
En el tribunal, Radu estaba seguro de conseguir el control de la empresa, alegando que Flori de Aur era la herencia de su padre. Pero no había previsto la previsión de Elena, quien había conservado todos los documentos que demostraban su aportación al crecimiento del negocio.
En la tercera audiencia, los informes financieros mostraban cómo, gracias a su estrategia de marketing y al lanzamiento de las ventas online, los beneficios de la compañía se habían disparado. Elena permaneció de pie junto a la ventana, observando los lilotes en flor, y comprendió que la verdadera riqueza no residía en las joyas, sino en el poder de reconocer su propio valor.






