**Diario de Javier**
Lucía perdió su entrevista de trabajo por salvar a un anciano que se desplomó en una transitada calle de Madrid. Pero cuando entró en la oficina, casi se le escapa un grito al ver lo que encontró
Lucía abrió su monedero, contó los pocos billetes arrugados que guardaba y soltó un suspiro profundo. El dinero se acababa, y encontrar un empleo decente en Madrid era más difícil de lo que jamás imaginó. Repasó mentalmente la despensa para calmar el nudo en el estómago: el congelador tenía pechugas de pollo y unas croquetas congeladas, la alacena, arroz, pasta y una caja de infusiones. Con un cartón de leche y una barra de pan de la panadería de la esquina, tiraría unos días.
“Mamá, ¿a dónde vas?” La pequeña Nuria salió corriendo de su habitación, sus ojos oscuros buscando a Lucía con preocupación.
“No te preocupes, cielocontestó Lucía, forzando una sonrisa. Solo voy a una entrevista de trabajo. Pero adivina qué: la tía Marta y Sergio vendrán a jugar contigo.”
“¿Sergio viene?” Nuria se iluminó, aplaudiendo. “¿Traerán a Nube?”
Nube era el gato atigrado de Marta, un peluche viviente que Nuria adoraba. Marta, su vecina, se ofreció a cuidar de Nuria mientras Lucía acudía a la entrevista en una empresa de distribución alimentaria. Llegar al centro de Madrid suponía un viaje eterno en metro, más largo que la propia entrevista.
Llevaban dos meses desde que Lucía y Nuria se mudaron a la capital. Ahora se arrepentía de esa decisión precipitada: dejar atrás su vida con una niña pequeña, malgastar sus ahorros en alquiler y comida, todo por encontrar trabajo. Pero el mercado laboral madrileño era despiadado. A pesar de sus dos carreras y su empeño, un empleo fijo parecía un sueño imposible. En su pueblo de Toledo, su madre, Carmen, y su hermana pequeña, Ana, dependían de ella. Sin Lucía, no se defendían bien.
“Nube se queda en casa, cariñodijo Lucía. No le gustan los viajes. Pero pronto iremos a casa de la tía Marta y podrás abrazarlo.”
“¡Yo quiero un gato!” Nuria frunció el ceño, cruzando los brazos.
Lucía rio entre dientes. Nuria siempre hacía lo mismo al hablar de mascotas. En Toledo, en casa de la abuela Carmen, habían dejado a Luna, su gata negra, y a Canela, una perrita revoltosa. Nuria las echaba de menos cada día.
“Hija, este piso es alquiladoexplicó Lucía. El casero no permite animales.”
“¿Ni un pececito?” insistió Nuria, sorprendida.
“Ni un pececito.”
Las mascotas eran lo último en la mente de Lucía. Solo pensaba en encontrar trabajo. Sus ahorros se esfumaban, y cada día era una batalla contra la angustia. Al menos había pagado seis meses de alquiler por adelantado, pero eso la dejó casi sin un euro.
El timbre sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Marta y su hijo Sergio estaban en la puerta. Como siempre, Marta traía un táper de mantecados y una porción del pastel de limón que hacía su madre. Como Lucía, Marta era madre soltera, pero vivía con sus padres en un piso diminuto cerca. Ahorrar para algo propio en Madrid era como esperar que tocara la lotería.
**Lección del día:** A veces, lo correcto cuesta más de lo esperado. Pero la dignidad no tiene precio.







