Vacaciones con la parentela descarada: Poner los puntos sobre las íes en una escapada familiar española donde las verdades salen a la luz entre chorizos, broncas y viejas rencillas

De vacaciones con la familia descarada, poner cada cosa en su sitio

Llevo dos semanas aguantando, Nacho. ¡Dos semanas en este cuchitril que tienen la cara de llamar hostal!
¿Para qué accedimos siquiera?
Porque mamá lo pidió. «A Marcelita le hace falta descansar, que la pobre tiene una vida muy dura», imitó mi hermano la voz de madre.
Lo de la tía Marce, la verdad, sí daba pena, pero yo no conseguía sentir compasión. Nada de nada.
Marcelina, la hermana de mi madre por parte de madre, siempre fue la pariente pobre, aquella a la que todos debíamos ayudar.
La maleta no cerraba. Yo, cada vez con más rabia, apretaba la tapa con la rodilla para encajar la cremallera, pero traicioneramente se abría, escupiendo la orilla de la toalla de la playa.

Tras una fina separación de contrachapado a la que pomposamente llamaban pared en esta destartalada pensión, se oía un berrido: era Jesús, el hijo de seis años de la tía Marce.

¡Que no quiero puré! ¡Que no quiero! ¡Quiero croquetas! gritaba el niño como si le estuvieran despellejando.

Le siguieron un sonoro sopapo, tintineo de vajilla, y la voz, ronca y hastiada, de la propia Marce:

Ay, mi cielo, anda, tómate al menos una cucharadita, por tu mami.
Verónica, baja al súper y cómprale las croquetas, ¿no lo ves? El niño está deshecho.
Yo no puedo con las piernas, chica, no puedo.

Me quedé paralizado, agarrando el pestillo de la maleta. ¡Verónica! Y mamá irá corriendo, por supuesto…

Nacho, mi hermano, se sentaba en la única silla medio coja de nuestra diminuta habitación, mirando el móvil sin mover un músculo.
Ni siquiera había intentado preparar sus cosas. Su bolsa seguía ahí, arrinconada y a medio vaciar.

¿Lo escuchas? le susurré, señalando la pared. Otra vez la pobre de mamá en plan recadera.
«Verónica, trae», «Verónica, pon». Y mamá ahora saldrá corriendo.

No te calientes gruñó Nacho, sin levantar los ojos. Mañana volvemos a casa.

¡Llevo dos semanas aguantando, Nacho! ¡Dos semanas en este establo que venden como hostal!
¿Y para qué accedimos?

Porque mamá lo pidió. «A Marcelita le hace falta descansar, que la pobre tiene mala estrella», volvió a repetir mi hermano, con ironía.

Me senté al borde de la cama, que chirrió lastimosamente bajo mi peso.
La historia de la tía Marce, por fea que fuese, no conseguía despertar mi compasión.
Siempre había sido la pobre de la familia; la que parecía que tenía el mundo en deuda con ella.

Su primer hijo murió siendo un bebé una tragedia que en la familia todos susurraban.
Luego vino el marido, que tenía demasiado apego al vino y acabó pagándolo caro hace dos años.
La tía criaba ya dos hijos de padres diferentes y vivían todos juntos en casa de la abuela.
Allí también rondaba algún nuevo novio soñado que ya iba por el octavo.
Trabajar nunca ha sido lo suyo. Decía que su función era alegrar la vida y sufrir, mientras el resto debía mantenerle el teatro de su vida.
Sobre todo, mi madre, Vero, que, según ella, nadaba en euros.

Me levanté y fui a la ventana.
Las vistas, inigualables: cubos de basura y una tapia del gallinero del vecino.

Aquellas vacaciones fueron idea de mamá. Vayamos todos juntos, como familia, a ayudar a Marce, que necesita distraerse.
Ayudar significaba que Verónica pagaba los paquetes de la mayoría, hacía la compra, cocinaba para toda la tribu, mientras Marce y su nueva amiga una tal Loli, que se hizo inseparable junto a la piscina por su común amor a no dar ni golpe se tumbaban como estrellas en la terraza.

Prepárate, le dije a Nacho. Esta noche vamos todos al restaurante. Cena de despedida.

***
El restaurante, naturalmente, no lo elegimos nosotros.
Marce soltó que quería algo bueno, caro.
El local estaba en el paseo marítimo. Juntaron dos mesas para meter bien a toda la tropa así la llamaba yo por dentro.

Marce, con un vestido tornasolado que apenas aguantaba la presión, presidía la mesa junto a la amiga Loli una mujer de vozarrón, grande y teñida de rubio oxigenado.

¡Camarero! bramó Marce, sin mirar el menú. ¡Pon lo mejor! Unas chuletillas, unas ensaladas, y ese vino tinto, la jarra más grande…

Verónica, mi madre, en la esquinita, sonreía tímida. Estaba agotada, no había parado en quince días: que si Jesús chillando, que si Marce enferma, que si a Laura le aburre todo.

Mamá, pide el pescado que te gusta, venga le susurré, inclinándome.
Ay, qué dices, hijo, eso es muy caro refunfuñó Vero. Con una ensaladita ya tengo. Que Marce coma bien, que este año la ha pasado fatal.

Me hervía la sangre. Sí, sí, fatal. Por supuesto.
Mientras tanto, Jesús, ese pequeño emperador de seis años, golpeaba el plato con la cuchara.

¡Da de comer! ordenó, abriendo la boca sin apartar la vista de la tablet.

Y Marce, dejando su conversación con Loli, obedeció sumisa: una cucharada de puré directo a la boca de su hijo.

Mi angelito susurraba mimosa. Come, que tienes que llenar fuerzas.

Que tiene seis años, tía, ¡puede comer solo! no me aguanté.
En la mesa se heló el ambiente. Marce giró lentamente la cabeza:

¿Y a ti quién te ha preguntado, querido? escupió. Ya criarás los tuyos y entonces opinas.

Mi Jesús es sensible. ¡Necesita que le cuiden!

Lo que necesita es algún límite, y que le apagues la tablet, que solo grita y patalea si algo no le gusta. Estáis criando a un egoísta.

¡Uy, por favor! intervino Loli, llevándose las manos a la cabeza. Marce, mírala: psicólogo de pega.
Las gallinas dando lecciones a la madre gallina. Tú no tienes ni idea, niña pija, y ya nos das lecciones.

Hijo, calla murmuró mamá, tirando de mi manga. No montes un numerito. Te lo pido.

La noche fue eterna. Marce y Loli gritaban sobre hombres, cotilleaban sobre otros huéspedes, se lamentaban de la maldición de ser mujer…
Laura miraba el móvil cada tanto, lanzándonos miradas de desprecio a los mayores. Jesús, de vez en cuando, montaba un numerito para pedir postre, y le servían el mayor helado del local.

Cuando trajeron la cuenta, Marce suspiró, dramatizando:
¡Ay, el monedero! ¡Lo dejé en la habitación! Vero, paga tú, anda, ya te lo devuelvo cuando volvamos.
Eso no pasará nunca, pensé, viendo cómo mamá sacaba la tarjeta dócilmente.
Había sido así desde siempre.

***
Volvimos a la pensión pasada la medianoche. Yo fui directo a ducharme, para sacarme de encima el pringue de la velada.

El agua salía en hilo, ahora fría, ahora hirviendo.
Al salir, volví a mi cuarto, pero me detuve al oír cuchicheos en la cocina.

…¿Has visto la tía esa? sollozaba Loli. Pone unas caras
He comes solo, decía la chiquilla esa.
¿Y qué te importa, niñata? ¡No has vivido nada!
Si no fuera por ti, Vero, tu hija estaría recogiendo patatas en Segovia, no comiendo en restaurantes.

Arrogante y vacía, ni novio tiene, ni trabajo, lo único que tiene es soberbia.

Me faltó el aire.
El corazón me golpeaba en las sienes. Esperé. Esperé a que mamá dejase las cosas claras.
A que dijera: Cállate, Loli, y no hables así de mi hijo. Que al menos se marchara de la habitación.

Pero solo oí el suspiro resignado de Marce:
Ay, Loli, qué te voy a decir Difícil la niña esta… Siempre tan tiesa, como los del padre, todos con aires.
No como los míos. Laurita, aunque tenga carácter, es buena, generosa.
Pero este… nos trata como porquería. Hasta me duele comer si la tengo delante.

Vero, le has consentido demasiado aprobó Loli. Un azote a tiempo y no te hace esto.
Ahora se cree una reina y no respeta ni a su madre.
Yo ya la habría echado de casa para que aprenda lo que es la vida.

Me dejé caer apoyando la frente en el marco de la puerta. Mamá estaba muda.

Ahí seguía, con esas dos, bebiendo té (o algo más fuerte, por el olor), escuchando cómo hacían trizas a su propio hijo.
De golpe, me erguí. Abrí la puerta de la cocina de golpe.

El silencio fue total.
Eran tres sentadas en torno a la mesa de plástico, llena de restos de cena y envases vacíos.
Marce, embutida en su vestido brillante reventado en la axila, Loli con la cara colorada, y mamá
Mamá, encogida.

¿Así que soy un inútil y un arrogante? la voz no me temblaba. Era dura como una piedra.
¿Y tú, tía Marce, eres la de alma noble?

Marce emitió un hipo de sorpresa. Loli se irguió sobre la mesa como una montaña.

¿Y tú qué haces espiando, niñato? me ladró. ¿Te gusta poner la oreja?
No es que espie, es que lo gritáis tanto que se enteran hasta en recepción.
¿Qué pasa, tía Marce, el bocado no te pasa?
Pero cuando mamá pagaba la cuenta en el restaurante, ahí no se te atragantaba, ¿no?

¡Desagradecido! chilló la tía, poniéndose roja. Te tratamos con cariño y tú ¡Encima nos reprochas la comida!
Te podría ser tu madre y tú aquí hablando de dinero, ¡que te ahogues en tu propia miseria!

No es el dinero, es tu cara dura salté. Llevas la vida entera a costa de mamá.
Un marido, otro, tus hijos, tus enfermedades inventadas
Mamá revienta a trabajar para pagarte a ti las vacaciones de bendita, y encima la maltratas a sus espaldas.
Tu hija una grosera de libro, que habla mal de ti y te arrastra, y tú dándome lecciones.
¿Tu hijo? Un pequeño tirano al que no le sabes decir no.

Marce se quedó callada, boquiabierta.

¡Ya vale! gimió mamá, levantándose. ¡Basta ya! ¡Vete a tu cuarto!
No, madre, no me voy. La miré con tanto dolor que se le quebró la voz. Tú te quedas ahí y oyes a estas dos destrozándome, y callas. ¿Eso es ser madre?
¿De verdad lo permites?

Loli apartó la silla y avanzó hacia mí, cerrando el puño gordo.

Ya vale, mocoso, te voy a enseñar a respetar a los mayores
Levantó la mano. Ni me dio tiempo a asustarme: por instinto retrocedí, pero Nacho apareció, parando el brazo de Loli al vuelo.

Ni se te ocurra tocarle dijo muy bajo. Se acabó. Tía Marce, recoge tus cosas. Nos vamos.

¿Nosotros, quién? chilló Marce, descontrolada. ¡A mí me quedan dos noches pagadas!
¡Verónica! ¡Tus hijos se han vuelto locos! ¡Nos están sacando a la calle!

Y entonces mamá habló por fin. Se acercó a mí, me cogió del hombro y me sacudió.

¿Por qué lo has hecho, por qué has salido? ¡Te has cargado la noche! ¡Somos familia! ¡No tienes vergüenza de montar semejante numerito delante de todos!
Aparté sus manos, suave pero firme. Por dentro, algo se rompió definitivamente.

No me da vergüenza, mamá dije muy bajo. La que debería sentirse avergonzada eres tú, por dejar que se metan así con todos nosotros

Me di la vuelta y salí. Nacho detrás.

En la habitación, preparamos las cosas en silencio. A través de la pared llegaba el llanto teatral de Marce, mientras Loli confirmaba a gritos que éramos unos desalmados.
Laura, despertada por el jaleo, se quejaba porque no la dejábamos dormir.

No nos vamos ahora dijo Nacho, cerrando la bolsa. El autobús sale al amanecer. Tocará esperar en la estación.
Me da igual recogí las cosas de aseo en una bolsa. Mejor allí que un solo minuto más en este estercolero.

¿Y mamá?
Me quedé parado, una camiseta en las manos.

Mamá ha elegido. Se queda allá, consolando a la hermana.

***
Ahora mi relación con mamá es nula, y Nacho tampoco la ha perdonado.
Verónica nos ha llamado unas cuantas veces, diciendo que nos perdona si le pedimos perdón a Marcelina, pero tanto Nacho como yo tenemos muy claro que no queremos ese perdón.

Basta. Ya hemos recibido bastante.
Si mamá quiere seguir lamiéndole las botas a su hermana, allá ella.
Nosotros, sin parientes descarados, estamos mucho mejor.

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MagistrUm
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