Una vez, cuando estaba embarazada por segunda vez, se presentó en la puerta una chica con un bebé.

Madrid, 12 de octubre de 2018

Una tarde, cuando mi mujer estaba embarazada por segunda vez, escuché el timbre y, al abrir, encontré a una joven con un bebé en los brazos. No podía imaginar que aquella visita cambiaría mi vida por completo. Resultó que yo no tenía idea de con quién había compartido tantos años.

Conocí a Alejandro cuando tenía quince; él ya tenía diecisiete. Cinco años después nos casamos y, al cabo de un año, mi esposa quedó encinta. Cuando nació nuestra hija, Lucía, él se iluminó. Le dedicó toda su atención y, para poder darle lo mejor, empezó a trabajar aún más horas.

Mi marido compró un amplio piso de dos habitaciones en el barrio de Salamanca, y Lucía era lo más importante para él. La llevaba a la guardería, la acompañaba a sus clases de ballet y, los fines de semana, paseaban juntos por el Retiro mientras veían dibujos animados. Nuestra vida parecía un cuadro perfecto. Pero, un día, todo dio un vuelco.

Cuando mi esposa estaba embarazada por segunda vez, alguien llamó a la puerta. En el umbral apareció una muchacha de unos veinte años con un bebé recién nacido. La invité a pasar. Se presentó como Lucía, tenía diecinueve y resultó ser la segunda mujer de Alejandro.

Acababa de dar a luz a su hijo dos semanas antes y había decidido poner los puntos sobre las íes. Me dijo que llevaba dos años conviviendo con él y que no iba a renunciar tan fácilmente. Llamé a Alejandro y le pedí que viniera. Su respuesta me dejó helado:

Mira, hemos llevado una vida tranquila hasta ahora. No pienso cambiar nada. No quiero divorciarme, pero tampoco voy a abandonar a mi nueva familia.

No podía aceptar esa postura. Con los ojos llenos de lágrimas agarré su maleta y, cuando lo eché de la puerta, él me siguió gritando:

Cariño, lo vas a lamentar. El piso está a mi nombre; tú y los niños tendréis que mudaros a un piso viejo en las afueras de la ciudad. No cuentes con la pensión, mi sueldo oficial es ínfimo. Piensa bien cómo vas a vivir.

Aquellas palabras, dichas por el hombre al que había entregado mi corazón, me dejaron sin aliento. Decidí que no quería que mis hijos crecieran bajo su sombra. Alejandro se marchó con Lucía y, cargando mis pertenencias y las de los niños, me dirigí a nuestro pequeño apartamento.

No había tiempo para lamentaciones. Alejandro presentó la demanda de divorcio de inmediato; yo gasté lo último que tenía en un buen abogado. El especialista se encargó de todo, y el piso quedó bajo mi nombre y el de mis hijos. Ni siquiera solicité pensión alimenticia.

Siete años después, volví a casarme. Mi nuevo marido, Carlos, es totalmente distinto a Alejandro; es un hombre maravilloso. Al fin y al cabo, Lucía solo buscaba dinero de mi exesposa, y cuando Alejandro quedó sin techo, ella lo echó de su vida. Intentó volver a mí, pero ya no había espacio para él después de lo que me había dicho.

Hoy, mientras contemplo a mis niños jugando en el patio, entiendo que la dignidad y la tranquilidad valen más que cualquier promesa vacía. He aprendido que, cuando la lealtad se rompe, lo mejor es mantener la cabeza alta y seguir adelante.

Lección personal: la vida siempre ofrece una segunda oportunidad, pero depende de nosotros reconocerla y no volver a la sombra de quien nos ha fallado.

Rate article
MagistrUm
Una vez, cuando estaba embarazada por segunda vez, se presentó en la puerta una chica con un bebé.