Una solitaria jardinera encontró un teléfono en el parque. Al encenderlo, quedó impactada por lo que vio

**Diario de Marta**

Hoy ha sido un día que jamás olvidaré. Todo comenzó como cualquier otra mañana, saliendo al trabajo antes del amanecer. Los fines de semana, los jóvenes siempre dejan basura por todas partes, así que llegué al parque a las cuatro de la madrugada para limpiarlo. Llevo años trabajando como barrendera. Hubo un tiempo en que mi vida era muy distinta.

Mientras empuñaba la escoba, recordé a mi hijo, al que tuve a los treinta y cinco años. Nunca tuve suerte con los hombres, así que decidí dedicarme por completo a él. Adoraba a mi Javier. Era un chico listo, guapo Lo único que me inquietaba era lo mucho que odiaba vivir en este barrio.

Mamá, cuando sea mayor, seré un tío importante me decía.
Claro que lo serás, cariño le animaba yo.

Cuando cumplió dieciséis, se marchó a vivir a una residencia cerca del instituto. No me gustaba que estuviera tan lejos, pero prometió visitarme seguido.

Al principio, Javier venía a menudo. Pero luego conoció a una chica y las visitas se fueron espaciando. Hasta que un día volvió para siempre, con una noticia que me destrozó: estaba gravemente enfermo. No entendía por qué la vida nos ponía pruebas tan duras.

Hice todo lo posible por salvarlo. Los médicos recomendaron un tratamiento en otra clínica, pero costaba una fortuna. Sin dudarlo, vendí mi piso. Una noche, recibí la llamada que temía:
Su hijo ya no está con nosotros dijo el doctor.

Perderlo me dejó vacía. Sin él, nada tenía sentido.

Esta mañana, mientras barría, el señor Luis, un vecino soltero, pasó con su perro.
¡Buenos días, Marta! saludó.
¿Ya tan temprano, don Luis? respondí.
En casa me aburro. Paseo al perro y charlo un rato con usted dijo con una sonrisa.

Me dio vergüenza su atención, pero era agradable. Siguió su camino y yo continué trabajando, hasta que vi algo en un banco: un móvil. Lo encendí y aparecieron fotos en la pantalla. Alguien lo había olvidado. Al mirarlas mejor, el corazón me dio un vuelco.
¡Javier! ¡Mi niño! rompí a llorar.

De repente, el teléfono sonó. Dudé, pero contesté.
¿Hola? ¿Podría recuperar mi móvil? preguntó una voz femenina.
Sí, claro. Lo encontré en el parque. Venga a esta dirección le dije.

Poco después, una joven llamó a mi puerta. Detrás de ella, vi a un chico.
Disculpe, ¿por qué tiene fotos de mi hijo en su teléfono? pregunté.
¿De Adrián? contestó ella, confundida.

El chico entró y me quedé sin aliento.
¡Javier! grité, desmayándome.

Al volver en mí, los médicos ya se habían ido. La joven, llamada Lucía, me explicó:
Salió con su hijo hace años. Cuando le dije que estaba embarazada, desapareció.

No, cariño susurré. Él estaba enfermo. No quiso ser una carga.

Lucía palideció.
¿Enfermo? ¿Dónde está ahora?

Se fue hace años contesté, ahogándome en lágrimas.

Entonces llamó al chico.
Adrián, ven.

¿Sí, mamá?

Este no es tu abuelo. Tu padre murió antes de que nacieras. Y ella es tu abuela.

El chico me miró tímidamente.
Abuela

Ven aquí, cielo le abracé, sintiendo un calor que creía perdido.

Lucía sonrió.
¿Quiere mudarse con nosotros?

No, pero os visitaré siempre respondí.

En ese momento, llamaron a la puerta. Era don Luis, con un ramo de flores.
¿Me acompaña a pasear? preguntó.

Claro sonreí.

Lucía y Adrián asomaron.
¿Nos dejáis ir? pidieron al unísono.

Si se portan bien bromeó don Luis.

Dos meses después, nos casamos. Su perro, Thor, adora a Adrián. Mientras ellos pasean, yo hago magdalenas para todos. La vida, al fin, me ha dado una segunda oportunidad.

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Una solitaria jardinera encontró un teléfono en el parque. Al encenderlo, quedó impactada por lo que vio