La solitaria barrendera encontró un teléfono en el parque. Al encenderlo, tardó en reponerse de la impresión.
Marta Valverde salió al trabajo más temprano que de costumbre. Los fines de semana, los jóvenes siempre dejaban mucha basura, así que llegó a las cuatro de la madrugada para tenerlo todo listo. Llevaba muchos años trabajando como barrendera. Hubo un tiempo en que su vida era muy distinta.
Al agarrar la escoba, recordó a su hijo adorado, al que había tenido sola a los treinta y cinco años. Nunca tuvo suerte con los hombres, así que decidió dedicarse por completo al niño. No había nada que no hiciera por su Miguelito. Era listo, guapo Lo único que le inquietaba era que al chico no le gustaba nada vivir en aquel barrio.
Mamá, cuando sea mayor, seré un tío importante solía decirle.
Claro que lo serás, cariño. ¿Cómo no? lo animaba ella.
Pero cuando cumplió dieciséis, se marchó de casa para mudarse a una residencia cerca del instituto. A Marta no le gustaba que estuviera tan lejos, pero él prometió visitarla a menudo.
Al principio, Miguel venía con frecuencia. Pero luego conoció a una chica y, poco a poco, se olvidó de su casa. Hasta que un día regresó para siempre con una noticia devastadora: estaba gravemente enfermo. Marta no entendía por qué la vida les ponía pruebas tan duras.
Hizo todo lo posible por salvarlo. Los médicos le aconsejaron un tratamiento en otra clínica, pero costaba una fortuna. Sin dudarlo, la madre desesperada vendió su piso. Una noche, recibió una llamada.
Su hijo ha fallecido anunció el médico.
Marta ya no quería vivir. Sin su niño, la vida carecía de sentido.
Una mañana, como siempre, salió a limpiar las calles.
¡Buenos días! la saludó Ramón López, paseando a su perro.
¿Tan temprano hoy? preguntó Marta.
Aburrido en casa. Paseo al perro y charlo un rato con usted dijo él con una sonrisa.
Ramón era un soltero empedernido. Marta se ruborizaba un poco ante su atención.
Bueno, seguimos. No queremos interrumpirla dijo él, alejándose con el perro.
Marta retomó su trabajo, pero algo en un banco llamó su atención: un teléfono. Miró alrededor; no había nadie. Lo cogió y lo encendió. En la pantalla aparecieron fotos. Alguien debió de hacerlas y olvidarse del móvil. Al fijarse mejor, Marta rompió a llorar.
¡Hijo mío! ¡Mi Miguel! sollozó.
De repente, el teléfono sonó. Dudó, pero decidió contestar.
¿Hola? ¿Hola? ¿Es mi teléfono? ¿Puedo recuperarlo? preguntó una voz femenina.
Sí, claro. Lo encontré en el parque. Pase a recogerlo dijo Marta, dándole su dirección.
La chica llegó poco después. Cuando abrió la puerta, Marta vio a un joven detrás de ella.
Dígame, ¿por qué tiene fotos de mi hijo en su móvil? preguntó Marta.
¿De Miguel? se sorprendió la chica.
El chico entró en el piso.
¡Miguel! gritó Marta y se desmayó.
El joven se acercó rápidamente.
¿Qué le pasa?
Debe de haberte confundido con alguien. Llamaré a una ambulancia dijo la chica.
En quince minutos, los médicos la reanimaron. Cuando se fueron, Marta descubrió la verdad.
Recuperada, miró a la joven.
¿Me conoce? ¿Cómo llegaron esas fotos a su teléfono? preguntó, conteniendo el temblor en su voz.
Me llamo Lucía respondió. Hace años, salí con su hijo. Pero me dejó cuando supo que estaba embarazada confesó, con voz apagada.
¿Que la dejó? Él nunca me habló de usted.
Solo estuvimos juntos unos meses. Cuando le dije lo del bebé, desapareció. Pensé que había huido por miedo.
No, Lucía. Ahora lo entiendo. Mi hijo estaba muy enfermo. No quiso ser una carga para nadie, ni siquiera para usted. Hace años que se fue Marta no pudo contener las lágrimas.
Lucía palideció.
¿Que se fue?
Sí. Vendí el piso para pagar su tratamiento, pero no sirvió de nada.
Lucía respiró hondo.
Entonces solo quería protegerme.
Llamó al chico, que esperaba en silencio.
Miguel, ven aquí.
El muchacho se acercó.
¿Sí, mamá?
Miguel, ¿recuerdas que te dije que tu padre nos abandonó? Pues no fue así. Estaba enfermo y murió antes de que nacieras. Y esta es tu abuela.
Marta sintió que el corazón se le llenaba de calor al mirar a su nieto.
Abuela murmuró el chico, tímido.
Ven aquí lo abrazó con fuerza.
Lucía sonrió.
¿Por qué no se muda con nosotros? Tenemos espacio, y nos hará mucha falta.
No, cariño. Este barrio es mi vida. Pero os visitaré siempre.
En ese momento, llamaron a la puerta. Ramón estaba allí, con un ramo de flores.
¿Me acompaña a pasear? preguntó, tendiéndole las flores.
Por supuesto sonrió Marta.
Desde la cocina, Lucía y Miguel asomaron la cabeza.
¿Y a nosotros nos lleváis? preguntaron al unísono.
Si os portáis bien bromeó Ramón.
Dos meses después, Marta se convirtió en la esposa de Ramón. Su perro, León, se encariñó enseguida con los nuevos miembros de la familia. Mientras el nieto jugaba con el animal, la feliz abuela horneaba magdalenas para todos.







