**Segunda Oportunidad**
—¿Te vas a casa, Juana? —preguntó su amiga Beatriz, golpeando impaciente la mesa con sus uñas recién pintadas.
—No, me quedaré un poco más. Mi marido vendrá a buscarme —mintió sin remordimientos.
—Como quieras. Hasta mañana. —Beatriz salió del despacho balanceando las caderas.
Uno a uno, los compañeros abandonaban la oficina. Fuera se escuchaban pasos apresurados y tacones repiqueteando. Juana tomó el móvil y suspiró. *”Seguro que ya se ha tomado su cerveza, tirado en el sofá como un saco”.* Marcó el número. Tras tres tonos, escuchó el murmullo de la televisión antes de que la voz de Vicente respondiera:
—¿Dime?
—Vicente, está lloviendo y llevo botas de ante. ¿Por qué no vienes a buscarme?
—Cariño, lo siento, ya he bebido. Coge un taxi —respondió él con indiferencia.
—Típico. No esperaba menos de ti. Cuando me pediste matrimonio, juraste cuidarme.
—Juani, mi vida, es que el partido… —Los gritos de los aficionados ahogaron su excusa, y Juana colgó.
Aquellos días en que Vicente la esperaba a la salida del trabajo habían quedado atrás. Antes no tenía coche, pero siempre encontraba la manera de recogerla. Juana apagó el ordenador, se abrigó y salió.
El taconeo rompió el silencio del pasillo vacío. En la entrada, el subdirector, Adrián Martínez, hablaba por teléfono junto al guardia de seguridad. Alto, elegante, con un abrigo negro que le daba aire de actor de cine, era el sueño de todas en la oficina.
—Juana, ¿tan tarde? —Su voz grave le erizó la piel.
—Pensé que mi marido vendría, pero al final no pudo —respondió con una sonrisa fingida.
Adrián guardó el móvil y se acercó.
—Yo te llevo.
—No, por favor, llamaré un taxi —protestó débilmente, pero al salir, la lluvia y los charcos la hicieron dudar.
—Considera que tu taxi ya está aquí. —La tomó del brazo y la guió hacia su todoterreno.
¿Cómo negarse? Ojalá alguna compañera la viera. Adrián abrió la puerta con galantería. Juana subió, fingiendo torpeza al ajustar su falda.
—Llevo tiempo observándote. Eres exigente pero justa. Podrías dirigir el departamento de marketing.
—¿Y qué pasa con Carmen? —preguntó, sorprendida.
—Es hora de que se jubile. Es buena, pero no sigue el ritmo de los nuevos programas.
Juana se removió en el asiento. Le daba pena Carmen, que le había enseñado tanto, pero la oferta era tentadora.
—Tiene un nieto que va a casarse… —musitó.
—Eso no es problema. Recibirá una buena indemnización. ¿Aceptas?
La sensación de su mirada la electrizó. Cuando volvió la cabeza, él ya miraba al frente. De pronto, notó que pasaban por delante de su casa.
—Gira a la derecha. Ahí, en ese portal.
El coche se detuvo, pero Juana no se movió. No encontraba las palabras.
—¿Qué tal si comemos juntos algún día? —propuso él con su voz seductora.
Su corazón latió con fuerza.
—Quizá —contestó, sonriendo coqueta antes de salir.
—Hasta mañana.
El resto fue inevitable. ¿Qué mujer no caería ante un hombre así? Juana renació, sintiéndose deseada y joven otra vez. Pero cada vez que veía a Vicente tirado en el sofá, la irritación crecía.
Una tarde, tras otra discusión, estalló:
—¡Me voy de aquí!
Vicente palideció.
—¿Y yo?
—Sigue con tu cerveza y tu televisión.
De pronto, él se agarró el pecho y se desplomó. Juana gritó a su hija Sofía, que corrió a buscar el frasco de gotas que guardaba en el armario. Pero al verlo inconsciente, el pánico la invadió.
—¿Qué le diste? —gritó, temiendo lo peor.
—¡Lo que me dijiste! —Sofía le mostró el frasco de medicina.
Al llegar la ambulancia, el médico diagnosticó un infarJuana comprendió entonces, entre lágrimas y remordimientos, que a veces el amor no necesita pócimas ni escapatorias, sino simplemente una segunda oportunidad.