La nota que lo cambió todo: una historia escolar sobre amor y envidia
Alberto, como cada mañana, abría su mochila cuando, entre los cuadernos, encontró un papel doblado. Lo desplegó con cuidado y algo dentro de él se estremeció:
«¡Hola! Me gustas mucho. Si quieres vernos, te espero hoy a las cuatro detrás del colegio».
El chico se sorprendió, incluso se sintió confundido. No tenía idea de quién podía haber escrito aquello.
Pero la curiosidad pudo más. A las cuatro en punto ya estaba en el lugar acordado. Y entonces… la vio. A Lucía, la nueva estudiante, tímida y callada.
—¿Fuiste tú quien me escribió? —preguntó con cautela.
—¿Qué? —Lucía se quedó perpleja, como si no entendiera—. ¿Yo? ¡Claro que no!
—Entonces… ¿por qué estás aquí? ¿Me estabas esperando?
—Bueno… Susana me dijo que… que yo te gustaba… —murmuró Lucía, roja como un tomate.
Alberto frunció el ceño. La situación se volvía más extraña por segundo.
La mudanza que lo cambió todo
Lucía se había trasladado a otro barrio con sus padres cuando compraron un piso más grande. Aunque el hogar era más cómodo, su antigua escuela quedaba ahora lejos. Sus padres insistieron: si había un instituto cerca, allí estudiaría.
Lucía se resistió todo lo que pudo. En tercero de la ESO, cambiar de clase cuando todos ya tenían sus grupos era aterrador. Pero no la escucharon.
—¡Harás amigos! —dijo su madre—. ¡Eres una chica sociable!
Pero su madre se equivocaba. A Lucía siempre le costó conectar con la gente. Y en el nuevo instituto, no logró encajar.
Al principio, algunos mostraron interés, pero ella respondía con timidez, con monosílabos, evitando miradas. Poco a poco, la dejaron de lado.
Lucía no se quejaba—era simplemente distinta. Callada, observadora, admiraba en secreto a un chico: Alberto. Alegre, extrovertido, el favorito de la clase.
Le gustaba. Mucho. Pero ni siquiera se atrevía a imaginar hablar con él.
La envidia entre las paredes del colegio
Susana, una chica segura de sí misma y con carácter, se dio cuenta. Ella misma sentía algo por Alberto, aunque solo eran amigos.
Al ver las miradas furtivas de Lucía hacia él, Susana sintió un ardor en el pecho. Decidió poner a la nueva en su lugar.
—¿Os parece si la gastamos? —propuso a sus amigas—. Dejaremos una nota en la mochila de Alberto, como si fuera de una “admiradora secreta”, y a ella le diremos que él está interesado. ¡A ver cómo sale de esta!
Sus amigas dudaron, pero al final aceptaron. Susana se acercó a Lucía con falsa dulzura:
—Oí que le gustas a Alberto. ¿Quieres que lo confrimemos?
Los ojos de Lucía brillaron. Y eso terminó de enfurecer a Susana.
—Te citará —dijo—, pero no se lo digas a nadie. Detrás del colegio, a las cuatro. ¿Vale?
—Vale… —susurró Lucía, feliz, nerviosa, confundida.
Un final inesperado
Al día siguiente, Susana dejó la nota en la mochila de Alberto. Él la leyó, intrigado, y decidió ir.
Y allí estaba Lucía. Y ella lo vio a él.
—¿Tú escribiste esto?
—No… Me dijeron que tú…
Alberto lo entendió al instante. Respiró hondo. Ya conocía las mañas de Susana.
Pero Lucía había ido. ¿Significaba que su intuición era correcta?
—Si estás aquí, ¿es porque yo te gusto? —sonrió.
Lucía enrojeció. Quiso huir, pero Alberto la detuvo.
—Ya que nos hemos encontrado… ¿Quieres dar un paseo?
Susana, que espiaba desde una esquina grabando con el móvil, se quedó muda. No era el plan. No debía haber pasado así.
Pero lo peor llegó al día siguiente, cuando Alberto y Lucía entraron juntos al aula. Riendo. Sonriendo. Y se sentaron uno al lado del otro.
Las consecuencias
—¿Lo hiciste a propósito? ¿Para vengarte? —le preguntó Susana a Alberto al día siguiente.
—No. Tú nos presentaste. Gracias, en serio. Nos llevamos genial.
Susana no lo creía. Esperaba que todo terminara. Que fuera una broma pasajera.
Pero pasaron los meses. Siguieron juntos. Acabaron el instituto, luego la universidad. Y finalmente, una boda.
Fue entonces cuando Susana comprendió: su burla le había salido por la culata.
¿La moraleja?
Antes de actuar por envidia, piénsalo dos veces. A veces, el destino tiene su propia forma de poner todo en su lugar.