Una mujer que no comprende el significado de familia: ¡Ni siquiera su propio hijo le importa!

—¡A mi nuera no le importa nadie, ¡ni siquiera su propio hijo! —La historia de una mujer que no sabe lo que es una familia

Desde la boda de mi hijo, esperaba que en nuestra familia todo saliera bien. Pero, desde el primer día, supe que con esta mujer, Lucía, no íbamos a entendernos. No, no era celos, como algunos podrían pensar. Ya había aceptado que mi hijo había crecido, se había casado, y que ahora otra cosa ocupaba el primer lugar en su vida. Yo habría querido aceptarla, apoyarla, estar cerca. Pero, con el tiempo, me di cuenta de algo peor: ella no amaba a nadie. Ni a mí, ni a mi hijo, ni —lo más doloroso— a su propio hijo.

Lucía siempre puso sus deseos por encima de todo. Lo noté desde antes de la boda, pero pensé que, tal vez con el nacimiento de un niño, cambiaría. Que se volvería más tierna, más cuidadora. Me equivoqué. Siguió siendo igual de fría. A mi hijo parecía verlo como un ayudante temporal, útil solo mientras le convenía.

Casi nunca venían a verme. Las reuniones familiares siempre eran en mi casa, y solo entonces aparecía Lucía: impecable, con las uñas hechas, el pelo recién peinado, vestida con ropa cara. Y no importaría, pero cada vez que miraba a mi hijo, me daban ganas de llorar. Parecía agotado, desaliñado, perdido. No como un esposo feliz, sino como alguien intentando sobrevivir en tierra ajena.

—Ay, Lucía, no te ocupas mucho de tu marido —comentó mi hermana con cuidado durante una cena.

Lucía se rio:

—Yo no soy su niñera. Que se cuide solo.

No dije nada. Aunque me moría por soltarle todo lo que pensaba. Pero no quería arreglar la velada. Sin embargo, una idea se me quedó grabada: “¿Acaso le importa cómo está él, con tal de que sus pestañas estén perfectas y sus uñas brillen?”

Pasó un tiempo. Un día, mi hijo me llamó:

—Mamá, ¿puedo ir a tu casa? Necesito estar un rato contigo…

Su voz sonaba ronca, débil. Llegó una hora después: pálido, con fiebre, apenas podía mantenerse en pie. Casi me desmayo al verlo. Resulta que le habían recetado inyecciones, dos veces al día, puntuales. Y Lucía… Lucía dijo:

—No voy a levantarme con alarma para esto. Si tanto le preocupa, que lo haga su madre.

Y así llegó. Así era su “esposa”. Ni cuidado, ni compañía. Pensé que después de esto al menos pensaría seriamente en divorciarse. Pero no, a los pocos meses decidieron… tener un hijo.

Nació mi nieto, pero jamás vi amor de su madre. Hacía todo como una lista: darle de comer, cambiarle, acostarlo. Ni besos, ni abrazos, ni cariño. Una máquina, no una madre. Recuerdo cuando planeaban unas vacaciones. Lucía anunció que no llevaría al niño —”arruinaría el viaje”—. Sugirió dejarlo con una amiga. Ni conmigo ni con los suegros —todos trabajábamos—. Mi hijo se negó: no podía abandonar al pequeño. Al final, ella se fue sola.

Él se quedó con el niño. Cocinaba, paseaba, lo cuidaba. Todo solo. Tras eso, por primera vez, lo vi pensar en divorciarse. Pero, como siempre, dudó. “Quizá cambie”, dijo. No cambió. Siguieron juntos. Pero cada vez más, mi hijo pasaba la noche en mi casa —tras las peleas que ya no podía soportar.

Lucía vive como si estuviera sola. No necesita a nadie. Su marido es solo un compañero de piso. Su hijo, un estorbo. No lo entiendo… ¿Para qué casarse si no está lista para una familia? ¿Para qué tener un hijo si no lo quiere? ¿Por qué? ¿Por marcar un casillero?

Mi hijo sufre. Lo veo. Pero aún espera. Y yo aún aguardo el día en que entienda por fin —que esa mujer no va a cambiar. Solo entonces, quizá, comenzará una vida nueva, de verdad. Sin una esposa fría, sin fingimientos, pero con su pequeño hijo entre los brazos… querido y cuidado como merece.

La lección es clara: el amor no es un deber, sino un regalo. Y quien no sabe darlo, jamás sabrá lo que es una familia.

Rate article
MagistrUm
Una mujer que no comprende el significado de familia: ¡Ni siquiera su propio hijo le importa!