Una mujer entra casualmente en una cafetería, ve a su marido con otra y decide darles una lección que no olvidarán.

Judit entró en la cafetería durante su descanso y se detuvo en seco al ver a su marido con otra mujer. Respiró hondo al salir del edificio de oficinas. Hoy había sido un día agotador. ¿Realmente necesitaba esos informes ahora? Podría haberlo dejado para mañana. Con el estrés acumulado, decidió pasar por su cafetería favorita. Ya imaginaba el sabor de una ensalada griega y un café, un pequeño respiro que le devolvería algo de alegría.
Al entrar, notó que el local estaba casi vacío. Justo cuando iba a sentarse en su mesa habitual, vio un rostro familiar. Su marido, Saúl. Y no estaba solo. A su lado, una mujer imponente, elegante, como salida de la portada de una revista. Rubia platino, con un vestido ceñido y joyas que brillaban bajo la luz. Su maquillaje era impecable. Saúl le susurraba algo al oído, y ella reía, rozándole el brazo con complicidad.
El mundo de Judit se desmoronó. “Así que así es”, pensó, mientras la rabia hervía en su pecho. Por un instante, quiso acercarse y armar un escándalo, como en esas películas dramáticas. Pero se contuvo. No, eso sería demasiado fácil.
Retrocedió, ideando un plan. Si él quería jugar, ella le daría un espectáculo inolvidable.
Se sentó en una mesa al otro extremo, pero con vista directa a ellos. Pidió su ensalada y café, pero apenas les prestó atención. Sacó el móvil y marcó el número de Saúl. Su teléfono vibró sobre la mesa. Él miró la pantalla, apagó el sonido rápidamente y siguió con su conversación. Judit sonrió con amargura. “¿No quieres contestar? Qué curioso”
No apartaba los ojos de ellos. Saúl se inclinó hacia la rubia, murmurándole algo que la hizo reír, tapándose la boca con la mano. En su dedo brillaba un diamante enorme.
El corazón de Judit latía con fuerza. Respiró hondo, intentando calmarse. “Tranquila, no es para tanto”, se dijo, jugueteando nerviosa con la servilleta.
Los recuerdos acudieron a su mente: su primer encuentro, las citas tímidas, las promesas de amor. ¿Había sido todo mentira? ¿Ahora jugaba a dos bandas? Apretó los dientes pero siguió observando. Quería creer que solo era una compañera de trabajo. Aunque, ¿tan cerca? ¿Tan arreglada?
De pronto, vio pasar a un hombre alto, bien vestido, con un aire sofisticado. Como sacado de un anuncio. La inspiración llegó en ese instante.
“Disculpe”, le llamó, haciéndole detenerse.
El hombre la miró, intrigado. “¿Sí?”
“Tengo una petición algo absurda”, dijo Judit, con una sonrisa calculada. “Verá, necesito que me ayude con una pequeña escena. Nada complicado. Mire allí”, señaló discretamente hacia Saúl, “ese es mi marido. Y parece que bueno, me está engañando. ¿Podría hacerme el favor de acompañarme? Quiero que sienta lo mismo que yo.”
El hombre reflexionó un segundo, luego sonrió. “¿Por qué no? Me llamo Tomás.”
Judit devolvió el gesto, aunque su pulso acelerado delataba su nerviosismo. Miró de reojo a Saúl. Él la había visto. Sus ojos se abrieron ligeramente, sorprendido.
No esperaba encontrarla allí. Y con otro hombre.
Tomás se sentó frente a ella, siguiendo el juego. Judit se inclinó hacia él, fingiendo intimidad, riendo en los momentos adecuados. Notó cómo Saúl empezaba a inquietarse, sus dedos tamborileando sobre la mesa.
“Eres un gran actor”, susurró Judit.
“¿Ves cómo se pone?”, respondió Tomás. “Mírale la cara. ¿Crees que ya es suficiente?”
Judit sonrió. “Vamos a pasar junto a ellos. A ver qué hace.”
Se levantaron, tomados de la mano, y caminaron lentamente hacia la salida. Al pasar junto a Saúl, Judit no pudo resistirse.
“¡Hola, cariño! Qué sorpresa verte aquí. ¿Y quién es tu amiga?”
La rubia la miró, confundida. Saúl palideció.
“Es”, tartamudeó, “una compañera de trabajo.”
Judit arqueó una ceja. “¿Compañera? Qué curioso. Pensé que hoy tenías reunión con clientes.”
Saúl apretó los puños. “Judit, ¿qué estás haciendo? ¿Quién es este tipo?”
“¿Y tú? ¿Qué diría tu ‘compañera’ si supiera que estás casado?”
La rubia se puso de pie, fría. “¿Estás casado?”
Saúl no respondió. Ella agarró su bolso y salió sin mirar atrás.
“Fantástico”, espetó él. “¿Contenta? Era una cliente importante. Un trato de miles de euros. ¡No era lo que piensas!”
Judit cruzó los brazos. “¿Y él? ¿Quién es?”, señaló a Tomás.
Saúl miró al otro hombre con desprecio.
“¿Qué pasa? ¿Tú puedes divertirte y yo no?”
“¿Me estás engañando?”, preguntó Saúl, la voz quebrada.
Judit alzó la barbilla. “Sí.”
Tomás, incómodo, se levantó. “Creo que esto es cosa vuestra. Buenos días.”
Saúl dejó unos euros en la mesa y salió sin decir nada más.
Judit respiró hondo. No podía creer lo que acababa de pasar. Llamó a una compañera para que la cubriera en el trabajo y se fue a casa. Al abrir la puerta, Saúl estaba sentado en el sofá, con mirada cansada.
“Judit ¿de verdad me pusiste los cuernos?”
Su voz sonaba lastimera. Judit se sentó junto a él y susurró:
“No. Lo hice para herirte. No podía soportar verte con ella.”
Saúl pasó una mano por su pelo.
“Todo esto ha sido una estupidez. Lo siento, debería haberte dicho la verdad. Era solo negocios. Te lo juro.”
Judit calló, apoyando la cabeza en su hombro. Seguía dolida, pero sus palabras la calmaban.
“Prométeme que no volverás a mentirme.”
“Te lo prometo.” La besó suavemente en la frente y la abrazó. Judit sintió cómo la tensión se esfumaba poco a poco. Aún ardía por dentro, pero al menos, al final, todo había salido bien.

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MagistrUm
Una mujer entra casualmente en una cafetería, ve a su marido con otra y decide darles una lección que no olvidarán.