»Un viaje de negocios» con sabor a traición: la nota que lo cambió todo
Alejandro llegó a casa agotado después de un día duro de trabajo. Dejó el maletín junto a la puerta y entró en la cocina, donde su mujer, Lucía, freía unas croquetas.
—Mañana tengo que irme de viaje de negocios —dijo secamente—. Prepárame la maleta.
Lucía se dio la vuelta, frunciendo el ceño con desconfianza:
—¿No puede ir otro? Qué raro… ¿un viaje en fin de semana?
Alejandro no contestó. Solo se encogió de hombros y fue a cambiarse de ropa.
Al día siguiente, se marchó. Pasaron dos días y, de repente, volvió a casa. El piso estaba en silencio. Ni Lucía ni su hijo, Pablo. Era por la tarde, la hora en la que solían estar siempre allí.
—Qué raro —pensó Alejandro, colgando la chaqueta.
Sacó el móvil y marcó el número de su mujer. No contestó. Iba a llamar otra vez cuando vio un papel sobre la mesa de la cocina. Una nota. La letra era clara, tranquila, pero con cada palabra que leía, el pánico le apretaba el pecho.
«Alejandro. No nos busques. Estoy harta de los secretos, las mentiras y la distancia. Pablo se ha venido conmigo a casa de mi madre. Necesitamos tiempo. No llames. Si de verdad nos quieres, dános espacio.»
La leyó varias veces. El corazón se le encogió. Se dejó caer en una silla y se quedó mirando al vacío. En su mente empezaron a desfilar los últimos días…
El nuevo jefe en su departamento había llegado de golpe. En el puesto del respetado y veterano Pedro Estévez, ahora estaba ella: Julia Mendoza. Fría, segura de sí misma. Se rumoreaba que había conseguido el puesto por enchufe, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta.
En la primera reunión, Julia dejó claro que no aceptaba tonterías. Disciplina, informes, cero relajación. Alejandro llegó un minuto tarde y se encontró con su mirada gélida.
—Apunte lo que digo —su voz cortaba como un cuchillo—. No toleraré un segundo retraso.
Pasaron tres semanas. Todos se esforzaban. Alejandro también. Y, al parecer, Julia se había fijado en él. Un día lo llamó a su despacho.
—Trabaja con eficiencia. ¿Por qué no ha ascendido antes? —preguntó, jugueteando con un bolígrafo.
—No lo sé… —respondió él con sinceridad.
—El viernes hay una feria importante en Madrid. Irá usted. Evalúe el equipo, tome notas. Y, quizás… —hizo una pausa— …podríamos hablar de un ascenso.
Dentro de él, todo se debatía. Había prometido a Pablo ir al parque ese fin de semana. Su hijo lo esperaba. Y Lucía… iba a sospechar.
Pero se fue.
Y, como si el destino se burlara, en el tren se sentó al lado de Julia Mendoza. Llevaba un traje elegante pero informal, y parecía casi… cercana.
—No tema, no muerdo —sonrió—. Este viaje le hará bien.
Hablaron durante todo el trayecto. En el hotel, sus habitaciones estaban… juntas. Alejandro dudó que fuera casualidad.
Y luego, por la noche… llamaron a su puerta. Al abrir, estaba Julia. En una mano, una botella de cava; en la otra, bombones.
—¿Puedo? —preguntó en voz baja.
Todo pasó rápido. El cava, la charla, la mirada… su mano en su hombro… Un beso al que no se resistió.
Al volver, notó que algo iba mal. Lucía estaba fría. Pero no dijo nada.
Hasta que encontró el rastro de pintalabios en su camisa.
—¿Esto qué es? —su voz era tranquila, pero heladora—. Sabía que ese viaje no era normal.
Gritos. Lágrimas. Alejandro calló. Esa noche, durmió en el sofá.
Y al día siguiente… la nota.
Se quedó allí, con el papel entre los dedos temblorosos. No se dio cuenta de las lágrimas hasta que le rodaron por la cara. No lo había querido. No lo había planeado. Pero pasó.
En el trabajo, volvió a la rutina. Julia siguió siendo fría, distante. Cuando le propuso otro viaje, él respondió con firmeza:
—Lo siento. No iré. Le prometí a mi hijo que iríamos al parque, y no pienso fallarle otra vez. Hay otros compañeros que pueden hacerlo igual de bien.
Julia arqueó una ceja:
—¿Sabe que esto puede truncar su carrera?
—Lo sé. Pero ya he truncado demasiadas cosas.
Salió del despacho sin mirar atrás.
Ese fin de semana, fue al parque con Pablo. Le compró un helado. Lo subió a los columpios. Lo vio reír. En su interior había silencio. Y, por primera vez en mucho tiempo… paz.
El ascenso se lo dieron a otro. Y aunque Lucía no volvió de inmediato, al mes empezaron a hablar. Poco a poco. Como adultos.
Y Alejandro nunca más confundió su carrera con lo más importante: su familia.