Una madre soltera sin un duro envió por error un mensaje a un millonario pidiéndole dinero para leche de bebé… y ahí empezó todo.
Lucía Mendoza estaba sentada en la pequeña cocina mal iluminada de su piso destartalado, con el cansancio pegado a los huesos. Eran las dos de la madrugada y, en la habitación de al lado, su bebé, Mateo, lloraba sin parar. Llevaba horas intentando calmarlo, pero los lloros por hambre no dejaban lugar a dudas. Solo le quedaba leche en polvo para un último biberón… ¿y luego qué?
Como madre soltera que apenas llegaba a fin de mes, Lucía no veía salida. Su trabajo en un bar de mala muerte apenas le daba para el alquiler, sin contar lo básico para Mateo. Ya había empeñado su anillo de compromiso para pagar la compra, y no podía pedir ayuda a su familia, que tampoco andaba sobrada de dinero.
«Paquetes vacacionales en familia» un anuncio perdido entre sus pensamientos.
Agarró el móvil y abrió la aplicación del banco: el saldo era desesperantemente cero. Entonces, su mirada se posó en un mensaje que llevaba días guardado como borrador. Estaba dirigido a un número que encontró en un foro online donde alguien decía poder ayudar con leche infantil. Lucía había tirado el dado, pero solo había recibido respuestas vacías, cada una más decepcionante que la anterior.
Esa noche, acorralada y desesperada, escribió:
«Hola… Odio pedir esto, pero no me queda leche para el bebé y no cobro hasta la semana que viene. Mi hijo no para de llorar y no sé qué hacer. Si pudieras ayudarme, te lo agradecería eternamente. Perdona por molestarte, pero no tengo a nadie más. Gracias por leerme».
Suspiró hondo y pulsó «enviar» sin pensarlo dos veces, con el dedo temblando sobre la pantalla. Ya estaba acostumbrada a disculparse por sus penurias, pero esta vez no tenía nada que perder. Entre sollozos ahogados, se dejó caer en la silla, esperando una respuesta… sin creérselo del todo.
Minutos después, el móvil vibró.
Un mensaje apareció:
«Hola, soy Javier Delgado. Creo que te has equivocado de destinatario. Pero entiendo que estés pasando por un momento difícil. No te preocupes por la leche, me encargaré de que tengas lo necesario».
Lucía miró la pantalla, incrédula. No tenía ni idea de quién era ese hombre. ¿Javier Delgado? El nombre le sonaba un poco, pero no sabía de qué. Parte de ella sospechaba que era una estafa. Ya había visto timadores usando nombres falsos para sacar dinero. Pero este mensaje sonaba… sincero.
Antes de que pudiera responder, llegó otro mensaje:
«Puedo mandarte lo que necesites mañana. Céntrate en ti y en tu hijo, Lucía. No te preocupes más».
A Lucía se le cortó la respiración. No era una estafa, lo sentía. Quienquiera que fuese ese hombre, estaba ofreciendo ayuda de verdad.
Las lágrimas brotaron. Por primera vez en años, Lucía se permitió tener esperanza.
Al día siguiente, llegó un paquete a su puerta: varias cajas de leche infantil, con una nota.
«Sé lo duro que puede ser. Espero que esto te ayude. No dudes en contactarme si necesitas algo más».
La nota estaba firmada simplemente: Javier Delgado.
Lucía se quedó paralizada, mirando las cajas. Nunca había recibido un regalo tan generoso, menos aún de un desconocido. ¿Era real? ¿Desaparecería tan rápido como había llegado?
Entre la incredulidad, comenzó a abrir las cajas. Cada una estaba llena de suministros: toallitas, pañales, leche… mucho más de lo que habría imaginado. Por primera vez en meses, Lucía sintió que podía respirar. Sacó una foto y le escribió a Javier:
«Gracias, Javier. No tengo palabras para lo que esto significa. Has hecho posible que pueda cuidar de mi hijo, y por eso, te estaré eternamente agradecida».
La respuesta de Javier llegó al instante:
«Me alegra poder ayudar. Pero no es caridad. Es apoyar a alguien que lo necesita. Yo he estado en tu lugar».
Lucía parpadeó. ¿Javier había estado en su lugar? No sabía nada de él. ¿Era rico? ¿Empresario? ¿Filántropo? ¿Por qué se preocupaba por ella?
Antes de que pudiera preguntar más, otro mensaje:
«Si necesitas algo más leche, comida, lo que sea, dime. Tengo recursos para ayudarte».
Lucía se dejó caer en la silla, mirando el móvil. No quería abusar, pero estaba tan abrumada por la gratitud que no supo qué decir. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué hacía esto?
Tras un largo silencio, escribió:
«¿Por qué me ayudas? No me conoces».
La respuesta no tardó:
«Porque sé lo que es sentirse ahogado. A veces parece que a nadie le importa, pero te aseguro que sí. Yo puedo ayudar, y quiero que tú y Mateo tengáis una oportunidad. Nadie debería pasar por lo que estás pasando, sola».
Las manos de Lucía temblaron al leer esas palabras. Era demasiado. Sintió una chispa de esperanza, algo que no sentía desde hacía años. ¿Y si Javier era realmente la respuesta a todas sus súplicas?
Con los días, Javier siguió enviándole cosas: cada vez más generoso. Pagó el alquiler cuando el casero amenazó con echarla, le compró la compra, incluso una nueva sillita y una cuna para Mateo.
Hasta que un día, llegó un mensaje que la dejó sin aliento:
«Me gustaría conocerte en persona. Es hora de que hablemos cara a cara».
Lucía estaba nerviosa. Seguía sin saber quién era realmente, ni por qué hacía todo esto. ¿Era un engaño? ¿Tenía segundas intenciones? Pero otra parte de ella estaba emocionada. Después de todo, Javier ya le había cambiado la vida.
Quedaron al día siguiente en una cafetería tranquila. Lucía llegó temprano, agarrando el móvil. No sabía qué esperar… ni siquiera si creía lo que estaba pasando.
Entonces, la puerta se abrió y entró un hombre que irradiaba seguridad. Alto, bien vestido, con una sonrisa que podía estar en la portada de una revista. El corazón de Lucía se aceleró. Era él: Javier Delgado.
Se acercó a su mesa con calidez.
«Lucía», dijo, tendiéndole la mano. «Encantado de conocerte al fin».
Lucía se la estrechó, todavía incrédula.
«No esperaba que… fueras así».
Javier rio entre dientes.
«Supongo que te he sorprendido en más de un sentido».
Se sentaron, y Lucía, sin darse cuenta, empezó a contarle cosas que nunca había compartido con nadie. Le habló de sus luchas, de su pasado, de lo que había hecho para sobrevivir. Javier escuchó, sin juzgar. Por primera vez, sintió que un peso se aliviaba.
Entonces, Javier se inclinó un poco, con voz suave:
«Lucía, no te he ayudado solo porque pudiera. He vivido tu lucha. Pero quiero que sepas que no tienes que hacerlo sola. Tú y Mateo… tenéis un futuro conmigo, si lo deseas».
Lucía parpadeó.
«¿Qué quieres decir?»
Javier sonrió.
«Te he estado observando. Y quiero construir ese futuro. No solo con dinero, sino contigo y Mateo a mi lado. Quiero que seamos una familia».
(«Paquetes vacacionales en familia» otra vez ese pensamiento intrusivo, como un anuncio mal puesto).
El corazón de Lucía latió con fuerza. ¿Estaba pasando de verdad?
Javier ya había hecho tanto, pero ahora of






