La madre llevó a su hijita a elegir un cachorro en la perrera, pero la niña se detuvo frente a la jaula del perro más triste y no quiso seguir sin él…
Pablo sostenía con firmeza la manita de su hija pequeña, Lucía, de dos años, mientras cruzaban el umbral de la protectora de animales de la ciudad. Los rayos del sol mañanero se filtraban por los amplios ventanales, iluminando las hileras de jaulas, desde donde miradas llenas de esperanza seguían a los visitantes. En el aire se mezclaban los sonidos del lugar: ladridos, maullidos lastimeros, el crujir de la paja y el rasguño de uñas contra el suelo.
Vamos, cariño dijo Pablo con una sonrisa cálida, ¿escogemos un amiguito?
Lucía asintió, y sus ojos brillaron de emoción. Llevaba tiempo soñando con tener su propio perro, observando cada día desde la ventana cómo los niños del vecindario jugaban con sus mascotas en el parque.
En los sueños de Pablo, ese día había sido muy distinto. Imaginaba elegir un cachorro adorable un golden retriever o un alegre labrador que crecería junto a Lucía. Obediente, sano, bonito… la mascota perfecta.
Pasearon frente a las jaulas de los cachorros juguetones, los perros adultos elegantes y los gatitos esponjosos. Pablo señaló los que le parecían más simpáticos, pero la niña ni siquiera parecía verlos.
De repente, Lucía se detuvo como clavada en el suelo.
En el rincón más apartado, semiescondido en la penumbra de la jaula, había un perro cuyo aspecto hizo que a Pablo se le helara la sonrisa. El pitbull estaba en un estado lamentable: pelo enmarañado, piel inflamada, cuerpo demacrado. Tenía la cabeza vuelta hacia la pared, como si sintiera vergüenza.
Lucía, vamos dijo Pablo, apresurado. Mira esos cachorritos tan monos.
Pero la niña apretó su nariz contra los barrotes de la jaula.
Papá, ¿qué le pasa? ¿Está malito? susurró.
Sí, cariño, está enfermo respondió con un suspiro un trabajador de la protectora que se acercó. Se llama Thor. Lleva aquí más de medio año. Pero… el hombre calló, sin terminar la frase.
Pablo frunció el ceño. Para él, los pitbulls siempre habían simbolizado agresividad y peligro. Y este, además, estaba enfermo. ¿Y si era contagioso? ¿Impredecible?
Lucía, vámonos dijo, esta vez con firmeza. Hay muchos otros perros.
Pero la niña se sentó justo frente a la jaula, como si sus pies se hubieran enraizado en el suelo.
Quiero este dijo con determinación.
¿Qué? No, Lucía, ni hablar. Míralo bien, está muy enfermo. Además, los pitbulls son peligrosos.
El trabajador, que se presentó como Javier, movió la cabeza con tristeza.
Thor no es malo. Más bien está… roto. Lo abandonaron de cachorro porque lo encontraron “feo” comparado con los demás. Lo rescataron ya enfermo, con infecciones. Una familia lo adoptó, pero lo devolvió a las semanas: decían que era demasiado apático.
Pablo sintió cómo dentro de él luchaban la lástima y el sentido común. En casa tenían un niño pequeño, orden, tranquilidad. ¿Para qué traerse problemas?
Tiene problemas graves de piel, necesita cirugía, y es muy cara continuó Javier. La protectora no puede costearlo. Si no encuentra dueño este mes… calló.
Lo sacrificarán musitó Pablo, casi sin voz.
Por desgracia, sí.
Lucía no apartó los ojos del perro en todo ese tiempo.
Perrito llamó suavecito. Perrito, mírame.
Nada cambió.
Yo soy Lucía. ¿Y tú quién eres?
Pablo ya iba a coger a su hija para llevársela, pero algo lo detuvo.
Se llama Thor dijo.
Thor repitió la niña. Qué nombre más bonito. Thor, seamos amigos.
Y entonces ocurrió el milagro. El perro alzó lentamente la cabeza y encontró la mirada de Lucía. Sus ojos reflejaban una tristeza tan profunda que a Pablo se le encogió el corazón.
¿Puedo acariciarlo? preguntó la niña.
No sé… dudó Javier. Tiene miedo de la gente, no deja que se le acerquen.
¿Podemos intentarlo? su voz era tan sincera que era imposible negarle.
Javier abrió la jaula con cuidado. Al oír el ruido de la cerradura, Thor se encogió en su rincón y gimió quedamente.
¡Lucía, no! exclamó Pablo.
Pero la niña ya había entrado. Se agachó en el centro de la jaula y extendió su manita hacia el perro.
No tengas miedo, Thor susurró con su vocecita. No te haré daño, solo quiero ser tu amiga.
El perro la observó con cautela durante unos minutos. Luego, paso a paso, muy despacio, se acercó. Olfateó su mano largamente y, al final, la lamió con timidez.
Lucía soltó una risa de alegría:
¡Mira, papá! ¡Me ha dado un beso!
Algo cambió en el corazón de Pablo. Por primera vez en meses, una chispa de esperanza brilló en los ojos del perro. Miró a la niña con ternura, como si temiera hacerle daño, y siguió lamiéndole la mano con timidez.
Papá dijo Lucía con seriedad mientras acariciaba la cabeza de Thor está muy triste. Necesita una familia.
Nunca lo había visto así murmuró Javier, observando la escena. ¡Mirad! ¡Está sonriendo! ¡De verdad, está sonriendo!
Y era cierto. La expresión del perro parecía iluminarse desde dentro. Su cola comenzó a moverse, y sus ojos ya no reflejaban dolor.
Pero está enfermo suspiró Pablo. Y el tratamiento será muy caro…
Yo lo pago dijo de pronto, casi sin pensarlo. Todo.
Javier sonrió ampliamente:
Solo hay un “pero”. Las normas dicen que los animales deben completar todo el tratamiento antes de ser adoptados.
Pablo asintió, comprendiendo que era lógico. Pero solo pasaron unos días cuando sonó el teléfono.
¿Pablo? la voz de Javier sonaba preocupada. ¿Podrías venir? Thor… ha dejado de comer, no para de gemir. Creemos que echa de menos a tu hija.
Enseguida vamos respondió Pablo sin dudar.
En la protectora, el perro estaba acurrucado en un rincón, mirando la pared sin vida. Pero al ver a Lucía, pareció revivir: saltó, movió la cola con alegría y lloriqueó.
¡Thor! gritó la niña, pegada a los barrotes. ¡Te he echado de menos!
Llevádselo a casa dijo Javier con firmeza. Es una excepción, pero estará mejor con vosotros que aquí. Podéis seguir el tratamiento en una clínica privada.
En casa, Thor se escondió bajo la cama y tardó horas en salir. Pablo empezó a dudar: ¿y si era peligroso? ¿Y si…? Pero Lucía se tumbó en el suelo y empezó a contarle en voz baja sobre sus juguetes, la sopa que harían y dónde estaría su plato.
Al anochecer, el perro salió con cautela y se acostó junto a ellos. Esa noche, mientras la niña dormía en el sofá, Thor se acomodó a sus pies.
Bueno p







