La joven apenas había cumplido diecinueve años cuando se encontró de pie, vestida de blanco, sonriendo a los invitados bajo la luz dorada del salón. Todo parecía un cuento de hadas: el lujoso banquete en Madrid, los miles de claveles y rosas, el champán fluyendo como un río, los invitados adinerados con sus trajes de diseñador. Pero detrás de aquella fachada perfecta se escondía la cruda realidad. Sus padres la habían entregado en matrimonio a un anciano millonario de más de setenta años, don Alfonso de la Cruz, cuya fortuna superaba los veinte millones de euros.
No hubo elección. Su padre había perdido una fortuna en el casino, su madre luchaba por salvar su casa en Sevilla. El viejo les ofreció una solución: matrimonio. La joven, llamada Lucía Valverde, sabía que no era amor, pero tampoco se resistió. Su sacrificio salvaría a su familia, y eso bastaba.
La boda fue espléndida. Los invitados alzaron sus copas de cava, brindando por la felicidad y larga vida de los recién casados. Don Alfonso, con su traje impecable, sostenía la mano de Lucía, mirándola con satisfacción. Entre murmullos, unos envidiaban su “suerte”, otros lo juzgaban, pero nadie supo el nudo que atenazaba el corazón de la joven mientras se preparaba para aquella primera noche.
Cuando los últimos invitados se marcharon, Lucía entró en la suite nupcial del hotel. El silencio era denso. En la cama, el anciano yacía vestido con un pijama de seda, los ojos cerrados. Ella se acercó con pasos lentos, las manos temblorosas, esperando lo peor. Pero entonces, algo horrible sucedió.
Los segundos se arrastraban. Al tocar su brazo, un escalofrío la recorrió. Su piel estaba fría.
¿Don Alfonso? susurró, sin respuesta.
Lo sacudió con desesperación, pero su cuerpo permaneció inmóvil. Un infarto lo había arrebatado en plena noche de bodas. Los sirvientes entraron corriendo, los médicos llegaron demasiado tarde. Lucía, con solo diecinueve años, se convirtió en viuda el mismo día que en esposa.
La mañana siguiente trajo el escándalo. La muerte repentina del magnate conmocionó a toda Barcelona. Pero lo más sorprendente estaba por venir: según su testamento, toda su fortuna pasaba a manos de Lucía.
De la noche a la mañana, la joven se transformó de la hija pobre de una familia arruinada en una de las mujeres más ricas de España. Palacios en Marbella, joyas de valor incalculable, acciones en empresas, cuentas en bancos suizos. Su vida dio un vuelco. Había aceptado una existencia de resignación por amor a los suyos, pero el destino le entregó, en una sola noche, la libertad que nunca imaginó.