Entré corriendo a una peluquería en el centro de Madrid durante la hora de la comida para hacerme la manicura. En la silla de al lado había una mujer delgada y guapa, rozando la treintena, con acento andaluz, que se secaba el pelo mientras contaba algo animadamente. El secador ahogaba su voz, pero aun así logré escuchar…
Atrapé la historia a medias, así que comienzo por ahí, disculpen.
«¡No sabía qué regalarle para su cumple! Lo tiene todo, es abogada, independiente… Llevamos siete años de amistad, desde la universidad. Nada de bufandas, quería sorprenderla. ¿Tú qué le regalarías a alguien así, Juanita?», preguntó a la peluquera. Esta se rascó la sien: «¿Quizá un kit de cremas? Nunca vienen mal…».
«¡Exacto, Juanita! Paseando por Gran Vía, vi una tienda tipo Women’Secret. Entré: lencería, accesorios íntimos… Todo muy elegante. Pensé: le compraré cremas aromáticas. Tiene éxito profesional, pero en el amor… ¡Ya sabes! Pero…». Hizo una pausa dramática. «Un dependiente latino, guapísimo, me convenció de cambiar las cremas por… ¡un consolador!».
El local enmudeció. Juanita apagó el secador: «Voy a aplicarte aceite en las puntas…». Mi manicurista desconectó el secador de uñas: «Ya secarán solas». Todas nos acercamos, intrigadas.
«Era enorme, violeta, con diez vibraciones. El latino me hizo una demo… ¡en el aire! Zumba un poco fuerte para mi gusto, pero por lo demás es genial». Nadie fingía trabajar ya.
«Incluía una caja de terciopelo y un manual de instrucciones», continuó. «Lo llamé José Lila, lo envolví con lazo rosa y se lo regalé. ¡Crucé los dedos!».
Su amiga lo abrió en casa, pero antes… «En el aeropuerto, al pasar el escáner, la caja llamó la atención. “¿Qué lleva aquí?”, gruñó el agente de aduanas. Ella balbuceó: “Es… un electrodoméstico”.
“¿Un electrodoméstico? ¡Ábralo!”.
José Lila, al vibrar en la cinta del escáner, cobró vida. Zumbando, girando, luciendo su elegancia violeta… hasta que el agente, con cara de tomate, gritó: “¡Retire esto ahora!”.
Mientras intentaba guardarlo, un chico detrás susurró: “Yo puedo hacerlo mejor… y también zumbar”. Otro pasajero le ofreció ayuda: “¿Necesita que la acompañe?”.
Al final, intercambió números con tres pretendientes antes de salir…».
La peluquería estalló en risas. Tras un silencio, alguien murmuró: «¿Dónde está esa tienda?».
La historia continuó: «Dos días después, mi amisa me llama: “¡José Lila no funciona!”. Le sugerí llevarlo a Pablo, mi técnico de electrodomésticos.
Pablo, al verlo, se ofreció a repararle “cualquier aparato” en su casa…».
Mientras las clientas reían, una preguntó en voz baja: «¿Y… funcionó al final?».
«¡Claro! Solo necesitaba un adaptador… Pero mi amiga ahora tiene más citas que citas en su agenda».
Secadores y máquinas de uñas volvieron a rugir. En un rincón, una mujer susurró: «Oye… ¿me pasas la dirección de esa tienda?».