UNA ENCRUCIJADA EN LA NOCHE: EL ENCUENTRO CON EL COCINERO

Cada tarde, a la hora precisa, pasaba un chaval junto a ese restaurante elegante de Salamanca.
Nunca solicitaba nada.
No profería palabra alguna.
Se detenía junto al escaparate y se ponía a mirar.
Observaba los platos bien servidos, los cubiertos relucientes, la gente riendo mientras disfrutaba de la comida.
Tras un rato, reanudaba su camino… con la mochila desgastada a la espalda y el estómago completamente vacío. 🎒🥺
Una tarde, el cocinero jefe le vio desde la cocina.
Y murmuró al camarero:
—La próxima que lo veas cruzar, llámalo. Tengo que hablar con él.
Al día siguiente, el chico volvió, puntual como siempre.
Antes de que pudiera escabullirse, el chef salió a la calle.
—¿Tienes hambre?
El muchacho asintió en silencio, sin articular palabra.
—¿Y te gustaría formarte entre fogones?
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, sin dar crédito a lo que oía.
Y así fue como dieron comienzo. 🍽️👨‍🍳
Le entregó un delantal viejo y le asignó un rincón en los fogones para fregar cacharros, pelar patatas y descubrir aromas y sabores jamás imaginados.
No le pagaba un salario.
Le ofrecía conocimiento de verdad.
Con el paso del tiempo, el muchacho aprendió a picar cebolla sin que escapara una sola lágrima.
A montar huevos al punto justo.
A respetar los tiempos de cocción sin impacientarse.
Y a poner el corazón en cada guiso que preparaba.
Pasaron años. 🧄🍳
Hoy, ese chaval se llama Andrés Navarro.
Tiene veinticuatro años.
Y es el jefe de cocina del mismo restaurante donde antaño solo podía mirar desde la calle.
Cada martes figura un plato singular en la carta:
«Recuerdo desde la acera».
Una receta sencilla, elaborada con los ingredientes que solía comer en su niñez.
Y cada vez que un cliente la escoge, Andrés esboza una sonrisa y comenta:
—Ese plato lleva un ingrediente que no hallarás en los demás:
Hambre… por transformar el azar.

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