Una elección que nunca quise: entre mi pareja y mis nietos

La elección que nunca quise: entre mi marido y mis nietos

Yo, Carmen Hernández, viví cuarenta años con mi marido. Éramos esa familia “de manual”: él, un respetado profesional en una empresa constructora de Madrid; yo, profesora de matemáticas en un instituto, llevando la casa, criando a nuestro hijo y manteniendo el tipo, como corresponde. No éramos ajenos a los problemas, pero siempre salíamos adelante. Pensaba que nada nos vencería. Hasta que algo lo hizo.

Nuestro hijo, Daniel, era la viva imagen de su padre: firme, orgulloso, categórico, con carácter fuerte. No bebía, no salía de juerga, estudió con beca, se graduó con honores y consiguió un buen puesto en una empresa tecnológica. Estábamos orgullosos, lo veíamos como nuestro legado. Se casó, pero aquel matrimonio se rompió al año: su esposa le fue infiel. Mi marido, Antonio López, lo tomó como una traición personal.

Poco después, Daniel conoció a otra mujer. Nos alegramos, pero la alegría duró poco: resultó que ella estaba casada. Lucía. Guapa, inteligente, educada. Pero para Antonio, una pecadora. Se negó en redondo a aceptarla.

—Dime, Dani, ¿cómo puedes estar con ella? —preguntó Antonio una noche en la cena—. Dejó a su marido por ti. ¿De verdad crees que no hará lo mismo contigo?

—Padre, la amo. Es mi elección.

—Pues entonces considera que no tienes padre.

Aquellas palabras fueron una sentencia. Daniel se marchó esa misma noche. Y a la mañana siguiente, Antonio canceló su tarjeta, dejó de pagar su máster y hasta llamó a su trabajo para impedir que le dieran días libres, alegando “problemas familiares”.

Intenté hablar con mi marido, le supliqué que no cortara los lazos con su propio hijo. Pero fue inútil:

—Quien traiciona una vez, lo hará otra vez. No quiero saber nada de él… ni de esa… descarada.

Daniel alquiló un piso pequeño en las afueras de Zaragoza, consiguió un segundo trabajo para pagar el alquiler y las deudas. Lucía se divorció y se mudó con él. Se casaron, pero jamás pisaron nuestra casa. Cinco años sin oír su voz, sin ver cómo vivía. Y el corazón me dolía. Más aún cuando supe que habían tenido una hija… mi nieta.

Empecé a rogarle a Antonio: “Perdónalo, es nuestro hijo”. Pero él solo apretó los labios y dijo frío:

—Si quieres verlo, vete de esta casa. No permitiré que el engaño sea bienvenido aquí.

Creí que se le pasaría. Pero no. Y entonces me decidí. Una amiga de la farmacia me dio su dirección. Compré juguetes, llevé comida, horneé un bizcocho y fui.

Daniel no abrió enseguida. Se quedó mirándome… hasta que me abrazó. Sin palabras. Lucía salió de la cocina, cubierta de harina, sonriendo. No guardaba rencor. Y la niña… con los mismos ojos grises que Antonio, se me echó al cuello.

Estuvimos hasta el atardecer, tomando café, recordando. Yo les pedí perdón por mi silencio. Ellos me lo dieron. Al anochecer, volví a casa.

La cocina, vacía. El dormitorio, solitario. Solo una nota en la mesa, junto al espejo, con letra pulcra:

“Te lo advertí. Antonio”.

Nada más. Las maletas, desaparecidas. El teléfono, apagado. Mi marido se había ido. Para siempre.

No sé qué me dolió más: la supuesta traición de mi hijo o la marcha de Antonio. No le fui infiel, no mentí. Solo quise ver a mis nietos. A mi sangre. Pero para él, eso fue suficiente para borrar toda una vida.

Ahora vivo sola. A veces Lucía pasa con la niña, me invita a su casa. Daniel está más tranquilo, sonríe más. Les va bien. Y me alegro. Pero mi corazón… está vacío. Porque echo de menos a Antonio. Su voz, su seguridad, su presencia. Compartimos cuatro décadas. Y nos separó… el orgullo.

No me arrepiento de elegir a mis hijos. Pero duele. No por dudar de mi decisión, sino porque el amor, al parecer, puede perder… no ante la infidelidad o la distancia, sino ante el rencor y la terquedad.

Y si alguien me preguntara si volvería a hacer lo mismo, diría:

—Sí. Porque si hay que elegir entre el orgullo y la familia, elijo a mi familia. Aunque me quede sola.

Rate article
MagistrUm
Una elección que nunca quise: entre mi pareja y mis nietos