No puedo olvidarlo desde hace diez años. ¿Cómo seguir adelante?
Tenía solo 23 años cuando me fui a estudiar a España. Joven, ingenua y llena de sueños, no podía imaginar cómo un solo encuentro cambiaría mi vida y dejaría una huella que aún perdura.
El primer día en la universidad, el destino me presentó a Francisco. Era diez años mayor que yo, español, reservado y tranquilo, no el tipo de hombre al que solía sentirme atraída. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron, el resto del mundo desapareció. Había dos docenas de personas en la mesa, pero solo lo veía a él. Algo dentro de mí se movió. Sentía como si lo conociera, como si lo hubiera buscado toda mi vida y finalmente lo hubiera encontrado.
Comenzamos a cruzarnos más y más, y descubrí que teníamos amigos en común. Poco a poco nos acercamos, y pronto comenzó nuestra historia. Él empezó a aprender polaco y yo, español. Era pura euforia. En sus abrazos me sentía yo misma, y en su voz había una ternura que solo había conocido en películas. Estaba feliz. Hasta que descubrí que estaba casado, tenía una esposa y un hijo en España.
El mundo se me vino abajo en un instante. Quise irme, romper todo, olvidar, pero no pude. Él me contó que planeaba divorciarse, que su esposa le había sido infiel y su relación estaba destruida; solo esperaba el momento adecuado. Yo sufría, me debatía, y finalmente regresé a Polonia. Pero volví destrozada.
Pasé tres meses sin salir de casa. La única persona con la que hablaba era Francisco. Cada día, durante horas, hablábamos por videollamada. No me dejó sola en ese infierno. Y cuando decidí regresar a España, me recibió en el aeropuerto con flores y comida caliente que él mismo había preparado. Siempre se preocupaba por mí, por si tenía dinero, si tenía frío o si había comido. Era como un hermano mayor y, al mismo tiempo, mi amor.
Pero pronto todo volvió a decaer. La esposa de Francisco decidió no divorciarse, por el bien del niño. No podía dejarla, no podía dejar a su hijo. Honestamente me dijo que no había futuro para nosotros. Me rompió el corazón por segunda vez.
Pasó un año y todavía no podía olvidarlo. Fue entonces cuando apareció Javi en mi vida, también español, del mismo pueblo que Francisco. Empezamos a salir, me quedé embarazada y di a luz. No estábamos casados, pero vivíamos como una familia. Durante todo este tiempo seguí comunicándome con Francisco. Preguntaba por mí a nuestros amigos comunes, quería saber cómo estaba, cómo vivía, cómo estaba mi hijo. No desapareció de mi vida, aunque siempre estuviera en un segundo plano.
Un día, el 19 de enero, Javi y yo íbamos a casarnos. Pero, por algunas razones, pospusimos la boda para el verano. Y el 21 de enero, apenas dos días después, Francisco me encontró y me dijo que finalmente se había divorciado. Era libre. Y supe que no podía casarme con Javi. No podía engañarlo ni engañarme a mí misma.
Le conté toda la verdad a Javi. Sobre cómo durante todos esos años amé a otro. Que no pude olvidarlo. Que lo intenté, luché contra este sentimiento, pero era más fuerte que yo. Francisco también confesó que nunca me había olvidado, que todo ese tiempo pensó en mí.
Le presenté a Francisco a mi hijo. Nos propuso vivir juntos. Y aunque mi corazón se rompía de culpa hacia Javi, sabía que no había elección. Había vivido demasiado tiempo en el pasado. Durante diez años, intenté borrar a Francisco de mi memoria, pero él estaba dentro de mí cada segundo.
No quiero apartar al niño de Javi. No quiero herirlo. Es un buen hombre y un padre maravilloso. Pero el amor no se elige. O está o no está.
Ahora estoy en una encrucijada. Mi corazón late con el ritmo del dolor y la esperanza. Miro a los ojos de mi hijo y no sé cómo explicarle que a veces, para ser feliz, hay que dar un paso hacia lo desconocido. Miro a los ojos de Francisco y veo en ellos la misma chispa que vi el día de nuestro primer encuentro.
Hace diez años no sabía lo que era el amor verdadero. Ahora lo sé. Pero este amor ha traído tantas lágrimas, tantas pérdidas, que no estoy segura de si podré ser completamente feliz. Y, sin embargo… lo elijo. Porque nunca he sentido nada más fuerte en mi vida.