Una década después de la partida de Sarah: un padre y sus cinco hijos enfrentan la ausencia

**Una década sin Lucía: un padre y sus cinco hijos enfrentan su ausencia**

Cuando Lucía decidió marcharse, dejando atrás a su marido y sus cinco hijos, jamás imaginó que Álvaro, su esposo, no solo sobreviviría sin ella, sino que prosperaría. Diez años después, al volver para reclamar su lugar, encontró una realidad que la superaba, con unos hijos que apenas recordaban a su madre.

Esa mañana gris, la llovizna golpeaba suavemente las ventanas de su humilde casa entre olivos. Álvaro Méndez colocaba cuatro tazones desiguales con cereales cuando Lucía apareció en la puerta, maleta en mano y un silencio que dolía más que cualquier palabra.

No puedo seguir susurró.

Desde la cocina, Álvaro alzó la vista:

¿No seguir con qué?

Ella miró hacia el pasillo, de donde venían risas y gritos infantiles.

Con esto. Pañales, ruidos, platos sucios. Es lo mismo cada día. Me ahogo en esta vida.

Un peso cayó sobre el corazón de Álvaro.

Ellos son tus hijos, Lucía.

Ella parpadeó, frustrada:

Lo sé, pero ya no quiero ser madre. Al menos, no así. Necesito respirar.

La puerta se cerró de golpe, destrozándolo todo.

Álvaro se quedó inmóvil, el sonido de los cereales mojados en leche ahora ensordecedor. Cinco caritas asomaron, confundidas.

¿Dónde está mamá? preguntó Carmen, la mayor.

Él se arrodilló y abrió los brazos:

Venid aquí, niños.

Así comenzó lo más difícil.

Los primeros años fueron duros. Álvaro, profesor de ciencias en un instituto, dejó su trabajo para repartir mercancía de noche y cuidar de los niños de día. Aprendió a hacer coletas, preparar bocadillos, calmar pesadillas y estirar cada euro.

Hubo noches llorando en la cocina, entre platos sucios. Momentos en que creyó quebrarse: un niño enfermo, otro con problemas en el colegio, la pequeña con fiebre todo en un día.

Pero Álvaro nunca cayó.

Se adaptó al sacrificio.

Dejó su carrera por ellos.
Aprendió a ser madre y padre.
Soportó lo insoportable.
Los años pasaron.

Ahora, con pantalones cortos y una camiseta de dinosaurios que encantaba a los gemelos, Álvaro estaba frente a su casa bañada por el sol. Su barba, entrecana, mostraba el paso del tiempo y la fuerza ganada cargando mochilas, compras y niños dormidos.

A su alrededor, cinco niños reían en una foto:

Carmen, con 16 años, lista y valiente, mochila llena de pins de física.
Sofía, 14, artista callada con manos manchadas de pintura.
Iván y Nora, gemelos de 10, inseparables.
Lucía, la pequeña de 6, que cuando su madre se fue era un bebé.
En sus vacaciones de primavera, hacían excursiones que Álvaro había planeado y ahorrado todo el año.

Entonces, un coche negro entró por la calle.

Era ella.

Lucía bajó con gafas de sol y pelo impecable. Parecía intacta, como si hubiera estado de vacaciones.

Álvaro se quedó helado. Los niños miraron a esa desconocida.

Solo Carmen la reconoció, dudando.

¿Mamá? preguntó.

Lucía se quitó las gafas y, con voz temblorosa, dijo:

Hola, niños. Hola, Álvaro.

Sin pensar, Álvaro se interpuso:

¿Qué quieres?

Verlos respondió con lágrimas, y verte. He perdido mucho.

Los gemelos se agarraron a sus piernas. Lucía, la pequeña, preguntó:

Papá, ¿quién es?

Álvaro la alzó:

Es alguien del pasado.

Lucía pidió hablar a solas.

Se alejaron un poco.

No merezco nada admitió. Me equivoqué. Pensé que ser libre me haría feliz, pero solo encontré soledad.

Álvaro respondió:

Dejaste cinco hijos. Yo no tuve opción. Sobreviví.

Lo sé susurró. Pero quiero enmendarlo.

No puedes arreglar lo que rompiste. Ellos ya no están rotos. Hemos construido algo bueno con lo que quedó.

Miró a sus hijos, su razón de ser.

Tendrás que ganarte su confianza. Poco a poco. Solo si ellos quieren.

Ella asintió, llorando.

Al volver, Carmen cruzó los brazos:

¿Y ahora?

Álvaro le tocó el hombro:

Ahora, caminamos despacio.

Lucía se agachó ante la pequeña Lucía, que la miraba curiosa.

Eres bonita dijo la niña, pero ya tengo mamá. Es Sofía, mi hermana.

Sofía sonrió, orgullosa. El corazón de Lucía se partió.

“Había criado a cinco seres increíbles. Él ya había ganado.”

Las semanas siguientes fueron tensas.

Lucía los visitaba los sábados, invitada por Álvaro. Los niños la llamaban por su nombre, no “mamá”. Traía regalos caros, pero ellos querían respuestas que ella no tenía.

Desde la cocina, Álvaro veía cómo Lucía intentaba dibujar con la pequeña, que siempre volvía a él.

Es simpática susurró Lucía, pero no sabe hacerme coletas como Sofía.

Sofía sonrió:

Porque papá me enseñó.

Lucía parpadeó, recordando todo lo perdido.

Una noche, la encontró llorando en el salón:

No confían en mí.

No deberían respondió él.

Ella asintió, aceptando que Álvaro había sido mejor padre que ella madre.

Cuando preguntó si la odiaba, él dijo que solo quería proteger a sus hijos, incluso de ella.

¿Por qué volviste? preguntó Álvaro.

Ella habló de un vacío, de darse cuenta tarde de lo que perdió.

Él le ofreció compasión, pero le advirtió: debía demostrarlo con acciones, no con regalos.

Ayudó en excursiones.
Fue a partidos.
Aprendió sus gustos.
Participó en actividades.
Poco a poco, las barreras bajaron.

Una noche, la pequeña Lucía se sentó en su regazo:

Hueles a flores.

¿Puedo ver la peli contigo? preguntó.

Álvaro asintió desde el sofá.

Pero quedaba una pregunta: ¿por qué volvió?

Una noche en el porche, Lucía confesó que le ofrecieron un trabajo en Barcelona. Que se quedaría solo si era bienvenida.

Álvaro respondió tranquilo:

Esta no es la casa de hace diez años. Hemos escrito un nuevo capítulo. Quizá algún día te perdonen, pero nuestra relación de pareja se acabó.

Ella aceptó.

Ahora puedes ser la madre que merecen. Si estás dispuesta, encontraremos un camino.

Lucía suspiró, entre resignación y esperanza.

Un año después, la casa de los Méndez bullía de vida.

Mochilas junto a la puerta.
Zapatillas por el porche.
Olor a espaguetis en la cocina.
Cuadros de Sofía en el salón.
Álvaro ayudaba a Iván con un proyecto.
Lucía entró con galletas recién hechas, sin pasas esta vez. Iván gritó de alegría.

La pequeña Lucía tiró de su blusa:

Terminemos la corona de flores.

Ella prometió que sí.

Carmen, desde el pasillo, dijo:

Te quedaste.

Lo prometí respondió Lucía.

No borra todo, peroPero lo estás haciendo bien dijo Carmen con una sonrisa tímida, y por primera vez en años, Lucía sintió que el futuro podía ser diferente.

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