Una década tras la partida de Lucía: un padre y sus cinco hijos afrontan la ausencia
Cuando Lucía decidió marcharse, dejando atrás a su marido y sus cinco pequeños, jamás habría imaginado que Javier, su esposo, lograría no solo sobrevivir sin ella, sino prosperar. Diez años después, al volver a reclamar su lugar, encuentra una realidad que la supera, con unos hijos que apenas recuerdan a su madre.
Esa mañana de lluvia fina, el agua golpeaba suavemente las ventanas de su humilde casa entre altos pinos. Javier Martínez disponía cuatro tazones desiguales con cereales cuando Lucía apareció en la puerta, maleta en mano y un silencio que dolía más que mil palabras.
No puedo seguir susurró ella.
Desde la cocina, Javier alzó la vista y preguntó:
¿No puedes seguir con qué exactamente?
Ella miró hacia el pasillo, de donde venían risas y gritos infantiles desde el salón.
Con esto. Los pañales, el ruido constante, los platos sin lavar. Es lo mismo cada día. Me ahogo en esta vida.
Un peso cayó sobre el corazón de Javier.
Son tus hijos, Lucía.
Ella parpadeó rápido, frustrada:
Lo sé, pero ya no quiero ser madre. No así. Necesito respirar.
La puerta se cerró de golpe tras ella, destrozándolo todo.
Javier se quedó inmóvil, el sonido de los cereales mojándose en leche ahora ensordecedor. Cinco caritas asomaron confundidas.
¿Dónde está mamá? preguntó Carmen, la mayor.
Él se arrodilló y abrió los brazos:
Venid, hijos míos.
Así comenzó un camino duro.
Los primeros años fueron difíciles. Javier, profesor de ciencias en un instituto, dejó su trabajo para ser repartidor nocturno y cuidar de los niños de día. Aprendió a hacer coletas, preparar bocadillos, calmar pesadillas y administrar cada euro con cuidado.
Hubo noches de llanto en la cocina, rodeado de platos sucios. Momentos en los que creyó que se derrumbaría: un niño enfermo, otro con problemas en el colegio y la pequeña con fiebre, todo el mismo día.
Pero Javier no se rompió.
Se adaptó al sacrificio.
Dejó su carrera por estar presente.
Aprendió a ser madre y padre.
Soportó lo peor con fuerza.
Los años pasaron.
Ahora, vestido con pantalones cortos y una camiseta de dinosaurios que encantaba a los gemelos, Javier estaba frente a su casa bañada de sol. Su barba, entrecana, mostraba los años y la fortaleza ganada cargando mochilas, bolsas y niños dormidos.
A su alrededor, cinco niños reían posando para una foto:
Carmen, con 16 años, una joven lista y valiente, su mochila llena de chapas de ciencia.
Sofía, su hermana de 14, artista callada con las manos manchadas de pintura.
Mateo y Lucía, gemelos de 10 años inseparables.
Marta, la pequeña de 6, que cuando Lucía se fue era casi un bebé.
En sus vacaciones de primavera, hacían excursiones que Javier había planeado y ahorrado todo el año.
Entonces, un coche negro entró por el camino.
Solo ella.
Lucía bajó con gafas de sol y pelo impecable. Parecía intacta, como si hubiera estado de vacaciones.
Javier se quedó helado, mientras los niños observaban a aquella desconocida.
Solo Carmen la reconoció, pero con duda.
¿Mamá? preguntó titubeante.
Lucía se quitó las gafas y, con voz temblorosa, dijo:
Hola, niños. Hola, Javier.
Sin dudar, Javier se interpuso:
¿Qué quieres aquí?
He venido a veros respondió con lágrimas, a ti también. He perdido mucho.
Los gemelos se aferraron a las piernas de Javier, mientras Marta fruncía el ceño:
Papá, ¿quién es?
Lucía se estremeció.
Javier alzó a Marta y dijo:
Es alguien del pasado.
Ella pidió hablar a solas.
Se alejaron un poco.
Lucía admitió:
Sé que no merezco nada. Me equivoqué. Creí que ser libre me haría feliz, pero encontré soledad.
Javier respondió:
Dejaste cinco hijos. Te rogué que te quedaras. Yo no pude huir, solo sobreviví.
Lo sé murmuró. Pero quiero enmendarlo.
No se puede reparar lo que rompiste. Ellos ya no están rotos, son fuertes. Hemos construido algo con lo que quedó.
Miró a sus hijos, su razón de ser.
Tendrás que ganarte su confianza. Poco a poco. Solo si ellos lo quieren.
Ella asintió, llorando.
Al volver, Carmen cruzó los brazos:
¿Y ahora qué?
Javier le tocó el hombro.
Ahora, vamos despacio.
Lucía se agachó ante Marta, que la miraba curiosa.
Eres bonita dijo la niña, pero ya tengo mamá. Es Sofía, mi hermana.
Sofía se sorprendió, mientras el corazón de Lucía se partía.
“Había criado a cinco personas increíbles, y sin importar qué pasara, él ya había ganado.”
Las semanas siguientes fueron tensas tras diez años de silencio.
Lucía empezó a visitarlos con cuidado, solo los sábados. Los niños la llamaban por suPoco a poco, los pequeños comenzaron a aceptar su presencia, aunque el pasado seguía siendo una sombra que solo el tiempo podría borrar.






