«Una celebración que nos transportó al pasado»

**Diario: “Nos devolviste al pasado” — La historia de un cumpleaños**

Lorena colocaba con prisa los manteles y los cubiertos. Hoy era el cumpleaños de su marido, Alejandro. No era una fecha redonda, pero sí importante. Sus hijas habían prometido venir con sus familias, y los nietos llevaban tiempo pidiendo “una fiesta de verdad, como antes”. Lorena recordó cómo había sido todo en los noventa…

En aquella época, todo costaba esfuerzo. El dinero escaseaba, y conseguir alimentos era casi una batalla. Pero ella siempre daba lo mejor por su familia, por mantener el calor y la alegría en casa. Sobre todo antes de las fiestas.

Todo empezó con un simple capricho infantil. Sus hijas, Carmen y Marta, llegaron del colegio con la mirada apagada. Buenas notas, pero el ánimo por los suelos. Al final, Carmen confesó:
—Mamá, todas las niñas de mi clase tienen gorros de angora, menos nosotras. ¿Nos compras uno, por favor?

Lorena cedió. No eran ricos, pero sus hijas eran buenas estudiantes y siempre ayudaban en casa. Corrió al mercado, gastó sus últimas pesetas y las compró. La alegría de las niñas fue su recompensa. Pero ya no quedaba dinero para la celebración.

La suerte le sonrió al día siguiente. En la tienda de comestibles, alguien gritó:
—¡Jamón!
Y la multitud se abalanzó. Lorena consiguió agarrar dos paquetes de su jamón cocido favorito. El sábado, una dependienta le advirtió en voz baja cuándo “soltarían” mantequilla. Con cupones y sus hijas ayudando, Lorena logró lo imposible.

El domingo, la mesa estaba puesta como en los mejores tiempos. En el centro, un pollo dorado y crujiente sobre un lecho de arroz. A su suegro le encantó la ensaladilla de queso fundido, huevo y ajo. La tarta de manzana quedó perfecta, hasta su suegra le pidió la receta.

Y ahora, el presente. Sus hijas ya eran mayores, cada una con su propia familia. Los padres de Alejandro y Lorena habían partido hacía tiempo. Pero ese domingo, de nuevo, era su cumpleaños. Alejandro había salido a pasear con Tobi, su perro, mientras Lorena preparaba la mesa. Nada de pizzas compradas ni sushi: era una comida casera, de esas que alimentan el alma.

Los invitados llegaron casi al mismo tiempo. Los nietos alborotaban en el recibidor quitándose los zapatos; Carmen y Marta abrazaron a su madre.
—Mamá, ¿qué huele tan rico? —preguntó Carmen.
—¡No queremos pizza! —gritaron los nietos desde el pasillo.

Alejandro fue el último en entrar. Todos se lanzaron a felicitarle.
—Bueno, vamos a la mesa —sonrió Lorena.

Cuando entraron al comedor, todos se quedaron en silencio.
—Mamá… —susurró Marta—. Es igual que antes… El pollo, la ensaladilla, el arroz…

Risas, brindis, pastel con café. Todo como en aquellos años, solo que más maduros.

Cuando se marcharon, Alejandro abrazó a Lorena.
—Gracias, mi vida. Me has devuelto a aquella época. Éramos felices. Aunque no teníamos dinero, tardamos un año en comprar el sofá, ni podíamos acristalar el balcón. Pero estábamos juntos. Y seguimos estándolo. Eso es lo que importa.

—Feliz cumpleaños, amor. Que nos queden muchos más días así.

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