Un viaje de negocios con sabor a traición: la nota que lo cambió todo

“Un viaje de negocios” con sabor a traición: la nota que lo cambió todo

Álvaro llegó a casa exhausto tras un largo día de trabajo. Dejó el maletín junto a la puerta y entró en la cocina, donde su esposa, Lucía, freía unas croquetas.

—Mañana me envían de viaje por trabajo —anunció con sequedad—. Prepárame la maleta.

Lucía se giró, frunciendo el ceño con desconfianza:

—¿No hay nadie más? Qué raro… un viaje en fin de semana…

Álvaro no respondió. Se encogió de hombros y se marchó a cambiarse.

Al día siguiente, partió. Dos días después, regresó. La casa estaba en silencio. Ni Lucía ni su hijo, Pablo, estaban allí. Era por la tarde, la hora en que solían estar en casa.

—Qué extraño —pensó Álvaro, colgando su chaqueta.

Sacó el móvil y marcó el número de su esposa. Sin respuesta. Iba a llamar de nuevo cuando vio un papel sobre la mesa de la cocina. Una nota. Las líneas estaban escritas con letra tranquila y firme, pero con cada palabra, el pánico se apoderaba de su pecho.

«Álvaro. No nos busques. Estoy harta de medias verdades, mentiras y distancia. Pablo se ha venido conmigo a casa de mi madre. Necesitamos tiempo. No llames. Si nos quieres, déjanos espacio.»

Releyó la nota varias veces. Su corazón se encogió. Se dejó caer en una silla y miró al vacío. En su mente desfilaron los recuerdos de las últimas semanas…

El nuevo director de su departamento había llegado sin aviso. En lugar del respetado y veterano Ricardo, llegó una mujer fría y segura de sí misma: Ana Belén. Circulaban rumores de que el puesto se lo debía a influencias, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta.

En la primera reunión, Ana Belén dejó claro que no toleraría faltas. Disciplina, puntualidad, cero relajación. Álvaro llegó un minuto tarde y recibió una mirada gélida.

—Apunte lo que digo —su voz cortaba como un cuchillo—. No habrá una segunda oportunidad.

Tres semanas después, todos se esforzaban por adaptarse. Álvaro cumplía, y al parecer, había llamado su atención. Un día, lo llamaron a su despacho.

—Usted es eficiente. ¿Por qué no ha ascendido antes? —preguntó Ana Belén, jugueteando con un bolígrafo.

—No lo sé —respondió con honestidad.

—El viernes hay una feria importante en Madrid. Irá usted. Evalúe el equipo y tome notas. Quizá… —hizo una pausa— …consideremos un ascenso.

Dentro de Álvaro, todo se rebelaba. Había prometido a Pablo llevarlo al parque ese fin de semana. Su hijo lo esperaba. Y Lucía… sin duda sospecharía algo.

Pero fue.

Y, como si el destino se burlara, en el tren se sentó al lado de Ana Belén. Vestía de manera informal pero elegante, casi cercana.

—No tema. No muerdo —sonrió—. Este viaje le hará bien.

Hablaron durante todo el trayecto. En el hotel, sus habitaciones estaban… juntas. Álvaro dudó que fuera casualidad.

Y esa noche, llamaron a su puerta. Al abrir, vio a Ana Belén. Una mano sostenía una botella de cava; la otra, una caja de bombones.

—¿Puedo? —susurró.

Todo sucedió rápido. El cava, la conversación, la mirada… una mano en su hombro… Un beso al que no se resistió.

Al volver, notó algo raro. Lucía estaba fría. Pero no dijo nada.

Hasta que… encontró el rastro de carmín en su camisa.

—¿Esto qué es? —su voz era baja, pero aterradoramente tranquila—. Sabía que ese viaje no era solo por trabajo.

Gritos. Lágrimas. Álvaro calló. Esa noche, durmió en el sofá.

Y al día siguiente, encontró la nota.

Permaneció de pie, con el papel temblando entre sus dedos. No se dio cuenta de las lágrimas hasta que ya caían. No lo había querido. No lo había planeado. Pero ocurrió.

En el trabajo, volvió a la rutina. Ana Belén seguía igual: estricta, distante. Cuando le ofreció otro viaje, respondió con firmeza:

—Lo siento. No iré. Le prometí a mi hijo algo, y no voy a defraudarlo de nuevo. Hay otros compañeros capaces.

Ana Belén arqueó una ceja:

—¿Sabe que esto podría costarle su puesto?

—Lo sé. Pero ya he perdido demasiado.

Salió sin mirar atrás.

El fin de semana llevó a Pablo al parque. Le compró un helado, lo subió a los columpios, lo vio reír. En su interior, había calma. Y por primera vez en mucho tiempo… paz.

El ascenso fue para otro. Y aunque Lucía no regresó de inmediato, un mes después empezaron a hablar. Poco a poco. Como adultos.

Y Álvaro jamás volvió a confundir su carrera con lo que realmente importaba: su familia.

Moraleja: Ningún éxito profesional justifica perder lo que más vale. La verdadera fortuna está en quienes nos esperan en casa.

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