Un vecino que transformó mi vida: una historia de amor que comenzó con la limpieza

El vecino que cambió mi vida: una historia de amor que comenzó limpiando

Cuando Lucía vio por primera vez a Javier, el nuevo vecino del sexto piso, jamás imaginó lo rápido que su vida daría un vuelco. Todo empezó de forma rutinaria: una tarde de otoño, bolsas de la compra y los escalones crujientes del portal de su edificio de dos plantas en un pueblo cercano a Madrid.

Al subir al segundo piso, Lucía se encontró con un hombre y un perrito pequeño. El animal olisqueó sus bolsas al instante, mientras Javier, con gafas, frunció el ceño con severidad:

—Lola, deja a la señora en paz. Vamos al parque —dijo él, sin disimular su mal humor.

Lucía no pudo contenerse:

—Aquí los vecinos nos turnamos para limpiar el portal. Mañana me toca a mí, luego a usted.

—¿Qué? ¿Sin portera? —preguntó extrañado.

—¿Y quién va a pagarla? Somos pocos, así que lo hacemos entre todos.

El hombre negó con la cabeza y se marchó.

Lucía refunfuñó para sus adentros mientras colgaba el abrigo, escuchando el chisporroteo de la sartén de su abuela desde la cocina.

—¿Con quién discutías en el rellano? —preguntó la abuela, sentándose junto a la ventana como siempre—. ¿El nuevo vecino? Parece educado, y vive solo. Solo sale con su perrita.

—Si tiene perro, ya no está solo —respondió Lucía con ironía.

Más tarde, esa misma noche, se puso a limpiar. Fregó el pasamanos, limpió el cristal de la ventana y notó que Javier asomó la cabeza al oír el ruido de la fregona.

—Ah, es usted… Me toca relevarla. Yo me encargo —dijo, ajustándose las gafas—. No soy un vago. Y nunca me he casado.

Lucía se sorprendió. “Educado, responsable… ¿Quizá no es tan arisco como pensaba?”, pensó.

La semana siguiente lo volvió a ver, esta vez sonriente. Lola dejó de ladrarle y, en su lugar, le movió la cola. Javier le hizo un gesto torpe, ruborizándose y acomodándose las gafas.

Pronto, el propio Javier empezó a limpiar el portal con tanto empeño que los vecinos comentaban: “¡Parece que hacemos una limpieza general cada domingo!”. Hasta Lucía bromeó:

—Ahora tendremos que subir nuestro nivel de limpieza… ¡Avísame si te pones a brillar el suelo!

—No siempre soy tan perfeccionista —admitió él, sonrojado—. Es solo que… bueno, quería impresionarte.

Y Lucía supo que algo estaba cambiando entre ellos.

Cuando Javier tuvo que viajar por trabajo, le pidió que cuidara de Lola. Ella aceptó. Su abuela no tardó en soltar:

—Claro, para eso te necesita, para pasear al perro. O quizá solo está solo…

Lucía cuidó de Lola, limpió el portal, incluso fregó el suelo de su piso. Entonces se dio cuenta: echaba de menos a Javier. Cuando él regresó, le trajo flores y la invitó a tomar algo. En su corazón, sintió una melodía.

—Me han ascendido —le contó, sirviéndole un trozo de tarta—. Ahora soy jefe de departamento.

Después le regaló un perfume. Todo era maravilloso, hasta que…

Al día siguiente, Lucía vio a una mujer desconocida limpiando el portal.

—¿Tú por quién limpias? —preguntó.

—Por el sexto. Ayudo a un familiar.

Lucía se quedó helada. ¿Familiar? ¿Quién era? ¿Hermana? ¿Amiga? ¿O algo más?

Las dudas la atormentaban. Sentada junto a la ventana, recordaba los paseos, las charlas, las flores… ¿Acaso todo había sido una farsa?

Por la mañana, vio a Javier salir del edificio del brazo de aquella mujer. Como siempre, su abuela lo notó:

—Mira, tu “tímido” pasea con una chica. Y ni siquiera te invitó…

—Tal vez es su hermana —intentó justificar Lucía.

—¿Del brazo con su hermana? Por favor. ¿Te has enamorado de él?

Lucía calló.

Esa misma noche, Javier llamó a su puerta.

—No voy a pasear a Lola… —comenzó ella, fría.

—No te invito a pasear, sino a cenar conmigo y mi madre —dijo él, sonriendo.

—¿Tu madre?! ¿Esa era tu madre?!

—Sí, tiene 45. Me tuvo a los 18. Muchos creen que somos hermanos —se rio.

Cenaron juntos: Lucía, Javier y Carmen. Todo fue cálido, como en casa. Su madre era afable y la invitó a visitar su pueblo.

De regreso, caminaron por el parque, con Lola correteando a su lado.

—Ella te adora —dijo Javier—. Y mi madre igual.

—¿Y tú? —susurró Lucía.

Él le tomó las manos.

—Cada día espero el momento de verte. Eres lo mejor de vivir aquí. Y si quieres… me gustaría que fueras mi vida entera.

Se besaron. En ese instante, todas sus dudas se desvanecieron.

—Abuela, creo que me voy a casar… —confesó Lucía después.

—¿Tan pronto? ¿Te lo ha pedido?

—Después del beso. Dijo que me ama y que solo sueña conmigo…

—¿Y tú lo amas?

—Con toda mi alma —susurró—. No es el más guapo, pero es bueno, leal y me quiere como nadie.

—Entonces seréis felices —respondió la abuela, enjugando una lágrima—. Donde hay amor sincero, no hay duda que lo arruine.

Tras la boda, Lucía se mudó con Javier, pero las puertas entre los pisos nunca se cerraron.

—Derribad la pared y tendréis una casa enorme —se reía la abuela—. ¡Ya llamaré si necesito algo!

Vivió para conocer a sus bisnietos. Cada noche les contaba un cuento: cómo su madre conoció a su padre en el portal. Y terminaba diciendo:

—El destino te encuentra incluso donde menos lo esperas.

Los niños reían y corrían a casa, donde siempre olía a amor… y a felicidad.

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Un vecino que transformó mi vida: una historia de amor que comenzó con la limpieza