El taxi se detuvo frente a las puertas del cementerio. Un joven bajó del vehículo y se acercó a la mujer que vendía flores:
Deme doce tulipanes, por favor.
Pagó con unas monedas y, cabizbajo, entró en el camposanto.
Hace un año, Daniel se creía el hombre más feliz del mundo, porque amaba y era amado. Todo cambió en un instante cuando su querida Catalina murió en un accidente de tráfico.
Pasó un mes antes de que Daniel volviera en sí, y fueron sus compañeros de trabajo quienes lo ayudaron a seguir adelante.
Junto a la lápida, sentada en un banco, estaba la madre de Catalina.
Buenos días, tía Marina dijo el joven.
Dios te bendiga, Daniel la mujer se abalanzó sobre él, apoyó la cabeza en su pecho y lloró.
Él, mientras tanto, miraba la fotografía de Catalina que sonreía desde la lápida.
Cuando Marina se calmó, lo ayudó a colocar las flores. Permanecieron en silencio un largo rato, hasta que ella preguntó:
¿Aún no te has casado?
No. No puedo olvidar a su hija. Es como si su corazón me llamara.
Marina asintió y bajó la cabeza con pesar. Lo ocurrido hacía más de un año lo recordaba como en una niebla. La clínica su hija tendida sobre la mesa fría y aquel hombre y aquella mujer de rodillas frente a ella
Se volvió hacia Daniel, quiso decir algo, pero al ver su rostro afligido, calló.
Daniel había estudiado en la Academia de Policía y llevaba dos años trabajando, recién ascendido a teniente. Vivía con sus padres.
La tragedia que arrebató a su prometida sacudió la vida tranquila de la familia. Su hijo no había sido el mismo en todo ese año. Pasaba las horas encerrado en su habitación. Y aquel sábado, volvió a casa con el alma en vilo.
Daniel, ¿vienes a comer? preguntó su madre al verlo llegar.
Asintió y se dirigió al baño. Tras lavarse las manos, se sentó a la mesa. Su madre no tardó en hablar:
Hoy estuvimos con tu padre en el cementerio, visitando a los abuelos se interrumpió al ver la expresión sombría de su hijo.
Yo también fui a visitar a Catalina.
Hijo, ya ha pasado un año. No podemos traerla de vuelta, pero tú tienes que seguir viviendo.
No puedo, madre. Es como si ella me llamara.
¿Qué estás diciendo? su madre palideció.
No es nada. Sé que tú y papá esperáis que me case, pero por ahora no hablemos de eso.
Terminó de comer y se retiró a su cuarto.
El trabajo en la policía era duro, a veces debían patrullar hasta de madrugada. Daniel se tendió en la cama y, sin darse cuenta, se durmió.
Soñó que su amada lo llamaba. Eran sueños frecuentes, pero esta vez era distinto, como si ella estuviera en peligro y le suplicara ayuda.
Se despertó sobresaltado y corrió al recibidor.
Hijo, ¿qué pasa?
Nada, madre. Voy a dar un paseo.
Salió del portal y sus piernas lo llevaron sin rumbo.
Llegó al parque y avanzó entre los árboles. De pronto, vio a tres jóvenes borrachos acosando a una muchacha. Ella los miraba con los ojos llenos de terror.
¿Qué pasa aquí? se acercó Daniel.
El miedo en los ojos de la chica se tornó súplica.
¿Y a ti qué te importa? gruñó uno de los hombres, pero en un instante estaba en el suelo.
¡Largaos de aquí antes de que os arreste! ordenó Daniel a los otros dos.
Entendieron que era mejor obedecer, ayudaron a su amigo a levantarse y se marcharon.
La chica permanecía inmóvil, con una mano en el pecho. Con la otra, temblorosa, sacó una pastilla de su bolsillo y la colocó bajo la lengua. Las lágrimas brotaron de sus ojos.
Tranquila, ya pasó Daniel la rodeó con suavidad.
Gracias barbotó ella, aún temblando.
¿Quieres que te acompañe a casa?
Por el camino, la chica se calmó un poco, y él preguntó:
¿Cómo te llamas?
Irene.
Yo soy Daniel. Cuéntame, ¿qué ha pasado?
Suelo pasear por aquí. Me lo recomendó el médico. Pero esos tipos intentó explicar.
Entiendo. ¿Qué tienes en el corazón?
Un problema de nacimiento. Hace un año empeoró. Me operaron y ahora estoy mejor. Los médicos dicen que todo irá bien.
Daniel caminaba a su lado, escuchándola, y de pronto sintió una paz en el pecho, como si su amada estuviera cerca.
Llegaron frente a un edificio nuevo:
Vivo aquí dijo ella, mirándolo con ojos tristes.
Me alegro de habernos conocido
Daniel, ¿quieres subir? Te presentaré a mi madre.
¿No será molestia? no pudo ocultar su alegría.
¡Claro que no!
El piso de su nueva amiga era elegante, con muebles de calidad. Una mujer salió de una habitación y miró con sorpresa a su hija radiante y al joven que la acompañaba.
Madre, te presento a Daniel. Me salvó de unos gamberros.
Lourdes dijo la mujer, sonriendo. Pasen a la cocina, cuéntenme qué ha pasado.
Mientras preparaba algo de comer, Irene relató lo ocurrido con entusiasmo. Cuando terminó, su madre negó con la cabeza.
Hija, no deberías pasar por ese parque luego miró a Daniel. ¿Y tú cómo llegaste allí?
El corazón me guio bromeó él.
¿A qué te dedicas? preguntó ella, interesada.
Soy policía.
Ah, por eso manejaste a esos gamberros tan fácilmente dudó un momento antes de añadir: ¿No estás casado?
No su respuesta no solo alegró a la mujer, sino que también despertó sus sospechas. ¿Cuántos años tienes?
Cumplo veinticinco pronto.
La desconfianza creció. Un joven apuesto, soltero, de veinticinco años Calló, pero Daniel adivinó sus pensamientos.
Tuve una novia bajó la cabeza. Murió hace un año.
Daniel, lo siento mucho.
Bebieron el café en silencio. Después, él se levantó:
Gracias por todo. Debo irme al ver la decepción en el rostro de Irene, sonrió. Irene, intercambiemos números. Si alguien te molesta, llámame.
Esa noche, Daniel no podía dormir:
¿Qué me está pasando? Cuando caminaba con ella, juraría que sentía el latido del corazón de Catalina.
Cerró los ojos, pero por primera vez no vio con claridad el rostro de su amada. En su lugar, aparecía el de Irene. Se durmió pasada la medianoche.
Por la mañana, se afeitó, se lavó y, sin dudar, marcó el número que había anotado la noche anterior.
¿Sí? respondió una voz sorprendida.
Hola, Irene. ¿Qué estás haciendo?
Voy a ir a la tienda.
Espera, voy contigo.
Minutos después, estaba frente a su portal.
Hola, Irene.
Buenos días, Daniel ella dudó antes de abrazarlo.
Su madre asomó en el recibidor.
Buenos días, Lourdes.
Madre, vamos a la tienda. ¿Necesitas algo?
No, idos tranqu