Un secreto revelado el día de mi boda: ¡mi esposa tiene una hija!

Antonio, no quería decírtelo el día de tu boda Pero, ¿sabes que tu flamante esposa tiene una hija? mi compañero de trabajo me dejó atónito mientras conducía.

¿Qué dices? me negué a creerlo.
Mi mujer, al ver a tu Laura en la ceremonia, me susurró al oído: “Qué raro, ¿sabrá el novio que su prometida tiene una niña en un orfanato?”
¿Te das cuenta, Antonio? Casi me atraganto con la ensalada. Mi mujer, que es médica en maternidad, atendió personalmente el abandono de la pequeña. Dice que reconoció a Laura por la mancha de nacimiento en el cuello. La niña se llama Clara, lleva su apellido, y fue hace cinco años mi colega observaba mi reacción con curiosidad.

Me quedé paralizado al volante. ¡Vaya bomba! Decidí investigar por mi cuenta. Sabía que Laura no era una adolescente tenía treinta y tres años y que tuvo vida antes de mí. Pero ¿abandonar a su hija? ¿Cómo vivir con eso?

Gracias a mi trabajo, encontré pronto el orfanato donde estaba Clara. La directora me presentó a una niña risueña:
Esta es Clara Martínez. Dile al señor cuántos años tienes, cariño.
Era imposible no notar su estrabismo. Me dio pena al instante y sentí un cariño enorme por ella. ¡Era la hija de mi querida Laura! Como decía mi abuela: “Un hijo, aunque venga torcido, es un tesoro”.

Clara se acercó con valentía:
Tengo cinco años. ¿Eres mi papá?
Me dejó sin palabras. ¿Qué responder?
Clara, hablemos. ¿Te gustaría tener una mamá y un papá? pregunté, sabiendo que era una tontería. Ya quería abrazarla y llevármela a casa.
¡Sí! ¿Me llevarás? me miró fijamente, buscando una respuesta.

Vendré a buscarte, pero más tarde. ¿Me esperarías, preciosa? contuve las lágrimas.
Te esperaré. ¿No mientes? se puso seria.
No miento le di un beso en la mejilla.

Al llegar a casa, se lo conté a Laura.
Da igual lo que pasara antes de mí, pero hay que traer a Clara. La adoptaré.
¿Y mi opinión? ¿Quiero yo a esa niña? ¡Y además bizquea! gritó ella.

¡Es tu hija! Operaremos sus ojos. Es una niña encantadora, te enamorarás de ella su reacción me dejó helado.

Costó un año convencerla. Visité a Clara a menudo y nació un vínculo precioso. Laura, sin embargo, intentó frenar la adopción. Pero insistí.

El día que Clara entró en nuestro piso, todo la maravillaba. Los médicos corrigieron su estrabismo en año y medio sin cirugía. Era el vivo retrato de Laura. Tenía dos bellezas en mi vida: mi mujer y mi hija.

Clara no se cansaba de comer. Llevaba galletas a todas partes, incluso dormía con ellas. Era el miedo al hambre. A Laura le exasperaba; a mí, me partía el alma.

Intenté unir a la familia, pero Laura jamás quiso a su hija. Solo se amaba a sí misma. Las peleas por Clara eran constantes.

¿Para qué trajiste a esta salvaje? ¡Nunca será normal! chillaba histérica.

La amaba, pero mi madre me advirtió: “Antonio, es tu vida, pero vi a Laura con otro hombre. No durará. Es astuta y te engañará”.

El amor te ciega. Pero la primera grieta apareció con Clara. Su indiferencia me hizo cuestionar todo. Un amigo me dio un consejo absurdo: “Mídela con una cinta métrica. Si no, no dejarás de quererla”.

Laura, déjame medirte le dije.
¿Me comprarás un vestido? preguntó curiosa.

Sí measuré su pecho, cintura y caderas. Al terminar, seguía enamorado. Me reí del disparate.

Poco después, Clara enfermó. Tenía fiebre y lloraba, siguiendo a Laura con su muñeca Lola. Antes llevaba galletas; ahora, su muñeca, aunque hoy estaba desnuda señal de que la niña no tenía fuerzas ni para vestirla.

¡Deja de lloriquear! ¡Vete a la cama! Laura le arrancó la muñeca y la tiró por la ventana.

¡Mamá, es mi Lola! ¡Va a tener frío! Clara corrió hacia la puerta llorando.

Bajé a buscar la muñeca. El ascensor no funcionaba, así que bajé ocho pisos por las escaleras. Lola colgaba de una rama, cubierta de nieve. Al subir, sentí que me salían canas.

Laura estaba en el sofá, leyendo revistas. En ese momento, mi amor por ella se esfumó. Era un envoltorio bonito… vacío.

Nos divorciamos. Clara se quedó conmigo; Laura no puso pegas.

Después, al cruzarnos, me dijo con sorna:
Antonio, solo fuiste un tránsito.
Laura, tienes ojos de esmeralda, pero alma de hollín respondí sin rencor.

Se casó con un empresario rico. “Pobre hombre. Esa mujer no debería ser madre”, sentenció mi madre.

Clara lloró mucho al principio, extrañando a su madre. Pero mi nueva esposa, Ana, la llenó de amor. Laura la había abandonado dos veces. Algo inimaginable.

Ana, con ternura infinita, cuidó de Clara y de nuestro hijo, Javier. La vida, al fin, sonreía.

Rate article
MagistrUm
Un secreto revelado el día de mi boda: ¡mi esposa tiene una hija!