**Regalo equivocado**
Hoy volví del trabajo de buen humor. Ni siquiera me quité la chaqueta como suelo hacer, y nada más cruzar la puerta, grité:
—¡Cariño, ya estoy en casa!
Pero el silencio que me respondió apagó mi entusiasmo. Asomé a la cocina y me quedé tenso al instante. Laura estaba sentada junto a la ventana, con la barbilla apoyada en las palmas de sus manos. Su rostro mostraba preocupación, los ojos enrojecidos.
—Laurita… ¿Qué pasa? —Me acerqué y me senté cuidadosamente a su lado.
—Ha venido mamá… —dijo con amargura—. Otra vez reproches, otra vez el dinero. Dice que soy una dejada, que vivimos «como en un estercolero»… ¿Y tú por qué estás tan contento?
Vacilé un segundo antes de sonreír:
—Porque tengo una sorpresa para ti. ¡Tienes que verla tú misma! Espera aquí.
Salí y regresé al momento con una voluminosa bolsa de deporte.
—¿Qué es esto?
—Ábrela. Míralo por ti misma.
Laura, con desgana, desabrochó la cremallera… y se quedó petrificada. La bolsa estaba repleta hasta arriba de billetes.
—¿De… de dónde ha salido esto?
—Hoy vino el abuelo. Directamente al trabajo. Dijo que quería darnos un empujón: todos sus ahorros para que tuviéramos nuestra propia casa. Al principio me negué, pero insistió. Dijo que soy su único nieto.
De pronto, Laura rompió a llorar.
—Estoy tan cansada… Y ahora tú con esto… Gracias. Gracias al abuelo.
Nos abrazamos. Esa noche, tumbados en el sofá, hablamos de qué piso elegir, dónde comprar los muebles y cómo organizarlo todo. La felicidad estaba cerca, a solo un paso.
La mudanza la celebramos con sencillez pero con cariño. Vinieron los familiares, incluida la madre de Laura. Fiel a su estilo, nada más entrar criticó la reforma, declaró que la cocina «no era gran cosa» y nos «regaló» su viejo juego de muebles.
—Os vamos a dar los muebles. Casi como nuevos. Para el dormitorio y el salón —anunció orgullosa.
Laura contuvo el enfado a duras penas:
—Mamá… Ya hemos encargado unos nuevos.
—¡Podríais habernos avisado! Ahora, ¿qué hacemos con los nuestros? ¡Siempre igual, arruinándolo todo! Por cierto, ¿te acuerdas del abrigo?
—El regalo ya está preparado. Pero no es un abrigo.
Ofendida, su madre se marchó sin despedirse.
Decidimos recibir el Año Nuevo solos. Bueno, en realidad, a tres. Unos días antes, Laura descubrió que estaba embarazada. Los primeros en enterarse fueron el abuelo.
El viejo, al saber que pronto sería bisabuelo, se emocionó:
—Pensé que no llegaría a verlo… Gracias, hijos. Es el mejor regalo.
Y en ese momento, entre el silencio invernal, con el aroma del pino y las mandarinas en el aire, con los ojos húmedos del anciano y el calor de la esperanza en el pecho, entendí que nada importaban los reproches ajenos, los armarios heredados ni los sermones de los padres. Porque a mi lado estaba mi familia. Mi hogar. Mi felicidad.