Un pescador encontró un antiguo ataúd de metal en la playa al amanecer: al abrirlo, se quedó helado por lo que vio

**Diario de un pescador**
Me desperté al amanecer, como siempre. La bruma aún flotaba sobre el mar, el aire era fresco y húmedo, y el oleaje susurraba con calma, prometiendo una buena pesca. Preparé las redes, revisé la barca y estaba a punto de zarpar cuando algo en la orilla rocosa llamó mi atención.
Al principio, pensé que era un cajón grande o un contenedor abandonado, arrastrado por las olas. Pero cuanto más me acercaba, mayor era la inquietud que crecía en mi pecho. Ante mí yacía un ataúd. Viejo, metálico, cubierto de óxido y algas, como si hubiera vagado por el mar durante años antes de llegar aquí.
Dios mío susurré, mirando alrededor. La playa estaba desierta. Solo el sonido de las olas y los gritos de las gaviotas acompañaban mi hallazgo.
Mi primer instinto fue no tocarlo y llamar a la Guardia Civil de inmediato. Pero la curiosidad pudo más. Me agaché con cuidado, examinando el ataúd. En la tapa había un candado pequeño, ya corroído. Un solo tirón bastó para que se desprendiera.
El corazón me latía con fuerza. Levanté la pesada tapa lentamente, y lo que vi me dejó paralizado.
Dentro yacían restos humanos. Huesos, jirones de tela que alguna vez fueron ropa y piezas metálicas ennegrecidas por el agua y el tiempo.
Retrocedí de golpe, tapándome la boca con la mano. Me quedé así unos segundos, incapaz de creer lo que veía.
Más tarde, cuando llegaron los forenses, confirmaron que el ataúd tenía casi cien años. Probablemente había quedado a la deriva tras el naufragio de un viejo barco. Las corrientes y los temporales lo habían arrastrado durante décadas hasta arrojarlo a esta costa.
La historia se extendió como la pólvora por el pueblo. La gente murmuraba, especulando sobre el misterio del mar y el destino del difunto. Para mí, aquel día se convirtió en el más extraño de mi vida.
Parecía como si el propio mar hubiera querido revelarme un secreto olvidado, escondido en las profundidades del tiempo.
**Lección aprendida:** A veces, el océano devuelve lo que el tiempo ha robado, recordándonos que ningún secreto permanece enterrado para siempre.

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Un pescador encontró un antiguo ataúd de metal en la playa al amanecer: al abrirlo, se quedó helado por lo que vio