¡¿Un perro del refugio?! ¡Y encima viejo y enfermo! ¡Estás loca!

— ¡Mamá, qué has hecho? — la hija casi gritaba por el teléfono. — ¿Qué demonios es eso de un perro del refugio? ¡Y encima viejo y enfermo! ¡Estás loca! ¿No podías haberte dedicado al baile?

Nonna estaba junto a la ventana observando cómo una cortina blanca cubría lentamente la ciudad. Los copos de nieve giraban en un remolino antes de posarse sobre los tejados, anidar en las ramas de los árboles y quebrarse bajo los pies de los transeúntes nocturnos. Últimamente, pasaba mucho tiempo en la ventana.

Antes, esperaba a su marido regresar del trabajo, cansado y con la voz ronca. La cocina iluminada suavemente, la cena en la mesa, y las conversaciones acompañadas de una taza de té… Poco a poco, se consumieron los temas de conversación; su marido llegaba aún más tarde, evitaba mirarla y respondía a sus preguntas con frases escuetas. Hasta que un día…

— Nonna, hace tiempo que quiero decirte… He conocido a otra mujer. Nos amamos y voy a pedir el divorcio.

— ¿Cómo? ¿Divorcio? ¿Y yo, Jaime, qué será de mí? — Nonna sintió un dolor punzante bajo el omóplato.

— Nonna, somos adultos. Los niños crecieron y viven sus vidas. Llevamos casi treinta años juntos. Pero aún somos jóvenes. Mira, ambos apenas pasamos los cincuenta. Pero quiero algo nuevo, fresco.

— Entonces yo soy lo viejo y pasado de moda. Un recuerdo que ya cumplió su tiempo — susurró la mujer desorientada.

— No exageres. No estás vieja… Pero entiende, con ella me siento de treinta otra vez. Perdóname, pero quiero ser feliz — él le dio un beso en la frente y se fue al baño.

Él se lavaba el matrimonio antiguo, tarareando canciones alegres, mientras sobre Nonna caía el peso de una tristeza infinita… La traición. ¿Qué puede ser más amargo? Nonna no se dio cuenta de cómo pasó el tiempo: el divorcio, Jaime se fue con su nueva pareja. Y en su vida llegaron días grises.

Ella estaba acostumbrada a vivir para sus hijos, para su marido. Sus problemas eran sus problemas, sus enfermedades eran sus enfermedades, sus alegrías y éxitos eran sus propios éxitos. Y ahora… Nonna pasaba horas en la ventana. A veces, se miraba en un pequeño espejo de mano que heredó de su abuela. En él veía su ojo triste, una lágrima que se perdía entre las arrugas recién aparecidas, un cabello gris en la sien.

Nonna temía mirarse en un espejo grande.

— Mamá, necesitas encontrar algo para hacer — decía su hija con prisa, denotando que iba con prisa a algún lugar.

— ¿Qué, hija? — la voz apagada de la madre se perdía en los cables telefónicos.

— No sé, libros, clases de baile para mayores… exposiciones.

— Sí, mayores… Ya soy mayor — Nonna no podía recomponerse.

— Ay, mamá, perdona, no tengo tiempo.

Sorprendentemente, su hijo Alejandro comprendió la tristeza de su madre con empatía:

— Mamá, realmente siento mucho lo que ha pasado. Sabes, Irma y yo queremos visitarte, quizás para Año Nuevo. Así nos conocemos mejor. Te hará bien estar con nosotros.

Nonna adoraba a sus hijos, pero le sorprendía cuán diferentes eran…

*****

Una noche, mientras navegaba por las redes sociales, Nonna se topó con un anuncio: “Jornada de puertas abiertas en el refugio de perros. Venid con hijos, amigos y familiares. ¡Nuestros perros estarán encantados de conocer a nuevos visitantes! Te esperamos en la dirección…”

Había una mención de que, si alguien quería ayudar al refugio, aquí estaba la lista de lo necesario. Nonna lo leyó una vez, luego otra.

— Mantas, edredones, ropa de cama usada, toallas. Justo necesito despejar ese desorden. Creo que tengo algo que puede servirles — pensó Nonna en la noche.

De pie junto a la ventana, repasaba mentalmente la lista de necesidades, pensando qué más podría comprar con su salario no muy grande.

Diez días después, estaba en la entrada del refugio. Nonna llegó con regalos. El taxista la ayudó a descargar las interminables bolsas pesadas con mantas y trapos. Sacó una alfombra enrollada y un paquete de alfombrillas.

Los voluntarios del refugio ayudaban a los invitados con las bolsas de ropa, sacos de comida, bolsas con regalos para los perros.

Más tarde, los invitados fueron divididos por los voluntarios en grupos. Los guiaron a lo largo de los corrales, contando la historia de cada habitante de esas tristes jaulas…

Nonna llegó a casa exhausta. No sentía los pies.

— A ver, ducha, cena, sofá. Ya pensaré en todo después — se dijo a sí misma.

Pero el “después” no llegó. En su mente, aparecían imágenes: personas, jaulas, perros. Y sus ojos…

Unos ojos así había visto Nonna en su pequeño espejo. Ojos llenos de tristeza y sin fe en la felicidad.

Le sorprendió especialmente una perrita, vieja, con canas. Estaba muy triste. Yacía silenciosamente en un rincón, sin reaccionar ante nadie.

— Esa es Lía. Es un chin japonés. Su dueña la dejó en su edad avanzada. Lía también es una anciana, tiene doce años.

Dicen que con buen cuidado pueden vivir hasta quince. Pero Lía es vieja, enferma y triste. De esos, lamentablemente, nadie los lleva a casa — suspiró la voluntaria y llevó a los invitados más allá.

Nonna se quedó un rato junto a Lía. Esta no reaccionaba. Yacía sobre una vieja manta como un perro de peluche, como un juguete viejo y sucio…

Toda la semana en el trabajo, Nonna recordaba a la triste perrita. De repente, las fuerzas despertaron en ella, mostrando energía en el trabajo.

— Porque Lía soy yo. Solo que yo aún no soy tan vieja. Pero estoy sola. Mis hijos se fueron, mi marido me desechó como si fuera un trapo más en la acera. ¡Y no soy un trapo! No, no lo soy.

Nonna salió de la oficina y marcó el número del refugio.

— ¡Hola! Estuve en su jornada de puertas abiertas. Hablaron mucho conmigo sobre Lía, la perrita vieja. ¿La recuerdan? — preguntó con esperanza la mujer.

— Sí, claro, la recuerdo. Usted fue la única que se detuvo junto a su jaula.

— Dime, por favor, ¿sería posible visitarla?

— ¿Lía? ¡Increíble! Por supuesto, venga. Puede ser el próximo fin de semana — la voluntaria acordó el tiempo de visita y cortó la llamada.

Esa noche, Nonna estaba una vez más junto a la ventana. Pero esta vez no recordaba con tristeza su vida pasada. Observaba cómo en el patio un hombre paseaba con un gran perro.

El perro corría en círculos por el vacío patio nocturno, persiguiendo la pelota, trayéndosela al dueño una y otra vez. Y él le acariciaba cariñosamente la cabeza.

Se acercaban los fines de semana.

— ¡Lía, hola! — Nonna se agachó junto al perro. Pero esta vez no se movió.

Nonna se sentó en el suelo. Estaba en unos viejos vaqueros que llevó para cambiarse en el refugio.

Sin acercarse al perro, Nonna empezó a hablar…

Le contó sobre su vida, sobre sus hijos. Que vive sola en un apartamento de tres habitaciones que ahora no tiene con quién compartir.

Así pasó una hora. Nonna se acercó un poco más a la manta sobre la que yacía Lía. Poco a poco acercó su mano. La tocó en la cabeza. La acarició suavemente.

La perrita suspiró.

Nonna, envalentonada, comenzó a acariciar al perro con movimientos suaves y metódicos. Lía, reflexionando, empezó a ofrecer su cabeza bajo la mano. Así se estableció el contacto.

Al irse, Nonna sintió sobre ella la atenta mirada de unos ojos marrones. El perro la miraba como queriendo entender si esto había sido un encuentro único o… ¿?

— Espérame, vuelvo rápido — susurró la mujer al perro, cerró la jaula y se apresuró hacia la voluntaria.

— Bueno, ¿hablasteis? — le sonrió la joven a Nonna.

— Yo… quiero llevármela — Nonna respiraba con dificultad a causa de la emoción.

— ¿Así, de repente?

— Sí, ha respondido. Dicen que estas ancianas casi no tienen oportunidades. Quiero darle esa oportunidad.

— Nonna, debo advertirle. Lía es un perro enfermo, requerirá cuidados si quiere prolongar su vida. Eso es tiempo, esfuerzo y dinero.

— Lo entiendo. He criado a dos hijos maravillosos. Creo que puedo manejarlo. Démosle esta oportunidad — Nonna habló con convicción.

— De acuerdo. Prepararé el contrato. Y también, seguimos discretamente el destino de nuestras mascotas. Entiende, hay gente de todo tipo…

— Por supuesto. Lo que digas. Enviaré fotos, videollamadas, y de todas las visitas al veterinario les informaré.

Un par de horas después, Nonna entró al apartamento, llevando en brazos a la perrita envuelta en una toalla. La dejó en el suelo.

— Bueno, Lía. Este es tu nuevo hogar. Aprendamos juntas cómo vamos a vivir ahora.

Nonna se tomó unos días de vacaciones para dedicarse a la perrita. Veterinarios, exámenes, peluquero, corte de uñas, extracción de dientes enfermos…

Lía resultó ser una perrita muy educada. Nonna le colocó pañales donde, en caso de necesidad, Lía pudiera hacer lo suyo.

Intentaba salir a la calle temprano por la mañana y tarde por la noche, minimizando los encuentros con vecinos. Quería que Lía se acostumbrara a las nuevas condiciones y que nada la asustara.

*****

— Mamá, ¿qué has hecho? ¿Estás bien? — la hija casi gritaba al teléfono.

— Estoy bien. Gracias por preocuparte.

— Mamá, ¿qué demonios es eso de un perro del refugio? Y encima viejo y enfermo. ¡Estás loca! ¿No podías haberte dedicado al baile?

— Hija, tu mamá es una mujer joven. Apenas tengo cincuenta y tres años. Soy sana, guapa, independiente. ¡Y no te eduqué en vano! — replicó Nonna.

— Pero, mamá…

— Nada de “peros”… Tú tienes tu vida, tu hermano Alejandro también está lejos. Tu padre, ni hablar, me ha cambiado por casi una adolescente. Por favor, aprende a respetar y aceptar mis decisiones.

Nonna apagó el teléfono, respiró hondo y fue a la cocina. Le apetecía un café.

— Mamá, ¡qué valiente eres! Ni siquiera se me habría ocurrido. Eres una campeona. Un perro del refugio, eso es digno de admiración. ¿Tendrás la paciencia suficiente? — su hijo la apoyó, pero no podía ocultar su asombro.

— Alex, si a vosotros os crié, pude. De alguna manera — Nonna rió. — Lo lograré. En el refugio prometieron ayudar si fuese necesario.

Nonna no le contó ni a su hijo ni a su hija que durante los paseos nocturnos con Lía conoció al mismo hombre que paseaba con el gran perro.

Que se llama Damián. Está divorciado, su esposa se fue a una nueva vida en un nuevo país con un nuevo marido. Y él tiene un perro…

¿Y adivinen de dónde salió?

Sí, Damián conoció a su Ares en el refugio. Llevaron allí a Ares tras encontrarlo vagando. Un perro sano y de pura raza corría desquiciado por la ciudad cuando lo capturaron.

Los esfuerzos por encontrar a sus antiguos dueños, pese a que estaba marcado, fracasaron. Y Damián empezó a vivir con Ares, adaptándose a las nuevas circunstancias…

*****

— Mamá, Irma y yo queremos visitarte, ¿podemos? Quiero que os conozcáis. Es maravillosa. Alocada, como tú.

Nonna se reía con las palabras de su hijo.

— Vengan, hijo. Os esperamos.

El día treinta y uno, cuando sonaron a la puerta, dos perros se pusieron atentos de inmediato; Damián y Ares llegaron a visitar a Nonna y Lía.

Al ver la reunión, su hijo se alegró:

— Mamá, no quiero esperar hasta la noche, te lo digo ahora. Esta es mi Irma. La amo, pronto serás abuela.

Y también… queremos adoptar un perro del refugio. Pero primero, quizás, uno pequeño. Ya sabes, el bebé nacerá pronto…

Esa noche en la ciudad no había ventanas tristes; felicitaciones, música, risas llenaron la ciudad y el mundo de alegría.

Y hasta en los refugios, perros y gatos que aún no encontraban su hogar sentían un sentimiento especial: la esperanza de felicidad.

¡Así que seamos todos felices!

Y para vosotros, mis queridos amigos, un gran saludo y felicitaciones de mi pequeño y querido Filipo. Espero que ya no recuerde cómo era vivir en el refugio.

Porque disfruta de la felicidad y se baña en nuestro amor.

¡Les deseo felicidad!

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MagistrUm
¡¿Un perro del refugio?! ¡Y encima viejo y enfermo! ¡Estás loca!