El perro policía en el autobús ladraba y apoyaba las patas en el salpicadero, intentando avisar al conductor de algo y entonces el conductor lo vio.
Un agente de la Guardia Civil, con su uniforme impecable, viajaba tranquilamente en el autobús urbano. A su lado, en el asiento delantero, descansaba su fiel compañero: un husky listo como él solo. Para los pasajeros, era algo habitual. El perro no molestaba a nadie, solo miraba por la ventana, observando los paisajes que pasaban a toda velocidad, como si disfrutara del viaje en silencio.
Pero, de repente, a mitad del trayecto, todo cambió.
Las orejas del husky se levantaron de golpe. Su mirada se volvió intensa, como si hubiera detectado algo apenas perceptible, pero alarmante. Primero, emitió un gemido suave. Luego, saltó del asiento y se dirigió hacia el conductor.
El perro policía apoyó las patas en el salpicadero, clavó el hocico en el parabrisas y empezó a ladrar con fuerza. El sonido era grave, penetrante, con un gruñido de advertencia, como si exigiera una reacción inmediata. Rascaba el salpicadero con las patas, miraba fijamente la carretera y luego volvía la cabeza hacia el conductor, como tratando de decirle algo.
El conductor, un hombre de unos cuarenta y cinco años, al principio intentó ignorarlo. El autobús iba lleno de gente y no podía arriesgar sus vidas. Agarró el volante con firmeza, evitando distraerse con el extraño comportamiento del perro. Pero el animal no se rendía. Seguía ladrando, empujando el pecho contra el salpicadero, gruñendo y literalmente “guiando” la mirada de su dueño hacia la carretera.
Y entonces, el conductor lo vio.
¡Madre mía! gritó, pisando el freno a fondo.
El autobús se detuvo con un chirrido desgarrador de neumáticos. Los pasajeros se sacudieron en sus asientos, algunos soltaron un grito de sorpresa, pero el conductor ni siquiera miró hacia atrás. Su atención estaba fija en lo que tenía delante
La escena era desoladora: un enorme accidente. Varios coches chocados, algunos volcados, otros destrozados por completo. En la carretera y en la cuneta, había heridos. Algunos intentaban levantarse, otros gemían de dolor. El humo se elevaba en el aire, mezclado con el olor a gasolina y goma quemada.
El conductor lo entendió todo: unos segundos más y su autobús habría sido parte de esa tragedia. Cientos de vidas pasajeros, niños, ancianos podrían haberse perdido.
Y todo gracias al instinto de aquel perro. Si no hubiera sido por sus orejas alertas, por su ladrido desesperado, el autobús habría impactado contra uno de esos vehículos destrozados.
Los pasajeros, aún aturdidos, empezaron a darse cuenta de que acababan de esquivar una catástrofe. Todas las miradas se dirigieron hacia el husky, que seguía plantado frente al parabrisas, vigilante.
El agente, orgulloso, le acarició el lomo y susurró:
Buen trabajo, campeón. Nos has salvado la vida a todos.