Hoy fue un día que nunca olvidaré. Todo comenzó como una mañana cualquiera en el Hospital General de Madrid. El aire acondicionado zumbaba suavemente en recepción, las enfermeras anotaban datos de los nuevos pacientes y los médicos conversaban en los pasillos mientras las gotas de los sueros caían con monotonía en las habitaciones.
Estaba revisando el libro de guardia cuando, de repente, escuché un repiqueteo de uñas contra el suelo de cerámica. Al levantar la vista, vi aparecer de la nada un perro grande, de pelaje rojizo, corriendo con determinación por el pasillo. Entre sus fauces llevaba una bolsa negra, bien atada con un nudo.
“¡Dios mío! ¿Qué hace un perro aquí? ¡Esto es antihigiénico! ¡Alguien que lo saque!”, grité sin poder evitarlo. Dos médicos, el cirujano Javier Méndez y la enfermera Laura Soto, salieron corriendo para interceptarlo. Pero el animal era más rápido. Esquivó sus intentos, ignoró las miradas atónitas de los pacientes y siguió avanzando sin detenerse.
De pronto, frente a una puerta marcada con letras rojas, el perro se detuvo en seco. La bolsa cayó al suelo. Comenzó a gemir con angustia, luego a ladrar desesperado, rascando la puerta con las patas delanteras como suplicando entrada.
Cuando por fin lo alcanzamos, entendimos por qué actuaba de ese modo. Con manos temblorosas, Laura desató la bolsa. Dentro yacía un cachorro diminuto, respirando con dificultad, una pata torcida en un ángulo antinatural. Manchas rojas teñían su pelaje.
“Vino… a pedir ayuda por su cría”, murmuró Javier, con la voz quebrada.
Resultó que el cachorro había sido atropellado cerca del hospital. La perra, su madre, lo llevó hasta nosotros, como si supiera que aquí lo salvarían. No tenemos quirófano para animales, pero Javier, Laura y otro médico improvisaron con lo que tenían. Vendaron sus heridas, le colocaron una férula y le administraron medicamentos.
Mientras trabajaban, la perra esperó junto a la puerta, gimiendo en silencio, sin apartar los ojos de su pequeño. Cuando terminaron y le devolvieron al cachorro, lo lamió con ternura y acercó su cabeza, como protegiéndolo.
Nunca había visto tanta inteligencia y amor en un animal. Hoy, esa perra nos enseñó lo que significa la verdadera valentía.