Un Paquete Que Selló Un Destino Matrimonial

**Corona para la viva: cómo un paquete puso fin a un matrimonio**

En la cocina olía a tortilla de patatas cuando llamaron a la puerta. Lucía, sin quitarse el delantal, abrió y se encontró con un joven repartidor.

—¡Buenos días! Su paquete —anunció con energía.

—¿Qué paquete? Yo no he pedido nada —respondió sorprendida.

—¿Piso décimo? —preguntó él.

—Sí.

—Entonces es correcto.

La mujer firmó con recelo y recibió una caja grande. Al abrirla, la sangre se heló en sus venas. Dentro había una corona funeraria. No era decorativa, sino auténtica, con una cinta negra donde se leía su nombre.

El remitente no aparecía. Solo un mensaje siniestro: *«Descansa en paz, Lucía»*.

—¡Hay que odiar mucho a alguien para mandarle una corona a su casa! —susurró luego, con la voz temblorosa.

Su marido, Javier, lo restó importancia:

—¿Por qué piensas que es mi madre? ¡Si te quiere!

—¿Querer? ¡Ni siquiera menciona mi nombre! —recordó Lucía con dolor.

Y era cierto. A su suegra nunca le gustó nada de ella: su estatura, su trabajo de recepcionista, sus vestidos sencillos. Lucía se esforzaba, cosía su propia ropa, era educada, pero solo recibía desprecios y comentarios hirientes.

—Mira esta inútil —murmuraba Carmen a su hijo—. ¡No sabe ni hablar!

Él callaba, fingiendo que todo estaba bien. Pero su silencio era complicidad. Su madre se permitía cada vez más, a pesar de vivir en la casa de Lucía.

Cuando Lucía sugirió alquilar su piso y mudarse a un lugar que agradara a su suegra, esta rechazó todas las opciones. Con gritos, reproches y rabietas. Y Javier, callado, tomaba su café.

Si la corona no funcionó, llegó el siguiente paso. De pronto, Javier encontró calzoncillos en el altillo.

—¿Me lo explicas? —preguntó, mostrándolos.

—¿A ti no te parece raro? ¡Yo ni siquiera llego ahí!

Las llaves del piso las tenía su suegra. Todo cobró sentido. Pero Javier guardó silencio. Otra vez.

El siguiente “regalo” fue un cubo de arándanos. Carmen se lo entregó con una sonrisa:

—¡Vitaminas para mi nuera!

A la mañana siguiente, Lucía descubrió dentro… un lagarto vivo, casi congelado por el frío. Por suerte, con su marido presente. Él, claro, no creyó que fuera intencional: *«Se metió solo, cosas que pasan»*.

Más tarde, Lucía encontró bajo la cama una muñeca con agujas clavadas. La situación parecía sacada de un melodrama barato. Pero ella aguantó. Por amor. Por creer que su marido era su protección, y no solo un hijo obediente.

El final llegó por casualidad. Lucía volvió antes del trabajo y lo encontró con otra mujer. En su propio piso.

Lo echó. Rápido. Sin miramientos.

Él intentó justificarse:

—¡Ella vino sola! ¡No planeé nada!

Pero Lucía ya no creía en él. Sobre todo al descubrir que la “visitante” era la sobrina de una amiga de su suegra. Todo encajaba.

Tres años aguantó. Otros no habrían durado ni tres meses. Pero ella tuvo esperanza.

¿Y Javier? Volvió con su madre. ¿Adónde más?

Pero ahí le esperaba una sorpresa. Su madre tenía un romance. El amor de su vejez resultó más intenso que el primero. Y no vivía en su casa, sino en el piso de su nuevo novio. Carmen se quedó sin techo, pero con amor.

¿Ironía del destino?

Moraleja: cuidado con lo que deseas. A veces se cumple… pero no como imaginabas.

Rate article
MagistrUm
Un Paquete Que Selló Un Destino Matrimonial