Un obstáculo en el amor

**Un Obstáculo para el Amor**

Con su novio Carlos, con quien Laura había salido durante años y hasta se habían ido a vivir juntos, rompió. Se dio cuenta de que una cosa era salir, citas y despedidas, y otra muy distinta compartir techo. No pudo seguir viviendo con él.

—Resulta que somos totalmente incompatibles, y eso que parecía amor —pensaba cada noche al volver del hospital.

—Ahora mismo entraré y lo veré otra vez en el sofá, con el móvil, la cocina llena de platos sucios y migas por todas partes. Todo en él me saca de quicio. Hoy pongo punto final —decidió.

Al abrir la puerta, confirmó que todo seguía igual. Carlos, tirado en el sofá, llevaba dos meses “buscando trabajo”, pero Laura ya había entendido que eran excusas. Vivía muy cómodo a su costa.

—Carlos, otra vez lo mismo. El sofá, el desorden, mes tras mes. Se acabó. Recoge tus cosas y márchate —dijo firme, subiendo el tono.

—¿Pero qué mosca te ha picado, Laurita? Si todo iba bien y de repente… —saltó él, sorprendido.

—No es de repente. Llevo pensándolo mucho. No vamos en la misma dirección. Vete, y no intentes convencerme.

—Te arrepentirás. ¿Adónde voy a ir a estas horas? —amenazó.

—Donde quieras. Tus padres viven aquí, así que corre hacia allí.

Laura fregó los platos y los guardó. Al asomarse a la habitación, vio a Carlos cerrando su mochila (no tenía muchas cosas). Al pasar junto a ella, masculló:

—Lo lamentarás —y cerró la puerta de un portazo.

*”Cada puerta que se cierra es una nueva oportunidad para encontrar la que se abra”*, recordó Laura de pronto. Sonrió, echó el cerrojo y se dejó caer en el sofá. *”Listo. Vida nueva. Debí hacerlo antes. Hasta me siento más ligera. Hartísima de su negatividad y de que siempre acabara siendo yo la culpable.”*

Sus padres, que nunca soportaron a Carlos, se alegraron al saber que lo había echado.

—Por fin te libraste de ese gorrón. ¿No te daba rabia que viviera a tu costa? “Buscando trabajo”, ¡anda ya! Lo que no quiere es trabajar —le soltó su madre, Carmen—. Y ya tienes veintisiete, hija. Es hora de casarte. Búscate un chico decente.

Laura lo sabía. Trabajaba como enfermera en el Hospital General de Madrid. Nada de esos centros tranquilos donde las guardias son relajadas y hasta puedes echar una siesta. No. Ahí llegaban pacientes graves a todas horas, con traumatismos, urgencias… Cada minuto exigía estar alerta. A veces ni tenía tiempo de comer.

Después de las guardias, volvía agotada y con hambre. Vivía sola desde hacía años, así que cocinaba, pero tras doce horas de trabajo solo quería dormir. Carlos, encima, exigía su cena. Ahora, sola, compraba un bocadillo en el bar de enfrente y a la cama.

Pasaron cuatro meses. Una tarde, un chico llamado Adrián llegó al hospital con un amigo accidentado. Al ver a Laura, supo al instante que esa enfermera era su destino.

—Qué ojos tiene… Tengo que conocerla —pensó antes de ocuparse de su amigo.

Cuando todo se calmó, dudó en cómo acercarse a ella, pero justo salió del consultorio.

—Perdona, me llamo Adrián —fue lo único que se le ocurrió. Ella sonrió.

—¿Y? Ese nombre no me dice nada —pero entonces alguien la llamó—. ¡Laura, tráeme el historial del consultorio 3!

—Vaya, aquí no hay tiempo para charlas —pensó Adrián. Cuando ella pasó de vuelta, preguntó—: ¿A qué hora sales?

—Mañana a las ocho —respondió.

A la mañana siguiente, Adrián esperó en un banco frente al hospital. Cuando apareció Laura, ella se quedó de piedra.

—¡¿Tú?!

—Sí, yo —rió él—. ¿Cómo te llamas?

—Laura. Y tú, Adrián.

No esperaba volver a verlo. Estaba rendida, pero, extrañamente, no sentía tanto cansancio. Adrián le había gustado desde el primer momento. Alto, pelo castaño, ojos verdes…

—¿Te acompaño a casa? Sé que tras una guardia así debes estar hecha polvo. No sé cómo aguantáis.

—Estoy acostumbrada. ¿Y tú a qué te dedicas?

—Transportes. Mi padre tiene una empresa y yo soy su mano derecha. Así que tengo tiempo libre.

Quedaron esa noche. Café, paseo por el río, él la llevó a casa en coche… Y así empezó su romance. Tan intenso que pronto no podían estar separados.

Carmen se quejaba de que no la visitaba.

—Mamá, estoy enamorada. No tengo tiempo.

—Al menos preséntanos a ese chico —insistió Carmen.

—Vale, ya os avisaré —prometió Laura.

Unas semanas después, Laura y Adrián fueron a comer con sus padres.

—Hola, mamá, papá… Este es Adrián.

Carmen lo miró y palideció.

—Hola. Pasad al salón —dijo seca.

Durante la comida, Carmen apenas habló. Solo el padre hizo preguntas. Adrián se sentía incómodo, y Laura, desconcertada.

No duraron mucho y se marcharon.

—Laura, tus padres no parecen muy contentos conmigo. ¿Siempre son así?

—No, suelen ser alegres. No entiendo qué pasó.

El problema era que Adrián era hijo de los “enemigos jurados” de los padres de Laura. En su juventud, Marta (la madre de Adrián) le quitó el novio a Carmen. Vivían en el mismo edificio, eran amigas, pero acabaron odiándose.

Aunque Carmen se casó después, nunca perdonó a Marta. Sabía que vivía bien (su marido tenía un negocio próspero), mientras el padre de Laura era un aparejador que a menudo bebía. Marta, por su parte, había seguido con su vida, ignorando los rencores.

Y ahora el hijo de Marta pisaba su casa, y su hija estaba perdidamente enamorada de él. Carmen no permitiría emparentar con su enemiga.

Cuando Laura le exigió una explicación, Carmen soltó:

—La madre de Adrián tampoco estará contenta cuando sepa quién eres. ¿No la has visto aún?

—Sí, me recibió con los brazos abiertos.

—Porque no sabe que eres mi hija.

Carmen no le contó las mentiras que había difundido sobre Marta. Guardó silencio.

—Mamá, ¿esto es como Romeo y Julieta? ¿Nuestras familias se odian?

—¿Quién dijo odio? Yo nunca perdonaré a esa mujer, y ella tampoco a mí. Y tú siempre eligiendo chicos… Primero Carlos, ahora Adrián.

—Adrián es maravilloso. Nos amamos, y no vas a impedirlo.

—Entonces elige: tu madre o Adrián —espetó Carmen.

Laura dudó en contarle a Adrián, pero al final lo hizo. Él se encogió de hombros:

—Los hijos no pagan por los padres. Nos casamos, tu madre se acostumbrará. Viviremos aparte.

Adrián le contó a su madre:

—Mamá, ¿sabes quién es la madre de Laura?

—No, pero espero conocerla pronto si os vais a casar.

—Es Carmen, tu antigua vecina. Su madre me rechaza por ti.

Marta se quedó pensativa.

—Hijo, eso fue hace siglos. Vosotros no tenéis culpa. Seréis felices.

Con el tiempo, se casaron. Ambos padres los felicitaron, pero evitándose. Marta estaba genuinamente contenta; Carmen, seria. Con los meses, los padres de Laura acept

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