Un niño en la calle escucha voces que la llevan a un destino misterioso.

Hoy vi algo que no olvidaré. Los transeúntes notaron a una niña sola en la calle y llamaron a la policía. La pequeña, de unos seis años, llevaba un vestido blanco de fiesta, impecable, como recién salida de una celebración.

La gente se detenía. Unos ofrecían agua, otros sugerían avisar a servicios sociales. La niña, bien cuidada, no parecía abandonada. Pero permanecía en silencio hasta que, en un susurro, dijo:

—Oía voces…

Eso alertó a todos. Alguien llamó a la Guardia Civil.

Llegó un sargento, joven pero con mirada cansada. Se agachó a su altura y habló con calma:

—Hola, ¿cómo te llamas? ¿Dónde están tus padres? ¿Por qué estás aquí sola?

La niña lo miró y respondió en voz baja:

—Las voces me dijeron que me fuera de casa.

—¿Qué voces, cariño?

El sargento se heló al escucharla.

—No las veía. Estaba tras la puerta… Primero un estruendo. Luego las voces dijeron: «Vete. O serás un cadáver.»

Hizo una pausa y añadió:

—Señor, ¿qué es un cadáver?

El policía contuvo el aliento.

—¿Dónde vives? —preguntó, forzando serenidad.

La niña señaló una casa al final de la calle. Una vivienda modesta, con jardín. Cortinas corridas, silencio.

El sargento entró. La puerta, entreabierta.

Dentro, en el salón, yacía una mujer. Pálida, sin pulso. Todo quedó claro.

Más tarde supieron: el padre, en un arranque de ira, mató a su esposa. Al oír los gritos, la niña corrió hacia la habitación, pero no entró. Entonces, la voz de su padre, entre el pánico, le susurró:

—Vete. Corre. Ahora.

Quiso protegerla. No sabía que ella ya lo había sentido todo.

Salió. Sola. De blanco. Hacia extraños que la escucharían.

Y se salvó. De quien debió protegerla.

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Un niño en la calle escucha voces que la llevan a un destino misterioso.