UN MANIQUÍ QUE DESPERTÓ A LA VIDA: EL DÍA QUE RESPONDIÓ

En la esquina de la calle Serrano, en Madrid, había un maniquí en el escaparate de una tienda de moda. Siempre llevaba lo mismo: una camisa blanca, un pantalón negro y una gorra torcida que nadie se molestaba en ajustar. Era como si el tiempo se hubiera olvidado de él. Llevaba allí más de una década, tan quieto, tan fundido con el ambiente, que casi pasaba desapercibido. Pero los vecinos del barrio le habían cogido cariño. Cada mañana, al abrir sus negocios, le decían: “Buenos días, Don Miguel”, porque así lo llamaban por pura costumbre. Era un gesto tonto, una tradición sin importancia, pero les gustaba empezar el día así. El dueño del café, la chica de la librería, incluso el repartidor del pan… todos saludaban al maniquí. Y él, claro, nunca contestaba. Hasta que un día, increíblemente, lo hizo.

Era martes. El cristal del escaparate estaba empañado por el frío de la mañana. Cuando los comerciantes pasaron y le soltaron su habitual “Buenos días, Don Miguel”, el maniquí sonrió. Movió un brazo y murmuró: “Buenos días, vecinos”. Se quedaron de piedra. No era un maniquí. Era un hombre de verdad. Se llamaba Miguel, tenía 72 años y llevaba meses trabajando como vigilante nocturno en la tienda. Había perdido su piso, su familia vivía en otra ciudad, y no tenía a dónde ir. Así que, por las noches, dormía en el almacén. Y por las mañanas, cuando abrían, se quedaba quieto en el escaparate, fingiendo ser un maniquí. No era una broma. Lo hacía porque, detrás del cristal, se sentía menos invisible. “Me gusta observar a la gente, ver cómo empiezan su rutina. Aquí, al menos… alguien me mira”, confesó.

La historia saltó cuando un chaval grabó el momento y lo subió a Twitter. Se hizo viral en horas. Miles de mensajes decían: “A veces pensamos que somos invisibles… pero siempre hay alguien al otro lado del cristal”. Ahora, Don Miguel ya no tiene que hacerse pasar por un maniquí. Le dieron un puesto en la tienda como recepcionista. Se sienta junto al escaparate, saluda con una sonrisa a los que pasan, y cada mañana responde al coro de “Buenos días, Don Miguel” con una frase que ya es leyenda en el barrio: “Buenos días… y gracias por fijarse en mí”.

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UN MANIQUÍ QUE DESPERTÓ A LA VIDA: EL DÍA QUE RESPONDIÓ