Un hombre tuvo que sacrificar a su perro por no tener dinero para salvarlo.
Un anciano llevó a su mascota para practicarle la eutanasia, ya que no podía pagar el tratamiento que necesitaba. Al ver las lágrimas del dueño y la tristeza del animal, el veterinario tomó la única decisión posible
Dicen que la felicidad no está en el dinero, pero a veces, es el dinero el que decide nuestro destino. El anciano no tenía ni un céntimo ahorrado cuando los médicos le presentaron la factura para salvar a su fiel compañero de cuatro patas.
En la clínica, el silencio era absoluto. El doctor observaba a los dos: un perro mestizo tumbado en la mesa y su dueño, inclinado sobre él, acariciando distraídamente su oreja. Solo se escuchaba la respiración agitada del animal y los sollozos ahogados del hombre. El viejo no quería despedirse de su amigo y lloraba en silencio.
Antonio Martínez, un veterinario joven, había visto muchas veces escenas así durante eutanasias. Era comprensible, la





