**Diario Personal**
El aire estaba húmedo y frío, y la niebla envolvió el cementerio como un manto. Todo parecía susurrar: “Vete de aquí”. Pero Daniel vino, como cada febrero desde hacía cinco años.
Estaba a punto de marcharse cuando vio un movimiento junto a la tumba. Alguien estaba allí.
Un niño, quizás de seis años, yacía directamente sobre la lápida, envuelto en una manta raída. Dormía. Justo encima del frío mármol.
Daniel se acercó, las piedras crujiendo bajo sus zapatos. La rabia brotó en su pecho: ¿Cómo se atrevía alguien a acostarse allí?
¡Eh, despierta! gruñó, pero su voz tembló.
El niño se sobresaltó y abrió los ojos. Su mirada estaba perdida, asustada.
Perdón, mamá No quería quedarme dormido
Daniel se quedó helado. ¿”Mamá”? Miró de golpe el nombre grabado en la lápida: el de su esposa. ¿Coincidencia? ¿O una burla cruel?
¿De dónde sacaste esa foto? casi gritó, señalando la imagen que el niño apretaba contra su pecho.
El pequeño se asustó pero no soltó el retrato. Luego, susurró:
Ella dijo que me encontrarías Lo prometió.
Las palabras golpearon a Daniel con más fuerza que cualquier acusación. El mundo pareció tambalearse bajo sus pies.
¿Quién eres? logró preguntar.
El niño bajó la mirada. No respondió. Pero en sus ojos había algo que dejó a Daniel sin aliento.
**¿Qué significaba esto? ¿Por qué la llamaba “mamá”?**
Daniel permaneció inmóvil, como tallado en piedra. Las palabras del niño resonaban en su mente: *”Ella dijo que me encontrarías”*
De pronto, lo notó: el rostro del pequeño le resultaba familiar. La frente, los pómulos, incluso la forma de los labios. No podía ser casualidad.
¿Cuántos años tienes? preguntó, intentando mantener la calma.
Seis Pronto siete respondió el niño sin levantar la vista.
Daniel se dejó caer en un banco cercano. Empezó a calcular. Seis años. Justo cuando Helena murió.
¿Pudo haberlo ocultado? ¿No decirle nada?
Miró la foto. Una de aquellas viejas imágenes que él mismo no veía desde hacía años. ¿Cómo la tenía el niño?
¿Cómo te llamas?
Teo. Pero mamá a veces me decía Tem.
Daniel nunca había elegido ese nombre. Pero le sonaba. De pronto, recordó una carta de Helena, donde bromeaba: *”Si algún día tenemos un niño, quiero llamarlo Tem.”*
El corazón le dio un vuelco. Ya sabía la respuesta, pero le costaba aceptarla.
¿Dónde vivías antes? ¿Quién te cuidaba?
La tía Sofía Era del orfanato. Pero murió. Me dijo que si me pasaba algo, fuera al cementerio. A donde mamá.
Daniel no pudo más. Extendió los brazos y abrazó al niño con suavidad. El pequeño se tensó al principio, pero luego se aferró a él, como si hubiera esperado ese gesto toda la vida.
Cinco años viviendo en la oscuridad, sin saber que su hijo crecía en la misma ciudad.