En un pequeño pueblo de Castilla, rodeado de campos de trigo y olivares, vivía don Alfonso, un hombre de setenta años que había conocido tanto la bonanza como la desgracia. A pesar de su edad, era uno de los labradores más prósperos de la comarca. Sus tierras se extendían a lo lejos, sus rebaños pastaban en abundancia, y su nombre inspiraba respetoo al menos reconocimientoentre los vecinos.
Pero la riqueza, como murmuraban algunos, no llena todos los vacíos. Hace diez años, Alfonso había perdido a su primera esposa, doña Carmen, una mujer de carácter que le dio tres hijas. Las hijas, ya casadas, vivían en otras casas, ocupadas con sus propias familias. Lo visitaban a menudo, pero él sentía un vacío. Por mucho que tuviera, no tenía un hijo que llevara su apellido, un heredero que continuara su linaje. Esa ausencia le corroía, convirtiéndose en una obsesión.
A pesar de sus canas y su espalda encorvada por los años, Alfonso seguía convencido de que el destino le debía un varón, un hijo que heredara sus tierras, sus ovejas, su orgullo. Fue ese deseo lo que lo llevó a tomar una decisión que escandalizó al pueblo: se casaría de nuevo.
**La elección de Lucía**
Su mirada cayó sobre Lucía, una joven de apenas veinte años, hija de una familia humilde del mismo pueblo. La vida no había sido clemente con ellos. La pobreza se arrastraba por cada rincón de su casa, las deudas crecían, y su hermano menor sufría de una enfermedad que requería medicinas que no podían costear.
Lucía era hermosa, de rostro fresco como el agua de manantial, pelo castaño y largo, ojos brillantes pero ensombrecidos por la pena. Sus padres, desesperados y acorralados por los acreedores, aceptaron la oferta de Alfonso. A cambio de una suma considerable, prometieron a su hija en matrimonio.
Lucía no protestó en voz alta. Tragó sus lágrimas, sabiendo que su sacrificio quizá salvaría a su hermano y aliviaría a su familia. La víspera de la boda, se sentó con su madre a la luz tenue de una lámpara de aceite. Con la voz quebrada, susurró:
“Solo espero que me trate bien Cumpliré con mi deber.”
Su madre, enjugando sus propias lágrimas, apenas pudo asentir, ofreciéndole solo un abrazo tembloroso.
**La boda**
La ceremonia fue modesta en gastos, pero grandiosa en intención. Alfonso quería que todo el pueblo viera que seguía “en forma”, que podía tomar por esposa a una mujer lo bastante joven como para ser su nieta. Los músicos tocaron jotas, los vecinos llenaron la iglesia y luego el patio, cuchicheando mientras observaban a la pareja intercambiar votos.
“Pobrecilla,” murmuraban algunas mujeres, compadeciendo a Lucía.
“Míralo, a su edad qué ridiculez,” se burlaban otras.
Pero Alfonso las ignoró. Su pecho se hinchó de orgullo al caminar junto a Lucía. Para él, aquello no era solo un matrimonioera la prueba de que aún tenía vigor, de que el destino no le había negado su sueño de un heredero.
Lucía, con el rostro sereno, sonreía cuando era necesario, agradecía a los invitados y fingía alegría. Por dentro, el miedo y la resignación le anudaban el estómago.
**La tragedia**
Esa noche, el aire en la casa de Alfonso olía a cordero asado y a vino de la celebración. Los invitados se habían marchado, y el silencio envolvía las paredes de adobe.
Alfonso, vestido con su mejor traje, se sirvió un trago de orujo, un brebaje que juraba le devolvería la juventud. Miró a Lucía con ansia, los ojos brillantes de deseo y esperanza. Tomándole la mano con delicadeza, murmuró:
“Esta noche empezamos una vida nueva, mi reina.”
Lucía forzó una sonrisa, con el corazón acelerado. Lo siguió hasta el dormitorio, donde los esperaba una cama de madera tallada. Las velas parpadeaban, proyectando sombras que danzaban en las paredes.
Pero antes de que la noche pudiera desarrollarse, la tragedia golpeó. La expresión de Alfonso se torció de repente; su respiración se volvió entrecortada. Se llevó las manos al pecho, tambaleándose, y cayó pesadamente sobre la cama.
“¡Don Alfonso! ¿Qué le pasa?” gritó Lucía, con la voz temblorosa.
Se abalanzó sobre él, sacudiéndolo, pero su cuerpo ya estaba rígido, el rostro pálido. Un gemido ahogado escapó de su garganta, luego silencio. El aroma del licor fuerte flotaba en el aire como un cruel recordatorio de su inútil intento por desafiar a la vejez.
**El caos**
Lucía gritó pidiendo ayuda. Vecinos y familiares, aún despiertos en el pueblo, corrieron hacia la casa. Sus tres hijas, vestidas de luto aunque la noche apenas acababa, irrumpieron en la habitación. Encontraron a Lucía llorando junto al cuerpo sin vida de su padre.
La escena se sumió en el caosgritos, sollozos, pasos apresurados, confusión. Alguien llamó a un coche; Alfonso fue llevado al hospital más cercano. Pero los médicos, tras un breve examen, negaron con la cabeza.
“Fue un infarto fulminante,” declaró uno. “El corazón no aguantó el esfuerzo.”
Y así, el sueño que había llevado a Alfonso a casarse de nuevo se desvaneció.
**La reacción del pueblo**
La noticia corrió más rápido que el amanecer. Al alba, todo el pueblo lo sabía. La gente se agrupaba en corrillos, murmurando, algunos con lástima, otros con cierta satisfacción cruel.
“Ni siquiera logró darle un hijo,” decían. “El destino es justo.”
“Pobrecilla, viuda antes de ser esposa de verdad.”
Los comentarios atravesaban a Lucía como puñales invisibles, pero ella permanecía en silencio. Miraba al vacío, las lágrimas secas, el corazón entumecido. Recordaba sus palabras a su madre”Cumpliré con mi deber”y le sonaban ahora como una broma amarga.
**El funeral**
El funeral fue grande, como correspondía a un hombre de su posición. Los músicos tocaron tonadas solemnes, los vecinos acudieron, y sus hijas lloraron. Lucía permaneció al margen, el velo cubriendo su rostro juvenil, atrapada entre dos papeles: demasiado joven para ser viuda, pero marcada para siempre como la segunda esposa de un hombre cincuenta años mayor.
El dinero que Alfonso había pagado por el matrimonio borró las deudas de su familia y pagó el tratamiento de su hermano. En ese sentido, su sacrificio había dado fruto. Pero para Lucía, el coste fue insoportable. Había cambiado su juventud, su libertad, por un matrimonio que duró menos de un día y la dejó cargada con una reputación que nunca podría sacudirse.
**Un futuro marcado**
Desde aquella noche, Lucía cargó con el peso de su destino. Cada vez que caminaba por el pueblo, la gente la miraba con una mezcla de lástima y curiosidad. Algunos la llamaban “la viuda joven”, otros murmuraban “la esposa de don Alfonso”.
Con solo veinte años, sentía que su vida había terminado antes de empezar. Los sueños de amor, de elegir a su compañero, parecían imposibles. Había cumplido con su deber hacia su familia, pero al hacerlo, se había encadenado a un recuerdo que deseaba olvidar.
La noche de bodas, que debía marcar el inicio de una vida juntos, se convirtió en el último capítulo de la vida de Alfonso y en el trágico comienzo de la existencia marcada de Lucía







